Muertes entre risas para seducir (de nuevo) a Madrid
El musical 'Chicago' regresa el viernes a la capital española tras un año de gira por el país
De fondo, sonaba la pieza de foxtrot Hula Lou. Acompañaba la voz de una mujer que hablaba de un asesinato. Era abril de 1924 y Beaulah Annan le contaba por teléfono a su marido cómo acababa de matar a su amante. El casó acabó ante un tribunal y en las crónicas que la redactora Maurine Dallas Watkins firmaba para el Chicago Tribune. Annan contrató a un célebre abogado y finalmente consiguió ser absuelta. De todo ese follón, Watkins sacó una obra de teatro que estrenó en 1926 y que bautizó Chicago. 85 años después, aquel libreto es sinónimo de tres películas (la última, en 2002, ganó seis oscars) y de un musical que ya se siente en Broadway y en Londres como Pedro por su casa, pero viaja por el mundo cosechando éxitos. El próximo viernes volverá a Madrid, donde ya estuvo en 2009, para quedarse tres meses en el Nuevo Teatro Alcalá.
Chicago es la lucha, a ritmo del jazz primigenio de los veinte, de dos reclusas (Marta Ribera y María Blanco) por seducir a un prestigioso abogado sin escrúpulos (Manuel Bandera), única ancla hacia su absolución. "Es un musical con sex-appeal, que involucra al público", asegura el británico Nigel West, director asociado de la producción. Más de 500.000 españoles (y 17 millones de personas en el mundo) ya conocen los secretos de este vodevil algo negro que lleva dos años en la Península ibérica. Tras nueve meses en Madrid, empezó una gira que le ha llevado a 34 ciudades españolas. Ahora regresa a la casilla de salida, donde se quedará hasta el 5 de febrero.
Comedia de los asesinatos y de la prensa sensacionalista, Chicago danza entre la oscuridad y la ironía. "Cuenta una historia dura de forma real, pero busca ser entretenida. Los personajes, aunque son estafadores, manipuladores, etcétera; no pueden ser demasiado hijos de puta: queremos que caigan bien al público, que hasta los admire", explica la española Lucy Lummis, actriz a la vez que directora del musical. "Es un drama, pero no tan literalmente", remata Ian Townsend, supervisor musical asociado.
El equipo del musical parece rehuir de su alma más tenebrosa, justo la que una crítica de este periódico echaba en falta en su puesta en escena: "Chicago debería oler a corrupción". Para ellos, no tiene porqué. La obra en cambio sí mantiene el olor a su creador, Bob Fosse, quien en 1975 convirtió el espectáculo de Watkins en musical. "Está por todos lados. La precisión por los detalles y el ritmo, concebido por alguien que empezó como batería, son los de su creación original", asegura West.
Una creación que, desde su debut, decidió apostar por actores y música, dejando a un lado la escenografía, muy esencial. "Es la performance pura y dura de músicos e intérpretes", subraya Rick Clarcke, encargado de diseñar el sonido de Chicago. Tamaña espada de Damocles exalta y atemoriza al actor, al menos según Lummis: "Al principio te sientes en bolas. No te puedes esconder tras tus compañeros, la escenografía o un traje muy grande: se ve todo". Tanto en Londres, como en Madrid, ya que, según prometen todos los protagonistas, lo único que cambia respecto a las otras versiones de Chicago es el lenguaje.
A tres días de la primera función, Chicago va velando sus armas y confía en que basten para defenderse del rey de la selva, el coloso musical que lleva semanas acaparándose los súbditos madrileños. "El rey león se dirige a otro tipo de público, más joven", resta hierro el director asociado West. Y añade: "Los musicales no se roban espectadores sino que cada uno genera oportunidades y visibilidad para los demás". O sea que rivales sí, pero de buen rollo. Porque aunque es la historia de un asesinato, no deja de ser una comedia.
Babelia
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