Giacometti se cita con Nefertiti en Berlín
El Altes Museum organiza una exposición que muestra la pasión del escultor suizo por el Antiguo Egipto
El Altes Museum de Berlín exalta la egiptomanía de Alberto Giacometti a través de doce esculturas y dos bocetos del escultor suizo, que desde hoy dialogan con el busto de Nefertiti y otras obras de la vasta colección egipcia del museo, dotándolas de una modernidad sorprendente. Giacometti (1901-1966) vivió obsesionado por la estética egipcia, a diferencia de otros artistas modernos que, "o bien sienten demasiado miedo a la perfección del arte egipcio o quizás demasiado respeto ante la veneración de la muerte", explicó hoy Dietrich Wildung, el director del Museo Egipcio, al presentar la muestra.
Giacometti, el egipcio, que integrará dos salas del Museo Egipcio hasta el próximo 15 de febrero, establece pues arriesgadas analogías entre la armonía de las famosas esculturas alargadas forjadas en el siglo XX y la inmortalidad de estatuas alejadas miles de años en el tiempo. Este experimento museístico es fruto del trabajo de dos entusiastas del arte egipcio, como Wildung y Christian Klemm, de la Fundación del escultor en Zúrich, que hoy destacaron lo "egipcio en Giacometti", visible en "la estructura" de sus obras, "la intensidad de la mirada" de sus personajes y "el espacio de sus figuras".
Nefertiti, musa de Berlín
Del dicho al hecho. Desde hoy sorprenden al incauto visitante del Altes Museum doce esculturas del escultor y pintor suizo, procedentes de la Fundación Alberto Giacometti de Zúrich, además de dos bocetos de un coleccionista japonés. Al lado de Nefertiti, musa de los berlineses que la consideran la mujer más bella de esta ciudad, encontramos un busto de Annette Arm, la musa de carne y hueso de Giacometti a la que conoció en Ginebra y con la que contrajo matrimonio en 1949, de regreso en París, la ciudad donde vivió largos años y que más le inspiró.
Annette, su paciente modelo, y el hermano de Giacometti, Diego, que se convirtió a finales de los años veinte en su ayudante y también aguantó largas sesiones posando para el artista, apenas llaman la atención entre las obras del Museo Egipcio, como si siempre hubieran estado mirando a los jardines del Lustgarten berlinés. Es el caso de la Figurina sobre gran pedestal, de 1952, cuya plasticidad muestra claras simetrías con la figura de una sepulturera egipcia que data del año 1850 antes de Cristo.
La obra más monumental de Giacometti en esta muestra es el Hombre que marcha, una de las esculturas andantes en bronce, que curiosamente contraponen a una figurita de madera de apenas diez centímetros de altura, en madera, de 1900 antes de Cristo. En las estatuas del Antiguo Egipto ya buscaban hacer visible "la idea del espacio" y del movimiento, apuntó Wildung, para establecer así una analogía con el escultor contemporáneo que "coloca sus figuras en una jaula" con la idea de plasmar el dinamismo del movimiento virtual", añadió.
Simetrías de hierro y madera
Curioso igualmente el paralelismo entre el Cubo en bronce del escultor, con grabados, y la estatua en forma de cubo de Senenmut en granito, cargada de jeroglíficos. O las simetrías entre la Jaula de Giacometti, que recuerda a un taburete de barra, y el Petamenofis sentado, tallado en granito, de 680 antes de Cristo. Así como Giacometti paseó innumerables veces por el Louvre parisino, admirando las estatuas egipcias, jamás llegó a ver las que albergaba el Museo Egipcio berlinés más que en libros.
Algunos de estos volúmenes han viajado hasta Berlín y pueden verse abiertos por la página donde, al lado de las fotografías de las veneradas estatuas, pintó bocetos a lápiz.Giacometti, el egipcio forma parte de un Festival de Exposiciones, que bajo el epígrafe Culto al artista integra diez muestras que comenzaron a abrir sus puertas a principios de mes con una retrospectiva de Andy Warhol y Joseph Beuys en el Hamburger Bahnhof y que mañana se completará con sendas exhibiciones de Paul Klee y Jeff Koons en la Neue Nationalgalerie.
Giacometti, en cualquier caso, edulcorará durante algunos meses un Berlín pobre en sus obras -a diferencia de París o Zúrich- y rubricará así que All art has been contemporary (Todo arte ha sido contemporáneo), como reza la instalación luminosa de Maurizio Nannuccis que cuelga entre las columnatas del Altes Museum.
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