Goya de honor
“Lo primero que hay que hacer es perder la reputación porque así puedes realizar muchas más cosas”, aconseja sabiamente la actriz Juana Ginzo en el docudrama Función de noche, una de las películas más originales y audaces de las dirigidas por Josefina Molina. Pertenece esta cordobesa de setenta años a una generación de mujeres –muy pocas en el cine– que tuvieron que batallar fieramente para lograr el respeto profesional de los demás, viviendo cada momento intensamente, como ella misma ha contado en sus memorias, Sentada en un rincón. La Molina ha realizado otros trabajos igualmente arriesgados en cine, teatro, televisión, incluso en la novela… adaptándose a cada necesidad. “Rodar una película en España es como tirarse al mar en plena tormenta”, le había advertido su amigo, el director Claudio Guerín, algo que ella ha comprobado repetidas veces.
Aprender a vivir es aprender a sobrellevar la imperfección, e incluso a abrazarla. La gente del cine sabemos mucho de esto
En estos momentos de desconcierto generalizado es saludable saludar sombrero en mano a una mujer que ha desarrollado su talento sin estridencias ni divismos, con las mismas dificultades que cualquiera, añadidas a las que conlleva el ser mujer. “Aprender a vivir es aprender a sobrellevar la imperfección, e incluso a abrazarla. La gente del cine sabemos mucho de esto”, dijo el otro día cuando le entregaron el Goya de honor de la Academia de cine, que el domingo recibirá de nuevo, aunque esta vez, al parecer, sin discursos ni agradecimientos, algo muy propio de esta mujer de apariencia dócil y callada pero en realidad tenaz y batalladora. Ahora lo es, como presidente de CIMA, la asociación de mujeres cineastas, y años atrás en TVE cuando dirigía películas, algunas de ellas memorables. La recuerdo dando órdenes de que se echara abajo un mal decorado la víspera de empezar un rodaje, negándose a filmar con aquella chapuza, organizando con ello un escándalo que no la hizo cambiar de opinión. Y especialmente la recuerdo en una de aquellas manifestaciones pro amnistía ante la cárcel de Carabanchel, cuando un policía, porra en mano, le pegó enérgicamente en la espalda. La Molina se volvió hacia él con calma, aguantando el dolor, y preguntándole cara a cara: “¿Y usted, por qué me pega?” Aquel gris que quedó sin habla aunque siguió atizando a los demás, quizás recordara para siempre a esa joven insolente, cargada de razón.
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