Sinfonía triste de Beethoven
El compositor confesó los problemas económicos y de salud que atravesaba en el verano de 1823 en una amarga carta enviada a un fabricante de arpas
Ludwig van Beethoven se lo pensó dos veces antes de enviar a París su petición de ayuda. En lo que parece una decisión impulsiva, rompió él mismo el lacre para añadir una nueva hoja de caligrafía descuidada. Es aquí donde la carta manuscrita encontrada recientemente en el Instituto Brahms de Lübeck (Alemania) adquiere el "enorme interés" que le certifica su director, Wolfgang Sandberger. Revela la "seria crisis" que atravesaba el compositor alemán en el verano de 1823, después de haberse pasado cuatro años peleando con la partitura de la Missa Solemnis. El profesor Sandberger destaca que "para Beethoven, era la pieza más importante que había compuesto en su vida, su obra maestra".
Tanto más le dolía, sordo y enfermo a sus 53 años, no encontrar un mecenas que financiara su interpretación. Por eso estropeó el pliegue de la primera versión para reabrirlo e incluir el nuevo folio, escrito con una pluma más gruesa. Narra en él sus dificultades económicas y sus achaques físicos, en un tono personal y un poco tétrico. En el folio añadido reconoce: "Cuánto me contrarían estas especulaciones; pero mis bajos ingresos y mis enfermedades exigen el esfuerzo de buscar mejor suerte".
Mis bajos ingresos y mis enfermedades exigen buscar mejor suerte Beethoven
Beethoven detalla algunos de sus problemas físicos. A la sordera que le aquejaba desde el cambio de siglo se sumaba entonces una molestia en un ojo que arrastraba desde hacía entonces "un año". Entre conmovedora y cómica es su referencia al sobrino, cuya educación como científico causaba gastos que se prolongarían más allá de su propia muerte. Viene a decir que los científicos de la época ganaban todavía menos que los compositores.
Con caligrafía un tanto violenta, Beethoven describe también su situación en Viena, rodeado de "envidiosos" y de gente que le quiere mal. El hombre que puso música al "beso al mundo entero" de los versos de Schiller demuestra aquí su misantropía, en la que Sandberger lee "algunos rasgos psicopáticos, seguramente alimentados por una depresión". Beethoven moriría solo cuatro años más tarde.
La carta forma parte de una herencia recibida en 2011 por el Instituto Brahms. Se dirigía a Franz Anton Stockhausen, un fabricante de arpas bien situado que vivía en París. Beethoven empieza agradeciéndole las buenas palabras que el destinatario había dedicado a sus composiciones. Solo que, ars longa, vita brevis, Beethoven no había encontrado tiempo para agradecérselo antes. De los reconocimientos pasa pronto a la petición de ayuda.
Había comenzado a componer la Missa Solemnis en 1819 para la ordenación como arzobispo del archiduque Rodolfo de Austria, a la sazón protector y mecenas del alemán. Pero la ordenación se celebró sin la música de Beethoven.
En la carta le pregunta a Stockhausen si conoce a alguien en París dispuesto a pagar 1.000 táleros por la pieza. Según Sandberger, "era una cantidad muy considerable en aquella época". Curiosamente, el propio Beethoven le sugiere a Stockhausen la figura de un dentiste parisiense, célebre por sus buenas relaciones con la escena musical de la capital francesa. El alemán solicita la dirección del dentista, al que planea enviar otra carta. La misa se estrenaría por fin en San Petersburgo, Rusia, en 1824, gracias a los contactos con aristócratas alemanes que allí mantenía Beethoven. Las redes sociales de la época iban por correo.
Es probable que, bien por cálculo o por su estado de ánimo, Beethoven exagerara sus dificultades económicas en la carta. Hoy no tendría problemas de dinero: el valor del manuscrito se estima en 150.000 euros. Recientemente se ha vendido una pequeña nota manuscrita de Beethoven, con seis anotaciones que podrían ser su lista de la compra, por 60.000 euros. Sandberger dice que en el Instituto Brahms no piensan venderla "ni locos".
Babelia
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