El idilio mortal de Unni Lindell
'La trampa de miel', primera novela de la autora noruega que se publica en España, sigue la investigación de dos detectives tras un homicidio en un barrio residencial pacífico
Su profesor de primaria debía de alucinar. Aunque el tema de la redacción que les encargaba a sus alumnos fuera Un paseo por el bosque, en la composición de la pequeña Unni Lindell acababan colándose al menos 12 muertos. "Siempre he tenido esa ansiedad por escribir y en especial para la novela negra", cuenta esta autora noruega de 54 años que en su país ha vendido más de tres millones de ejemplares. Paradójicamente, en su primera obra que se traduce al español, La trampa de miel (Siruela), solo hay una fallecida, aunque, por si fuera poco, también mueren tres perros y desaparece un niño de siete años.
En un verano de postal, los pequeños juegan por las calles y una furgoneta de helados recorre un barrio residencial de Noruega. La trampa de miel arranca en un idilio que se intuye no duradero. "Escandinavia está llena de lugares pequeños y maravillosos, que sin embargo esconden peligros", asegura Lindell. Así, la lupa de la novelista va buscando el polvo tras el marco del paraíso aparente donde se desarrolla la trama. "El escritor tiene que ver detrás de las cosas", explica la autora. Lo que, en su caso, significó asistir realmente al encuentro enternecedor entre niños y helados y pensar: "Esa camioneta tendrá una cámara frigorífica".
Esa idea fue la chispa que arrancó el coche que atropella mortalmente a una joven inmigrante y da el pistoletazo de salida al thriller de La trampa de miel. Empieza así una carrera frenética de 411 páginas, donde dos detectives investigan el crimen, el punto de vista rebota de un protagonista a otro cada cuatro párrafos y el lector acaba perdido, al principio, y atrapado, luego, en la telaraña de la autora. "La novela negra es el género final. Puedes profundizar la historia de los personajes y los problemas sociales, provocar emociones y usar un lenguaje culto", sostiene Lindell.
Una vez descubierta esa formula áurea, los escandinavos no paran de aprovecharla. Stieg Larsson, Camila Lackberg, Henning Mankell, Jostein Gaarder, Maj Sjöwall y Per Wahlöö son las estrellas de un género que ha encontrado en el gélido norte de Europa su ecosistema preferido. "La novela negra escandinava tiene un nivel muy alto", considera Lindell, que asegura que en su país la siguen los paparazzi y le para la gente por la calle.
Como las vacas sagradas del género, Lindell también cuenta con sus detectives. En La trampa de miel, dos son los virgilios que bajan al infierno con el lector. Cato Isaksen es el Sherlock Holmes de Lindell, que ya le ha dedicado seis libros. Marian Dahle, recién llegada a sus páginas, es en cambio su pupilo y nuevo amor: "Es políticamente incorrecta, descarada, poco femenina y a menudo supera el límite del comportamiento de un policía, por lo que, por otro lado, entiende mejor a los criminales".
Demasiado parecidos para gustarse, Isaksen y Dahle trabajan juntos por obligación, aunque preferirían pegarse. Su investigación poco tiene que ver con series estadounidenses y haces de luz ultravioleta que desvelan huellas invisibles. Lo suyo son interrogatorios e intuiciones. "En Noruega es ese el método que se aplica. Me asesoro mucho con amigos policías y abogados antes y después de escribir e intento narrar historias realistas", asegura Lindell. También tira de experiencias personales y búsquedas algo surrealistas. Para un detalle de La muerte dulce (otra de sus obras), se fue a la comisaría de Oslo y se sentó a hacer dibujos y tomar notas. Preguntada por si quería ayuda, contestó que no, que solo estaba estudiando cómo se podría matar al jefe de la policía.
Metáfora de su país, tras unos ojos azules magnéticos y una apariencia delicada, Lindell esconde toneladas de realismo. "Las novelas negras van de gente que ha ido demasiado lejos. En el fondo, la vida puede cambiar en dos segundos y todos, bajo ciertas circunstancias, podemos convertirnos en asesinos", dice Lindell. Fue, por ejemplo, lo que le pasó a una niña de 19 años que la autora conoció en una visita a la cárcel de Ámsterdam y que había asesinado a su padre.
Tal vez la reflexión de Lindell parezca exagerada, aunque no sorprende en una mujer que antes de entrar en una habitación de hotel, deja fuera la maleta y registra el cuarto de cabo a rabo en busca de homicidas escondidos y otros peligros. La ansiedad acompaña constantemente a Lindell. Pero, según ella, es uno de los secretos de su estilo: "Uno nace escritor, no se hace". A saber qué opinaba su profesor de primaria.
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