Lecciones de una leyenda para el futuro de la moda
El modisto Pierre Cardin cierra en Barcelona la pasarela 080
Pierre Cardin (San Biagio di Callalta, 1922), está en Barcelona para cerrar la Pasarela 080 y conserva un asombroso optimismo y vitalidad. No le asusta la crisis. Ha visto muchas. “Soy optimista. Son cíclicas, y se saldrá de esta como de las otras. Son momentos para la reflexión”. Él mantiene el entusiasmo intacto y se dispone a poner la primera piedra del Palacio de las Luces, junto a la laguna de Venecia, en los terrenos de donde salió su familia a buscarse la vida por todo el mundo. Lo que él define como “una escultura habitable”, será el edificio más alto de Italia con cerca de 50 pisos, mil apartamentos, un hotel de 300 habitaciones, un gran espacio comercial, un puerto y un golf. “Y dará 5.000 empleos directos a Venecia durante cinco años”, añade.
Su vida es la historia de la segunda mitad del siglo XX. Llegó a París en 1945 y pronto entró a trabajar con los grandes modistos. En 1947 ya era jefe del atelier de Christian Dior y en 1953 decidió fundar su propia casa. “Todo lo que he hecho en la vida ha sido gracias a ser modisto”. Pero pronto rompió el modelo de la alta costura inventándose la gran democratización de la moda: el prêt-à-porter, que le valió ser expulsado de la Chambre Syndicale del gremio de modistos.
“Es normal que si eres miembro de un club y rompes las reglas, te despidan”, ironiza. “Era muy joven y me codeaba con princesas, estrellas de cine, músicos, artistas y las grandes fortunas del mundo. Me dije que las mujeres que trabajaban, la gente común, también debían poder vestirse como las ricas, copiando la alta costura; copiándola legalmente. Empecé el prêt-à-porter y enseguida vinieron los grandes almacenes. Fue con el prêt-à-porter con lo que hice mi fortuna”.
Se extendió a todos los campos y sus diseños futuristas se convirtieron en una de las señas de identidad de la modernidad. Su fortuna le permite caprichos tan especiales como comprar y restaurar el castillo de Lacoste Vaucluse, donde vivió el Marqués de Sade o la casa de Giacomo Casanova en Venecia. Vive en París, en la rue l'Elysée, a un lado del palacio del Elíseo y ha sido vecino de todos los presidentes de la V República.
“Mi carrera fue siempre contestataria respecto al modelo establecido. He roto todas las reglas, pero soy el único modisto de la Academia de Bellas Artes”, señala. Un académico con mucha experiencia y amigos de los que tiene recuerdos muy particulares. Sus dos grandes mentores fueron Jean Cocteau y Lucchino Visconti. Con el primero trabajó en La bella y la bestia, y Les enfants terribles. “Era un hombre maravilloso, como Visconti. Los dos tenían una elegancia física e intelectual extraordinaria, eran seres raros de una gran nobleza interior. Con Visconti trabajé en Senso. Yo iba mucho a Roma en los cincuenta, a la casa de Visconti en la Via Apia, con Franco Zefirelli, que era su amante, y Mauro Bolognini y Lucía Bosé, que entonces era la amiga del hermano de Visconti y luego de Walter Chiari, antes de conocer a Dominguín. Era el gran momento de Cinecitta, con Fellini y todos los grandes de Italia”. Pero admira a los científicos: “Son los genios, los que curan la vida”.
Babelia
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