Cruce de caminos latinoamericanos
Un paseo por la presencia permanente de América Latina en Madrid, en el 'Diario del anfitrión' de Mercedes Cebrián, dentro del especial 'BabeliAmérica 2'
Regresemos por un momento al Madrid de 1989: la que firma este texto cantaba en un coro juvenil que sirvió de anfitrión a una agrupación coral de Buenos Aires en gira por Europa. La mayoría de los cantantes iban cargados con sus mates, bombillas, termos de agua hirviendo y voluminosos paquetes de kilo de yerba Taragüí o Rosamonte que no podían encontrar ni de casualidad en Madrid. En aquel 1989 lo más latinoamericano que había en esta ciudad eran los nombres de algunas estaciones de metro -Rubén Darío, Cuzco, República Argentina- y la tienda El Quetzal de las Indias, especializada en tejidos tradicionales guatemaltecos y bisutería en plata.
Casi 20 años después, una de las integrantes de aquel coro porteño decidió visitar Madrid de nuevo. Le di buenas noticias: esta vez no necesitaría traer ese kilo extra en su maleta: si no era demasiado exigente en cuanto a la frescura de la yerba (Madrid y su clima seco, ¡ay!, bueno o malo según se mire), en muchas tiendas de Lavapiés encontraría sus marcas favoritas. Y en el kiosco argentino de Gran Vía 50 le proporcionarían mates y bombillas de repuesto y las galletas más populares de su niñez las 24 horas del día, como si se tratase de un dispensario de urgencia.
Países como México, cuya gastronomía es célebre a lo largo de todo el planeta, han estado representados en Madrid desde hace décadas, aunque a veces en versiones distorsionadas, como si hubiese interferencias en la transmisión de las recetas. Ahora, desde que la minitaquería Mi Ciudad abrió sus coloridas puertas cerca del metro Ópera no hay posibilidad de error: los madrileños son forofos de sus tacos a 1,50 ¤ y al elogiarla mencionan indefectiblemente el elemento que garantiza su autenticidad: entre su clientela siempre se ven mexicanos de verdad pidiendo tacos a mansalva.
La cocina peruana ha llegado también a Madrid para quedarse, pero el último local latinoamericano en aterrizar en Madrid hace menos de un mes viene de un país algo más al sur: El estribito es el primer bar-restaurante chileno del Barrio de las letras. No podían faltar en él los sandwiches con nombres de expresidente y exministro: el Barros Luco y Barros Jarpa, y una carta de empanadas chilenas más amplia que un catálogo de pinturas de pared.
Pero no solo de empanadas y tacos vive el hombre: el alimento proporcionado por la palabra escrita de poetas, narradores e intelectuales latinoamericanos se encuentra especialmente en dos librerías: una de ellas es la Juan Rulfo de Argüelles, a cargo del amable César Solis. Es conocida como "la librería del fondo", y no porque se encuentre al final de un pasillo oscuro sino por pertenecer al Fondo de Cultura Económico mexicano. En la calle Huertas, paraiso de bares de copas y karaokes, la animación diurna la proporciona la librería Iberoamericana. Las dos cuentan a menudo con la versión de carne y hueso de los nombres que aparecen en las cubiertas de sus libros, pues se dejan caer por allí con motivo de presentaciones, lecturas o talleres.
La mitomanía literaria hacia escritores de América Latina también se puede llevar a cabo en lugares como la Residencia de Estudiantes, donde al ir a comer, cenar o consultar su biblioteca era fácil cruzarse con José Watanabe, Gonzalo Rojas, Ida Vitale, Daniel Samoilovich... o esta mismísima semana con el poeta brasileño Lêdo Ivo. Y los fetichistas, amantes del objeto que es a la vez sinécdoque de su propietario, no deben dejar de visitar el Pequeño museo del escritor del Centro de Arte Moderno. Que si un cenicero en forma de cisne perteneciente a Lezama Lima, que si dos sombreros de Bioy Casares y la máquina de escribir de Onetti... todo eso lo encontrarán de nuevo en el distrito de Argüelles. Y en el bien trazado barrio de Salamanca descansan esperando lectores los casi 4000 volúmenes que Cortázar poseía en su casa de París, donados por por Aurora Bernárdez a la Fundación Juan March.
Parece claro entonces que la presencia latinoamericana en Madrid es alta a todos los niveles, si bien hay semanas como esta primera de octubre en que resulta todavía más densa y vegetada: se hace amazónica, por emplear una metáfora brasileño-peruana. Sentimos ya la grata ansiedad de vernos obligados a deshojar la margarita ante opciones como ir a escuchar a Vik Muniz a la Casa Encendida o a ver cine brasileño de los 60 en el Reina Sofía y la obra del chileno Roberto Matta en el Museo Thyssen-Bornemisza, aunque durante el resto del año sigamos yendo a la Residencia de Estudiantes, a la Casa de América o al Teatro Español, donde la compañía Timbre 4 de Claudio Tolcachir se siente, desde 2009, casi como en su casa-chorizo de Boedo.
Y es que el trato frecuente trae consigo la naturalidad y el aprendizaje: por eso a día de hoy no haría falta imprimir un glosario informativo de vocabulario argentino como el que se repartió en 2001 a los espectadores de El hijo de la novia de Campanella, que en aquel momento sí precisaban la explicación de términos como "morfar" o "laburo". La naturalidad está también en elegir cualquier bar-restaurante peruano del barrio de La Elipa como una opción más para cenar fuera una noche, y pedirse un pisco sour no para probar qué-demonios-es-eso sino porque ya forma parte de nuestra carta mental de bebidas, lo mismo que el gin tonic o el humilde calimocho adolescente. ¿No es esa la verdadera idea de cosmopolitismo? Eso y cruzarse por Madrid cada día con rostros inequívocamente latinoamericanos. O poder llevar a narradores como (y ahora perdónenme el name-dropping) Carlos Labbé, Samanta Schweblin, Ramiro Sanchiz, Brenda Lozano y un montón más que vinieron a un congreso en 2010 al bar con piano Tony2, como parte del rito de iniciación para cualquiera que se adentre en la noche madrileña.
Esta semana, repito, Madrid será densa y amazónica en lo que respecta a la presencia latinoamericana, pero en las sucesivas no se verá convertida en un terreno yermo: sus habitantes la mantendremos bien regada para que eso no suceda nunca.
Babelia
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