¡Chicago esto?
No he visto la producción de Broadway de Chicago que lleva 15 años en cartel, pero, si es como la que Stage Entertainment acaba de presentar en el Tívoli, ya va siendo hora de que el espectáculo se actualice, sobre todo después de la estupenda película de Rob Marshall (2002) que ganó media docena de Oscars y es el referente aquí. Chicago debería oler a corrupción y saber a licor barato de contrabando. Estamos en los años de la ley seca y del crimen organizado, con sus gánsteres y sobornos, y esa atmósfera de tugurio clandestino debería respirarse durante la función. Las chicas deberían ser sensuales sin caer en la ordinariez castiza; los chicos deberían ser tipos duros; el trío protagonista -Velma Kelly, Roxie Hart y Billy Flynn- debería tener carácter, y cada uno, su personalidad bien definida; el vestuario debería ajustarse a la época... En definitiva, debería contar con todo ese jazz que se anuncia en el primer número.
CHICAGO
De John Kander, Fred Ebb y Bob Fosse. Dirección y coreografía original: Bob Fosse. Dirección musical: Santi Pérez. Intérpretes: Marta Ribera, María Blanco, Manuel Rodríguez. Teatro Tívoli. Barcelona, 22 de septiembre.
Este Chicago es archicutre, tanto como los supuestos periódicos de la época que nos muestran, que parecen meras impresiones en ordenador sobre una cartulina. No puede ser que, después de que Queen Latifah interpretara a la matrona Mama Morton, la de aquí (Marta Valverde) parezca la coordinadora de un grupo de azafatas de congreso; no puede ser que Bill Flyn (Manuel Rodríguez) parezca un anodino funcionario de Hacienda el día de su boda y que lo de Lo que importa es el amor lo diga en serio, después de que un Richard Gere de lo más sinvergüenza nos sorprendiera a todos cantando y bailando claqué; no puede ser que Roxie (María Blanco) no sea un muñeco de madera en manos de su ventrílocuo en A por el arma van si a Renée Zellweger incluso le brillaban las mejillas como si la hubieran encerado, ni que el número que lleva su nombre sea tan aburrido; no puede ser que Velma (la misma Marta Ribera que hizo suyo el personaje de Sally Bowles en Cabaret) carezca de alma y que los pasos que muestra a Roxie en Yo sola nunca podré sean tan pobres, cuando Catherine Zeta-Jones se daba toda en esa escena.
Los intérpretes saben cantar, pero eso no es suficiente; las voces, individualmente, suenan bien, pero en las piezas corales no hay compacidad. También saben levantar las piernas, pero eso tampoco basta si las coreografías apenas se desarrollan y básicamente lo que se nos ofrece son movimientos. La iluminación no ayuda. El mamotreto que acoge a la orquesta en mitad del escenario, tampoco. Por cierto, el director de esta, ¿podría limitarse a dirigirla? ¿Se ha ido diluyendo el montaje al pasar de unas manos a otras? ¡Qué decepción tan grande!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.