Vodevil lado oscuro
Antes de que a nadie se le ocurriera hablar de minimalismo, esta obra ya lo contenía sutilmente en su estreno de 3 de junio de 1975 en Nueva York (escenario desnudo, vestuario monocolor, luz blanca). Entonces duró en cartel casi dos años y, literalmente, A chorus line se la tragó. No fue hasta 1995 que un programa del City Center lo recuperaba y hacía justicia a esta obra magistral. En España se montó por primera vez, con dignidad y éxito, en 1999. Lo que se vio anteayer en el Coliseum nada tiene que envidiar a las producciones de Broadway o Londres. Se respeta escrupulosamente todo lo que se puede, y no hay que perder de vista que es una adaptación, lengua castellana mediante. Vestuario, luces, escenario y músicos: todo impecable.
CHICAGO
Música: John Kander; libreto: Fred Ebb y Bob Fosse; coreografía: Ann Reinking y Gary Chryst; escenografía: John Lee Beatty; vestuario: William Ivey Long. Teatro Coliseum. 26 de noviembre.
Lo que se vio nada tiene que envidiar a las producciones de Broadway o Londres
Si con Fiebre del sábado noche llegaba una producción de altura y el descubrimiento de un nuevo astro para la Gran Vía, (el Toni Manero de Juan Pablo di Pace), con Chicago vuelve a ocurrir: una plantilla pujante que se esmera y cumple. Aquí el descubrimiento viene también de Buenos Aires: Marcela Paoli dando vida a Roxie Hart.
Entrando en detalles, algunas cosas no fluyen con el estilo y ritmo global de la pieza. Falta cierta sinuosidad en Natalia Millán, y cierta maldad en Manuel Bandera. Linda Mirabal está soberbia en Mama Morton y Fedor de Pablos conmueve al encarnar a Amos Hart, perdedor por antonomasia.
La historia de Chicago es fascinante y enlaza con la de su autor en ese vértigo tragicómico y sin zonas de descanso. Tuvo que morirse la columnista del Chicago Tribune Maurine Dallas Watkins para que Bob Fosse (Chicago, 1927-Washington, 1987) tuviera acceso en 1969 a los derechos de su pieza teatral sobre las asesinas Beulah Annan y Belva Gaertner, protagonistas del vodevil. Porque Chicago es un vodevil. Así fue concebido, y de ahí su tono a veces irritante, su sátira mordaz del espectáculo que contienen los actos de impartir justicia (hoy tan actuales, como moraleja). Chicago es, parafraseando a Dorothy Parker, tan real como efímero su entusiasmo. Tan real como que no hay buenos y malos, sino simples mortales inclinados al lado oscuro y entre ellos, triunfando, algún ejemplo de genuino rufián: eso en el fondo es lo que gusta. Y por cierto, el personaje de Mary Sunshine (que interpreta agudamente en travestido G. Rauch) tiene algo de la Parkery y de la Watkins en su caracterización original. Tampoco Fosse ocultó que la leyenda de Talula Bankhead en Broadway (siempre que podía rechazaba la ropa interior) jugó en el perfilado de la antiheroína Velma Kelly.
Quizás las raíces de Chicago hay que ir a buscarlas en el terreno del teatro musical en la versión de Los siete pecados capitales de Balanchine en 1933 (texto de Brecht y música de Weill), con las muy grandes Tilly Losch y Lotte Lenya dándose réplica. La herencia coreográfica de Fosse está marcada y sostenida por el trabajo de Ann Reinking (Seattle, 1949) y de Gary Chryst (La Jolla, 1950), dos excelentes bailarines de amplia formación coréutica que aplican a la sucesión de números coherencia, ritmo e intención.
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