"Para escribir una novela hay que corregir los errores del periodismo"
Gabriela Cañas aprovecha sus más de 30 años en EL PAÍS y el incendio del edificio Windsor para desarrollar su primera novela, 'Torres de fuego'
Una ayuda que estorba. Es el oxímoron con el que Gabriela Cañas explica cómo el oficio al que ha dedicado toda la vida, el periodismo, ha influido a la hora de hacerse novelista. "Te da muchas vivencias de las que puedes extraer literatura. Pero para una obra de ficción hay que cambiar el chip, corregir los errores del periodismo", asegura Cañas. Tras el disfraz de novelista, el redactor se esconde de sus principios sagrados: "El exceso de descripción y de detalles, el estilo explicito que te impone el rigor no siempre se conjuga bien con una novela. A veces lo más literario es lo más implícito".
Tanto le gusta lo implícito que para levantar su ópera prima, Torres de fuego, partió de dos sombras. O quizás dos hombres. La noche del 12 de febrero de 2005 la cámara de un aficionado grabó las imágenes de dos siluetas oscuras que se movían por las plantas bajas de la torre Windsor, que había sido desalojada horas antes por un incendio. La torre finalmente perdió el pulso con las llamas y se derrumbó, dejando irresueltos ese y muchos más dilemas (por ejemplo, el origen del incendio), en uno de los sucesos más controvertidos de la historia reciente de España. "Fue espectacular, no hubo víctimas mortales y el caso se rodeó de un halo de misterio. Era la gran excusa para mi novela", cuenta Cañas, periodista de EL PAÍS desde hace más de 30 años, al presentar en Madrid Torres de fuego.
El desplome de la torre fue quizás el más paradójico de los fundamentos que Cañas pidió prestados de la realidad para edificar su novela. En las 346 páginas por las que corre la intriga de Torres de fuego (editorial Roca) está todo el repertorio que los españoles se han visto obligados a aprender de memoria en los últimos años: sobornos, crisis inmobiliaria, ambición salvaje, poder corrupto. "No es una novela periodística, pero la actualidad ha sido la materia prima fundamental. Me obsesionaba ese mundo de gente poderosa que hace cosas horribles y luego se va a casa tan tranquila", cuenta la autora.
Más allá del periodismo, sin embargo, Torres de fuego es una novela de personajes y de ficción. "Es una historia coral de gran complejidad. Y es una recreación literaria: no se fija demasiado en los detalles, en los árboles, sino que mira a todo el bosque", explica la escritora Rosa Montero, madrina auténtica de una novela, que entre borradores y versión definitiva, ha leído unas cuantas veces.
Por ese bosque inquietante deambulan las cinco mujeres que protagonizan la obra. Una de ellas en realidad se pasea bastante poco, ya que la alta ejecutiva Ana Ruiz-Benegas acaba asesinada en las primeras páginas, probablemente por saber demasiado. Su hermana Rosa y la hija de esta, Any, se sumergen entonces en las altas esferas del poder económico en busca de una respuesta al homicidio. "Para mí era más natural escribir de mujeres. Pero me interesaba sobre todo su mirada hacia un mundo protagonizado por hombres y que ellas conocen poco", explica Cañas. Y se apresura a desmentir la impresión de que ellas sean los únicos personajes positivos de la novela: "Simplemente, aún no han experimentado tanto poder. No se sabe cómo reaccionarían".
Tras dos novelas que no salieron de las paredes de su casa y algún que otro cuento, Torres de fuego ha sido la primera obra que Cañas se ha "atrevido" a publicar. "Estaba más decidida, tenía las ideas más claras sobre qué quería contar. Tardé unos dos años en terminarla", asegura, emocionada, la autora. Empezó en 2008, justo cuando dejaba su puesto de asesora de prensa internacional para el gobierno de Zapatero y regresaba al periodismo: "Advertía la urgencia de volver a escribir".
Para ello, siguió un sendero cuyos límites estaban algo trazados. "El género del suspense ayuda, te permite tener un esqueleto y unas pistas que seguir", afirma la autora. Loba de mar del periodismo, Cañas añadió su conocimiento de los pasillos y una suerte de juego con el lector, quien finalmente se lleva un premio que los personajes no reciben. "Los protagonistas se quedan con la duda sobre el asesino, mientras al lector se le ofrece la respuesta", desvela Rosa Montero. Después de las sombras de la torre Windsor, quizá habrían quedado demasiados misterios sin resolver.
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