Alex de la Iglesia reivindica 'La chispa de la vida'
José Mota y Salma Hayek protagonizan el nuevo sainete tragicómico del director de 'Balada triste de trompeta'
Una de las frases de moda en estos días de niebla es esa tan temerosa de Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy. Bueno, pues la situación de un tipo tirado en una obra, con una barra de hierro clavada en la cabeza tras un accidente de sainete y no queriendo moverse por si las moscas, casa a la perfección con la frasecita de marras. Diríase que es casi una metáfora. El tipo se llama Roberto y es un pobre diablo fracasado, aunque en realidad se llama José Mota y es un triunfador del humor, de la tele y de la vida así, en general. Lo que se dice una estrella. De aquí en adelante, El tío la barra, en lugar de El tío la vara. ¿Ha nacido un actor? De momento, ya tiene una candidatura a los Goya en el bolsillo. Y el gran malaleche que lo ha tumbado ahí y le ha clavado la barra de hierro en la región occipital se llama Alex de la Iglesia. Todo acontece en el Teatro Romano de Cartagena, todo es una tragicomedia con tintes de la peor y más divertida España negra y todo ello se titula, ya hacen falta bemoles, La chispa de la vida. Desde este viernes, en los mejores cines, para seguir con lenguaje de eslogan.
La nueva película del director de El día de la bestia y Balada triste de trompeta, por la que también pululan Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo (que hace de alcalde prepotente y putilla, pero que en realidad hace de Galiardo), Fernando Tejero, Juanjo Puigcorbé y -sobre todo- Salma Hayek (el cóctel, hay que reconocerlo, es de órdago a la grande), trata de bastantes cosas, pero si hubiera que elegir una, sería la rebelión contra ese ejercicio cotidiano al que todos nos vemos obligados tres, cuatro o cinco veces y que se llama pasar por el aro. "Ese es justo el tema, ese", admite un Alex de la Iglesia que ve en La chispa de la vida su película "más amarga", aunque también una fábula entre tinieblas con atisbos de esperanza. Una fábula cuyas referencias se llaman... "pues me gustaría decir que John Ford o Dreyer, pero la verdad es que las referencias son Antonio Mercero, Pedro Olea y Chicho Ibáñez Serrador". Tiene razón. Solo hace falta ver un ratito de esta película para darse cuenta de que por debajo subyacen obras mayores del cine claustrofóbico/angustioso como La cabina, de Mercero, o El asfalto, de Ibáñez Serrador.
¿La chispa? ¿De la vida? Solo cabe preguntarse si el uso de aquel famoso eslogan del brebaje refrescante más famoso del planeta para titular la película atiende a:
a) El voluntarismo entusiasta que consiste en decir "¡hala, hombre, que no todo está perdido... donde hay vida hay esperanza, ponle una chispa a tus días!"... o:
b) Una ironía salvaje a la hora de usar palabras para decir lo contrario, o sea, y para no acabar titulando la película algo así como La putada de la vida.
La chispa de la vida, un desbarre genialoide que unos adorarán y otros aborrecerán -marca de la maison De la Iglesia-supone, por cierto, uno de los reencuentros más sonados del último cine español: el del director bilbaíno con el productor Andrés Vicente Gómez, primigenio hacedor del fenómeno Alex, vía El día de la bestia. "Con Elías Querejeta, el tipo más importante que ha dado el cine español, verdaderos autores, tíos grandes, auténticos Selznicks de nuestro cine", agradece el padre de esta chispa de la vida con sabor agridulce. ¡Ah!: los políticos trincones, los periodistas desalmados, los médicos desaprensivos y ese sentimiento tan humano y tan asqueroso del gusto por lo morboso se verán fielmente retratados en la chispa, La chispa de la vida.
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