Estrecharle la mano a Europa
La primera y última vez que tuve la suerte de ver a Jorge Semprún en persona fue hace aproximadamente un año. Fue en el campo concentración de Buchenwald, en el acto de conmemoración del 65 aniversario de la liberación del mismo.
¿Qué puede significar para mí, un joven español de casi 30 años que vive en Alemania desde hace seis, estar en ese lugar, oír hablar a Jorge Semprún, estrecharle la mano? ¿Por qué al final de su discurso -y no el de las otras personalidades- se me hace un nudo en la garganta?
En su discurso, Semprún nos recuerda que hace 65 años, él iba entre los harapientos hombres que los dos primeros militares estadounidenses se encontraron al llegar a Buchenwald. Columnas de supervivientes de la resistencia antifascista que marchaban a combatir al Este, avanzando por la sombría carretera que hoy todos recorrimos para llegar hasta aquí. Aquellos militares -dos judíos americanos, una ironía que Semprún no pasa por alto- recogieron en su informe cómo aquellos supervivientes iban furiosamente alegres. Gracias al meticuloso esfuerzo por parte alemana de conservar una historia reciente tan poco favorecedora, podemos escuchar una voz que es la voz de Europa. Semprún fue testigo y protagonista de una Europa que yo, nacido en democracia y crecido en la Unión Europea, no he conocido. Una Europa que según Semprún se empezó a construir aquí mismo, en Buchenwald, donde estuvieron todos los resistentes europeos.
Y entonces, al final de su discurso, pronunciado en las mismas colinas en las que Goethe y Eckermann conversaban (algo que Semprún ya recogió en su libro Aquel Domingo), en el mismo campo en el que la resistencia organizada ayudó a sobrevivir a niños judíos que llegaban de campos de exterminio, el mismo campo que tan solo cinco meses después sería utilizado por el Ejército soviético como campo de concentración, en ese mismo campo, junto a otros supervivientes de otras nacionalidades y ante las autoridades alemanas, el Semprún de hoy saluda fraternalmente a aquel Semprún de 22 años que atravesó la verja de hierro de Buchenwald y salió furiosamente alegre a construir Europa.
Guillermo Pérez-Hernández trabaja en el Instituto de Matemáticas de la Universidad Libre de Berlín
Babelia
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