Las entrañas de Metrópolis
La cinemateca de París rinde homenaje al gran clásico de Fritz Lang
Cuando una periodista contactó a Martin Koerber para contarle que se había encontrado una cinta original de Metrópolis, la fantasía futurista y apocalíptica de Fritz Lang, en Buenas Aires en 2008, el restaurador cinematográfico no le dio importancia. Aquella película mal conservada resultó ser sin embargo la única copia original de la obra de culto del austriaco, de 153 minutos, anterior al tijeretazo impuesto a las pocas semanas de su estreno en 1927 por las distribuidoras. La cinemateca de París recupera ahora la muestra sobre el film que se celebró en Berlín en 2009, a la que se suma sus propios tesoros, incluida la reproducción a tamaño natural del robot realizado por Walter Schulze-Mittendorff, inventor de la criatura, para la apertura del templo del cine parisiense en 1972.
La exposición recorre la odisea de una obra cumbre que batió todos los récords de la época: un presupuesto de 6.000 millones de marcos alemanes -para 75.000 de recaudación, una pérdida de la que no llegó a recuperarse los grandes estudios alemanes de la UFA- , 311 días de rodaje y 60 noches, 620 kilómetros de negativo, 750 actores y 25.00 figurantes, todos martirizados por un implacable Lang. Culmina con el relato de otra aventura gigantesca: la de Martin Koerber y su equipo, que trabajaron contra toda lógica para recuperar y devolverle de la forma más leal posible su estado original a la película. En paralelo, la nueva versión de marzo de 2010 está actualmente en cartel en las salas de cine parisienses de la distribuidora MK2.
Cada espacio está dedicado a uno de los seis escenarios de base de la película, desde la ciudad de los hijos hasta la catedral, pasando por la ciudad obrera y las catacumbas. Por el camino, a través de los dibujos originales de los decoradores, de reproducciones de los trajes de los protagonistas, de hojas sueltas de las partituras de la música y del guión, de las fotografías del rodaje y, por supuesto, de los extractos en pantallas gigantes de las escenas clave, se adentra el visitante en las entrañas de la megaproducción, dejando al descubierto sus secretos, como el juego de espejos utilizado para agrandar los decorados. Otros bocetos de los baños femeninos, cuya realización se abandonó por su coste, dan una idea del lujo de detalles con el que trabajó todo el equipo.
Visto desde el siglo XXI, planea una sensación extraña de ser hoy algo del futuro fantaseado por Thea von Harbou, autora del guión. "¿Quién sabe si la gente del año 2.000 llevará este tipo de ropa?", reflexionaba por ejemplo Aenne Willkomm, responsable del vestuario, cuyos dibujos de las sensuales prendas de Brigitte Helm cuando da vida a la otra María -es decir la mala- copan parte de la exposición. "Quizás la gente mirará un día este Metrópolis de 1926 y se sorprenderá de la veracidad de la que es capaz la imaginación".
La retrospectiva se cierra con un guiño a la recepción francesa de la obra maestra, donde fue acogida con cierto desconcierto. En París se estrenó el 13 de octubre de 1927 en el Lutécia-Wagram y contó con Luis Buñuel entre sus más firmes defensores. Entre las curiosidades destacan los productos derivados, como unos souvenirs del estreno en forma de pequeños folioscopios con tapa de cuero. Aunque el mayor testimonio de la sensación vertiginosa de salto hacia lo desconocido es quizás el que deja la crítica del momento. "La película es la más colosal del mundo, la más sorprendente, y también la más desalentadora", escribía entonces la revista Cinéma - Ciné pour Tous. "Otra puerta cerrada. Al menos que intentemos algo todavía más grande, pero ¿qué inventaremos ahora?".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.