Picasso recrea el taller de Giacometti
Málaga inaugura una muestra dedicada al artista suizo, que tuvo en el autor del 'Guernica' a uno de sus principales referentes
Las figuras filiformes de Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza,1901-Coira, Suiza, 1966) supusieron un cambio radical en la historia de la escultura. Portadoras en su levedad de una forma nueva de enfrentarse al espacio, son un espejo en el que se reflejaron todas las incertidumbres de la primera mitad del siglo XX. Récord absoluto el pasado año con El hombre caminando I (1961), con 104,3 millones, el artista suizo participó directamente en los principales movimientos de las vanguardias y se relacionó con los grandes creadores del momento. Con Picasso, uno de sus máximos referentes, se llevaba 20 años, pero sus mundos fueron muy paralelos, con París siempre como telón de fondo. Los puntos en común entre ambos genios, han sido determinantes para poder organizar la exposición retrospectiva que hoy se abre al público en el Museo Picasso de Málaga. Son doscientas obras expuestas en orden cronológico, en las que se hace referencia a sus maestros y se le hace dialogar con Pablo Picasso.
El Giacometti más inquietante y más personal surge después de ser expulsado del grupo surrealista
La mayor parte de las obras han sido alquiladas por la Fundación Alberto y Annette Giacometti. Un sorprendente montaje, firmado por Pablo Rodríguez-Frade, hace posible que todas las piezas se puedan contemplar tal como las fue creando el artista en su mítico taller de Montparnasse.
El resultado es un bosque de figuras aupadas en sus pedestales o resguardadas en sus estructuras metálicas en forma de jaulas que, colocadas sobre grandes mesas de madera, quedan a la altura de los ojos del espectador. Los pellizcos en bronce y su peculiar manera de concebir el frente y la espalda de cada figura se pueden contemplar con todo lujo de detalles. Su búsqueda de la simplificación de la figura humana se puede seguir a partir de sus primeros trabajos (foulards, percheros, pies de lámparas), así como sus incursiones en el surrealismo (Mujer tendida que sueña, "objetos desagradables"). Residente en París desde 1922, a partir de 1929 su amistad con Jean Cocteau y André Masson le lleva a militar con entusiasmo en el grupo de André Breton.
Pequeños óleos
Óleos de pequeño tamaño y dibujos hechos con bolígrafo o lápiz con los rostros de sus seres más próximos cuelgan en las paredes que rodean los grupos escultóricos colocados sobre las mesas blancas. A través de las pinturas, los grabados y el mobiliario, se adentra en el cubismo y considera la exposición de Picasso de 1932 en Zurich como una obra maestra muy a tener en cuenta. Con lo que ve entonces llena una libreta, que la exposición de Málaga exhibe por primera vez al público. La influencia del artista español sobre el suizo se pone de relieve en una sala en la que se muestran obras de cada uno de ellos, inspirados en algunas de las mujeres más importantes en la vida de ambos. En los dos casos fueron bastantes.
Pero el Giacometti más inquietante y más personal surge después de ser expulsado del grupo surrealista, momento en el que se dedica a crear sus delgadísimas figuras, que caminan en el espacio pegadas a sólidos pedestales. Es una etapa de gran incertidumbre personal para el artista. Véronique Wiesinger, comisaria y directora de la Fundación Giacometti, mantiene que la muerte del padre es determinante para su replanteamiento de la escultura. "Parecen hombres perdidos caminando hacia el vacío, hacia la muerte". El hombre que camina es la pieza cumbre de esta etapa, y sirve de broche de la exposición. Pero la que aquí se muestra no es la misma pieza adjudicada en Sotherby's. Forma parte de una serie de 12 hechas con el mismo molde, pero con un toque artesano que las hace diferentes, según Wiesinger. Picasso, en esto, no coincidía con el suizo. Su nuera, Crhistine Picasso, aseguró rotunda que para el artista malagueño el número tres es el máximo de reproducciones para una escultura. "Si se hacen más se estropea el molde, y él opinaba que la idea original se dañaba".
El auténtico colofón de la exposición está en una sala en la que el Giacometti más atractivo, fascinante y maldito es tratado en todo su esplendor. Primeros y medios planos firmados por Avedon, Man Ray o Irving Penn muestran a un artista tan atrayente como Picasso, pero con la belleza de los grandes actores de aquellos años. Serio siempre y mirando a cámara con fuerza, parece estar explicando los motivos por los que se dedica al arte, y que detalló en una entrevista concedida en 195: "Hago pintura y escultura para defenderme, para alimentarme, para atacar.... Para ser lo más grande posible, para vivir mi aventura, para hacer mi guerra".
Babelia
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