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La Simón Bolívar se hace mayor

La orquesta estrella del sistema venezolano ya no quiere que se la tilde de juvenil

Ya no son solo esos jóvenes que han maravillado al mundo renovando desde los cimientos la música clásica. Los músicos de la orquesta Simón Bolívar de Venezuela quieren dejar caer de su sigla un calificativo ya superado: el de juvenil.

Si algo ha demostrado la gira con motivo del bicentenario que han realizado estos días por América Latina -Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Colombia- no es solo el entusiasmo que hace desbordar los teatros con nuevo público. Ocurrió en Santiago de Chile, por ejemplo. Con un día de perros y cientos de personas agolpadas en la puerta del Teatro Municipal.

Los instrumentos quedaron atrapados unas horas en la aduana y una multitud de jóvenes esperaron cuatro horas a que llegaran para verles ensayar. Tampoco es solo lo que atrae de ellos el asombro por el proyecto social que les convirtió en cantera de talentos mundial desde que José Antonio Abreu creara el sistema de orquestas en Venezuela hace 36 años. O el carisma de su director, Gustavo Dudamel, ya triunfador en Estados Unidos y con podio asegurado en las mejores formaciones europeas. Si algo han demostrado es su espléndida y arriesgada madurez.

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Tiempo van a tener ahora de hacerlo más visible por Europa, donde recalan en el Festival de Salzburgo como orquesta residente y en los Proms de Londres, donde han batido el récord de rapidez en la venta de entradas. En sólo tres horas se agotaron para verlos en el Royal Albert Hall.

La categoría de las mejores orquestas responde a variantes muy sutiles. Que la mayoría de grandes formaciones sinfónicas de referencia no se atrevan a programar por su dificultad la Séptima de Mahler y ellos sí, ya es un rasgo distintivo. De audacia y al tiempo de crecimiento. Y de depuración del sonido. Para eso debía salvar un grave obstáculo que les hiciera colocarse a nivel de las grandes en condiciones de igualdad. Su sonido. Pero ahí entró la Fundación Hilti, con sede en Liechtenstein. Hablaron con Dudamel y le plantearon su apoyo.

El director fue claro: "Necesitamos instrumentos de calidad". No hubo problema. En tres años la fundación alemana ha invertido 3 millones de dólares en la compra de 110 instrumentos que les han cedido, explica Elisa Sologni. Ella se encarga de buscarlos y probarlos personalmente con cada uno de los chicos. Es una especie de hada madrina que ha contribuido con su trabajo desde la fundación a alzar el sonido de la orquesta en otra estratosfera.

Los músicos alternan experiencia y sabia nueva. Cada uno de ellos enseña su instrumento dentro del sistema a niños y jóvenes. Pero cada vez ensayan más. Tocan más, arriesgan más. Cuentan con hambre de estatura artística y una bendita ambición. Lo corroboran uno a uno. "Esto ya no es una orquesta juvenil, muchos llevamos 15 años juntos, estamos en ese momento en que nos casamos, tenemos hijos, la madurez nos ha llegado en la vida y en la música", asegura Leswi Pantoja, tuba, 29 años.

Si no hubiera ingresado de niño en las orquestas sabe perfectamente qué habría sido de su vida. "Mis amigos del barrio están casi todos muertos. De 15 que éramos debemos quedar tres", comenta. Menos mal que su padre supo empujarle hacia el núcleo donde aprendió a ser músico en Guatire, estado Miranda.

"Estamos en ese proceso de crecimiento. Me enorgullece ver tocar a mis compañeros a ese nivel", dice Luis Castro, intérprete y maestro de trompa muy afamado en el sistema por sus métodos personalizados de enseñanza. "Buscamos la excelencia, hacernos de una personalidad propia, de un sonido". Algo que tiene que ver con el asalto desde una picardía y una alegría latinas al gran repertorio.

Sin olvidar la vocación de entrega misionera. El sistema da y debe recibir de sus estrellas. "Nosotros somos el ejemplo para los chicos que están ahora en los núcleos. La prueba de que con esfuerzo y sacrificio se puede salir, superar un entorno difícil, conseguir algo grande", añade Castro.

No hay destinos predeterminados. No existe lo fatídico. Es una de las enseñanzas de Abreu, aunada al trabajo constante: "Para descanso, el descanso eterno", se hartan de oírle decir cuando se les ve agotados a muchos y recostados sobre sus instrumentos. Lo cuenta Katherine Rivas, primera flautista de la orquesta con solo 23 años, uno de los asombros de la gira cuando ataca un solo mágico en la suite Daphnes y Chloe, de Ravel.

María José Oviedo, 21 años, violinista, es de las más jóvenes. "Me fijo en los que llevan más tiempo, son mis maestros", afirma. Le ha costado noches en vela ingresar en la Simón Bolivar. Pero nunca ha entendido su vida fuera del violín. "Desde que tenía 10 años, me entró una fiebre, no podía dejar de tocar. Mis hermanos no lo soportaban". Hoy contempla la evolución hacia un nuevo estadio de la orquesta consciente de su suerte. "Tenemos una nueva visión, comenzamos algo nuevo", dice.

Pero sin perder las bases morales de lo que son, de donde vienen. "Nosotros debemos trascender la música para dejar un mensaje a la sociedad", comenta Anna González, violinista de 28 años. "Somos luchadores y tenemos que llegarle a la gente".

José Antonio Abreu no parece preocuparse tanto de las etiquetas. Cuenta con dos orquestas juveniles punteras en el sistema: la Teresa Carreño y la Juvenil de Caracas. En cuanto a la Simón Bolivar, hechos son amores. Las palabras no importan, solo las evidencias. Y estas según él, quedan a la vista con lo que dijo el año pasado el diario The Times cuando recalaron por Londres: "Escribieron que era una de las cinco mejores orquestas que podían escucharse hoy en el mundo", comenta el maestro.

Dudamel, dirigiendo a la orquesta Simón Bolívar en el Teatro Municipal de Río de  Janeiro.
Dudamel, dirigiendo a la orquesta Simón Bolívar en el Teatro Municipal de Río de Janeiro.FESNOJIV

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