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PURO TEATRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hedda y Carol

'Hedda Gabler', de Ibsen, dirigida por David Selvas, en el Lliure 'Nada volverá a ser como antes', la nueva y brillante comedia de Carol López, en La Villarroel

Marcos Ordóñez
Laia Marull en una escena de 'Hedda Gabler', de Henrik Ibsen
Laia Marull en una escena de 'Hedda Gabler', de Henrik IbsenFELIPE MENA

1. Hedda Gabler es una criatura esencialmente teatral que pretende convertir su vida (y las de quienes la rodean) en una sucesión de puestas en escena, pero el destino, que siempre es mejor director, acaba trocando sus comedias nihilistas y sus anhelos de absoluto romántico en una tragedia grotesca. Para no apearnos del teatro, la dama se parecería bastante a un personaje de Coward encerrado en una obra de Ibsen, lo que la convierte en una criatura de Strindberg. John Cale lo resumió en un pareado digno de Sir Noel: “She was a very funny face / tired of the human race”.

David Selvas ha optado por la infantilización patológica de la protagonista: Hedda como niña mimada, caprichosa y fatal

Yo soy de los antiguos que creen que a esta función le sientan muy bien la luz de gas y el vestido abotonado hasta el cuello: apresada en corsés decimonónicos (tanto sexuales como sociales), la desazón existencial de la señorita Gabler tiene la potencia de una granada de mano. En los últimos años, sin embargo, hemos visto actualizaciones notables. Pese a una floja dirección de Eric Lacascade, Isabelle Huppert la dibujó como un personaje de melodrama chabroliano, y Veronese ambientó el drama en un teatro provincial (es decir, representación a la segunda potencia) con Silvina Sabater como una Rosalind Russell porteña. Tanto Ostermeier como David Selvas, director de la versión que se representa con gran éxito en el Lliure, han optado por la infantilización patológica de la protagonista: Hedda como niña mimada, caprichosa y fatal. Si Katharina Schüttler se movía por la caja de vidrio de Ostermeier con los andares sonámbulos de Monica Vitti en El desierto rojo, Laia Marull parece notablemente tarumba por una continuada ingesta de alcohol y pastillas. No estoy seguro de que me convenza esa opción: es como si el personaje necesitara una causa última, una muleta conductista. Hedda siempre ha obrado con la cabeza muy fría: no le hacen falta estimulantes. Por otro lado salta a la vista que es más mala que el bicho que picó al tren y que sus “caras de aparte” piden a gritos ayuda psiquiátrica: lo rarísimo es que nadie a su alrededor parezca advertir ni una cosa ni la otra. Laia Marull, estupenda actriz que vuelve al teatro con esta obra, ofrece una interpretación poderosa pero fatigosamente crispada, histriónica hasta el límite. Ernest Villegas (Tesman), Cristina Genebat (Thea), Àngela Jové (Julia) y el propio Selvas (que sustituye al accidentado Francesc Orella en el rol de Brack) rebosan verdad, pero para mi gusto quien se lleva la función es Pablo Derqui, un Lovborg de mirada ardiente y perdida que no se olvida fácilmente. El montaje, en impecable traducción catalana y adaptación de Marc Rosich, avanza con extrema fluidez. Está muy bien el decorado de Max Glaenzel, esa casa recién inaugurada pero cuyo mobiliario en cajas hace temer una perpetua provisionalidad, y hay sencillas pero imaginativas ideas, hijas de la actualización (el portátil asándose en el microondas) o de la abstracción metafórica (Hedda desgarrando el paisaje de papel pintado).

Carol López integra con mucha habilidad los matices de la ternura y la melancolía, en la más pura esencia del 'boulevard' francés

2. La Villarroel barcelonesa parece dispuesta a convertirse en sede de la comedia contemporánea: tras el éxito de El año que viene será mejor se ha instalado allí, con idéntica vocación, Nada volverá a ser como antes, la nueva entrega de Carol López, una miniatura (apenas hora y veinte) llena de gracia y encanto sobre las alegrías y tormentos de la vida en pareja, que parece amparada bajo el paraguas formal de Maridos y mujeres, de Woody Allen, pero con una acidez mucho más temperada. Su telón de fondo es la crisis de madurez de cuatro “profesionales urbanos” que sienten (sobre todo ellas) el anhelo de hacer alguna que otra locura antes de que sea demasiado tarde. Su núcleo es un clásico malentendido de vodevil: A sabe que B tiene un amante misterioso, pero ignora que esa X se despeja en casa. La función se estructura alternando una serie de sesiones filmadas de terapia conyugal, en la que los protagonistas (juntos y por separado) hablan a cámara y nos informan de su historia pasada y sus secretos presentes, y otras tantas escenas, ambientadas en los respectivos domicilios, donde bajo la capa de una cotidianeidad amable laten todas las turbulencias de lo no dicho. Así contada, Nada volverá a ser como antes parece seguir las pautas de un drama confesional, pero el talento del texto y la puesta estriban en lograr el equilibrio entre ese sustrato de engaños y traiciones, y una comicidad muy suave, muy sutil, sacudida por réplicas calzadísimas y pasajes hilarantes, como el de las cinco normas del adulterio perfecto. Dicho de otra manera, lo que aquí se impone es la modulación de un tono que, siempre orientado hacia el humor, integra con mucha habilidad los matices de la ternura y la melancolía, en la más pura esencia del boulevard francés. Carol López parece volver aquí a los mimbres de su primer éxito, V.O.S.E, del que retoma, en cierto modo, los perfiles psicológicos: los dos amigos casi hermanos, la chica sin pelos en la lengua, la falsa tímida. De las dos parejas, la que manda y templa es la integrada por Dolo Beltrán (un feliz y esperado retorno a las tablas) y Andrés Herrera. No solo tienen mayores registros actorales y mejor química: es que tienen mejores diálogos y sus personajes son más ricos, o contemplados con mayor simpatía. Valdría la pena acercarse a La Villarroel solo por esos dos trabajos, brillantes y naturalísimos, de aérea precisión. Y aunque Andrew Tarbet ha crecido mucho como actor, su pareja en la ficción, Olalla Moreno, se ve obligada a componer un rol muy antipático (irritante, caprichosa, egocéntrica) y, a mi entender, poco desarrollado o contemplado con menos afecto. Salvando este desajuste, el espectáculo, concebido a partir de improvisaciones, marca de la casa, respira complicidad y un pulso constante en la dirección: escenas muy bien perfiladas, cortadas y montadas, con el ritmo y la ligereza como nortes. Y esa proximidad al musical, que ya flameaba en V.O.S.E, Last Chance y Hermanas, y que aquí vuelve a manifestarse, a modo de cristalización fraternal, entre los dos personajes masculinos y en el precioso dúo último entre Beltrán y Herrera.

Hedda Gabler, de Henrik Ibsen. Versión de Marc Rosich. Dirección de David Selvas. Teatre Lliure. Gràcia. Barcelona, Hasta mañana. Teatro de La Abadía, Madrid. Del 22 de marzo al 8 de abril.

Res no tornarà a ser com abans. Texto y dirección de Carol López. La Villarroel. Barcelona. Hasta el 11 de marzo.

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