Mortier: "San Francisco es el símbolo de los valores perdidos"
El Teatro Real presenta su ópera más arriesgada, que se estrena el miércoles en un recinto deportivo
No hay una obra mejor que el San Francisco de Asís de Olivier Messiaen (1908-1992) para explicar el proyecto de Gerard Mortier al frente del Teatro Real. Por la complejidad de su música y, especialmente, por el montaje que propone el director artístico belga, que ya fue estrenado en el festival del Ruhr hace ocho años, y que llega a Madrid con la enorme cúpula de 22 toneladas diseñada por la pareja de artistas rusos Kabakov como símbolo de su relato místico. Enorme, extensa (cinco horas) y profunda, solamente intelectual y arriesgada. Especialmente en lo que a la paciencia del público se refiere, que tendrá que desplazarse a otro recinto y abrirse a una propuesta difícil. Hoy, Mortier -rodeado del director musical, Sylvain Cabreling; el director general del Teatro Real, Miguel Muñiz; los autores de la instalación y el solista Alejandro Marco-Buhrmester- ha presentado su proyecto más ambicioso, que se estrena el próximo miércoles fuera del teatro: en el Madrid Arena de la Casa de Campo.
Mortier ha querido enseguida acercar esta densa obra a los tiempos que corren. "Hoy más que nunca, san Francisco es un símbolo de los valores que hemos perdido. Es la oposición al tiempo de consumo. Porque la alegría solo llega cuando no damos importancia a la posesión", ha señalado. Esa austeridad se refleja, en parte, en el montaje. Una enorme cúpula de 14 metros de altura colocada horizontalmente pretende crear la sensación en el espectador de que está mirando hacia arriba en una iglesia. Pero no hay nada más. La cúpula va cambiando de color con la música, una señal sinestésica vinculada profundamente a la música del compositor francés y que acompaña a san Francisco en el camino de la redención durante toda la obra. Su iluminación, construida a través de 1.400 fluorescentes, representa la elevación de los pensamientos y del alma: tanto en lo religioso como en lo cultural.
El problema o la dificultad de todo este asunto, además de la insólita y colosal duración, es lograr que el espectador olvide que está en un recinto deportivo que puede llegar a desacralizar todo el ritual operístico. Ese es el reto de los Kabakov, una pareja de artistas rusos que huye de la denominación de "escenógrafos" y prefiere llamar a lo que hacen "instalación total". "Es justamente porque consiste en transformar completamente un espacio pensado para otra cosa", explica Emilia Kabakov. Este montaje fue un encargo que Mortier hizo a los artistas para la Trienal del Ruhr en 2003, que entonces dirigía. Les dejó hacer lo que creyeron conveniente, por eso ellos están tan agradecidos y aseguran que para cuestiones operísticas solo trabajan con él.
Canto de los pájaros
La música de Messiaen, profundamente vinculada al canto de los pájaros y al tiempo que pasó encerrado en un campo de concentración, tampoco es fácil. "No es una música tonal, tampoco atonal al estilo de Schönberg, tampoco es Stravinski...", señala Cambreling. "Es una música francesa, que sigue la línea de Berlioz o de Débussy. Para los que la escuchan por primera vez, lo que se retiene es una confianza y gran amor por la humanidad. Lo más importante es la fuerza que te da. Cuando termino de dirigirla, y son cuatro horas y media de función, estoy menos cansado que al principio. Otra cosa es al día siguiente", ha bromeado el director de orquesta.
Una de las particularidades del montaje es que la orquesta y el coro (120 cantantes) están sobre el escenario, justo debajo de la cúpula, sentados hacia el público. El director de orquesta les mira, pero queda de espaldas al solista, que necesita unas pantallas laterales para seguir las indicaciones de Cambreling.
Más allá de la cúpula, de una jaula con pájaros y un puente metálico por el que desfilan algunos personajes, el montaje no ofrece muchas más variantes durante las cinco horas. El ritmo de sucesos sobre el escenario es más bien escaso y la respuesta a la búsqueda de emociones del público se encuentra en el grado de aceptación que tenga con el viaje intelectual y casi místico que el San Francisco de Mortier propone. Será una experiencia distinta, eso seguro. "Tenemos personajes, esto no es un oratiorio en absoluto", ha reivindicado el encargado de la disposición escénica, Giuseppe Frigeni. Algo que Mortier ha suscrito y subrayado: "Menos cosas pasan en la primera parte de Tristán e Isolda".
Para amenizar los dos descansos, el Teatro Real ha pensado una exposición sobre Messiaen que ya está instalada en el Madrid Arena. Además, habrá servicio de cafetería y restaurante. "Abriremos el recinto a partir de las 16.30", ha dicho Mortier, "queremos que la gente venga como si fuera un festival".
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