La escultura fracturada
Las obras de Anish Kapoor no dejan indiferente al espectador. Su simplicidad no está reñida con el efecto entre sensual y mental que producen. La retrospectiva que le dedica el Guggenheim de Bilbao despliega el recorrido vital de este artista que cree en la utopía
Un cañonazo retumba en el interior del Guggenheim de Bilbao. Y luego otro. En efecto, un cañón está disparando gruesos proyectiles de cera roja contra el fondo de la sala. Las balas cilíndricas impactan y luego chorrean hasta caer pesadamente en el suelo. Cuando la exposición de Anish Kapoor (Bombay, 1954) termine, habrá compuesto una sangrienta acumulación de materia y pintura mural. Es una de las obras de cera roja que ha trabajado en los últimos años. Una serie mucho más poderosa, dramática y dinámica que las que había hecho en sus casi treinta años de carrera. "Estas piezas son como un mundo fracturado. Mi trabajo previo consistió en crear formas completas. Muchas de las piezas de cera se refieren a un mundo quebrado, inconcluso, abierto, sin fin preciso. Un universo confuso. Me interesa el estado psicológico que propicia. Cierto estado de ansiedad. En ese sentido creo que sí he cambiado. Hay ansiedad y no sólo en los cañonazos contra la pared. La mayoría de estas piezas trata sobre la tragedia del movimiento".
My Red Homeland, que se exhibió en el CAC Málaga en 2006, ilustra esa idea . Una terrorífica máquina de 12 metros de diámetro, con 25 toneladas de cera y vaselina de un rojo carne, removida por un brazo de acero motorizado. ¿A qué patria se refiere este hombre nacido en Bombay, pero que ha vivido casi toda su vida en Londres? ¿Y por qué roja? Esquiva la primera respuesta, como casi todo lo que tenga que ver con su vida personal. A la segunda responde: "Me obsesiona el rojo". Hace un silencio, y continúa: "El color no se encuentra siempre en la senda de la luz. No siempre ilumina. También hay oscuridad en el color. En el rojo hay cierta oscuridad porque está fuertemente asociado a nuestro cuerpo. Es tenebroso, profundo, mucho más que el gris o el negro. El tono escogido para estas piezas es el del interior de nuestro cuerpo. El rojo causa impresiones que no consiguen los otros colores. Es el que marca el inicio de mi viaje en el arte. En ese sentido, y de forma muy literal, mi patria es mi cuerpo. En el principio fue el rojo".
"Para mí ha sido un proceso de regreso al color, a mi necesidad de color. Quise volver a un material más tradicional como es la pintura al óleo. La cera que utilizo es una mezcla con óleo intensamente coloreado y otros aceites que permiten ese estado de solidez pastosa. Pero lo que me interesa en ese material es el color como condición, no como una capa o una pátina. Quiero que la rojez o la amarillez sean equivalentes a la humedad o sequedad".
No es habitual que un escultor tenga un sentido del color tan preciso y agudo como Kapoor. Como si, en realidad, hubiese querido ser pintor. "Pienso en la pintura todo el tiempo", confiesa con una sonrisa. "Mi principal interés, desde mis inicios, ha sido el color. Es lo que me motiva: la forma y el color. Otra de las tensiones en mi trabajo es la relación entre objeto y superficie, entre objeto y pintura. He hecho formas con pigmentos: la forma como color. Y luego he trabajado en una serie de obras sobre el vacío que diluían la forma en tonos oscuros como el azul, todo en torno a la idea de la ausencia. Más adelante el acero inoxidable me sirvió como materia reflectante de manera que hacía prácticamente invisible el color y la forma. Todos ellos buscaban la forma que existe y no existe a la vez, una suerte de realidad dual, cosa que, por lo demás, tienen todos los objetos. El sentido del no-objeto. Porque el objeto no es algo sólo físico sino que te lleva hacia otro lugar. Un espacio que está más allá".
Kapoor eligió desde el principio el espacio, no para colocar simples objetos en una habitación, sino para otorgar una dimensión nueva a la relación entre ambos. Las formas pigmentadas de los años ochenta adquirían texturas misteriosas, las protuberancias eran superficies sensuales y los agujeros parecían succionar al espectador en los noventa. Las esculturas de Anish Kapoor producen sensaciones. Y nunca son figurativas o narrativas. "No me interesa la figuración. Soy un artista fuertemente abstracto porque pienso que no tengo un mensaje que ofrecer al mundo. No hay narración. Pero sí creo que en el estudio pueden suceder cosas importantes. Son como historias, pero no tienes por qué contarlas. La belleza del arte abstracto es que puedes contar algo sin narrarlo, sin una proyección lineal".
"El arte abstracto puede alcanzar preguntas fundamentales como ¿qué es la consciencia?, ¿dónde está y cuál es el principio? Muchos artistas en el periodo modernista se preocuparon por este tema. Especialmente los abstractos norteamericanos como Barnett Newman, Rothko y Cliffrod Still, entre otros. En estos trabajos el rojo se muestra en toda su violencia, desde lo menstrual a alusiones a la guerra y la muerte. Del principio y del fin. El principio de todo".
Algunas otras piezas de este artista producen sensaciones diferentes, como de una inquietante absorción o proyección a dimensiones distintas. Y lo hace con total simplicidad. Conos aterciopelados, agujeros deslizantes. No es el tipo de escultor que hace objetos. "No quiero hacer objetos, quiero hacer algo que... te cause algo por un instante. Lo que pasa con tu cuerpo cuando ves arte, lo que te hace sentir que estás ahí y después recordarlo, es algo serio. La seriedad es importante. La vida no es broma. Es trágica. Por eso es por lo que uno hace algo que espera que sea serio. Y lo que sucede es que cuando te paras y observas una obra de arte, cambia el sentido de la propia presencia, el sentido del tiempo se extiende. Hay ligeras variaciones en tu interior, casi poéticas. Creo que ésa es la mejor manera de vivir la vida".
La escala de sus esculturas ha ido creciendo en los últimos años y quizá su ejemplo más visible es el monumento Cloud Gate (2004), que parece una gigantesca gota de mercurio arqueada, y que ha logrado seducir a los viandantes de Chicago. En la exposición se presentan también maquetas de algunos de sus proyectos en espacios públicos aún no realizadas. "Llega un momento en la vida de todo escultor en el que se plantea trabajar al aire libre. Y es un momento muy difícil. Es algo fenomenalmente problemático porque quizá la mejor escultura al aire libre es la propia tierra y la mejor no-escultura es el cielo. ¿Cómo puedes hacer algo mejor? La obra en un espacio abierto tiene que conjugar esos dos elementos. Ignorarlos simplemente no funciona. Cloud Gate, por ejemplo, los tiene muy en cuenta".
"Si se piensa en las grandes esculturas en exteriores de los últimos 30 o 40 años: Doble negativa (1969), de Michael Heizer; Campo de relámpagos (1974-1977), de Michael Heizer, o Spiral Jetty (1970), de Robert Smithson, y empezando quizá por la columna de Brancusi, todas tratan de la tierra y el cielo. Esos son los verdaderos problemas. Incluso si pensamos en la escultura antigua, todos trabajamos con las mismas dificultades, no importa realmente si es un espacio urbano o a la intemperie. Y es algo que a mí me interesa muchísimo porque la escala es una de las herramientas de la escultura. Siempre se ha tenido la idea de que la escala era algo peligroso, de que no era significativo ampliarla, pero también existe el deseo de enfrentar algo que produzca una impresión, cierto asombro al verla", enfatiza moviendo las manos. "El ser humano siempre ha querido ese tipo de obras, como la torre Eiffel. Palladio lo hace. Así es que me digo, ¿por qué no? Sobre todo en un mundo como el de hoy en el que la tecnología te permite hacerlo con mayor facilidad. Trabajo con ingenieros y arquitectos, pero la libertad de poder realizar casi cualquier cosa es tremenda".
Uno de los signos de la civilización, por encima de la simple agrupación en ciudades, es el de sus grandes monumentos. "En la historia humana ha habido momentos en los que un colectivo necesita retener algo que es más grande que cualquiera de nosotros y a la vez fundamental para todos. Es la utopía. Quizá en nuestra era poscomunista -desafortunadamente, no se puede decir que sea posmaterialista- se busca el sentido de lo colectivo de alguna manera. Pienso que es posible articular algo en ese sentido porque hoy la utopía vuelve a tener sentido. Hace una década no la tenía, pero creo que hoy es una necesidad que está surgiendo nuevamente. Sobre todo cuando estamos en una monocultura centrada en la compraventa, cuando la política en el mundo parece estar como a mitad del camino de todo. Ni izquierda ni derecha, siempre por el medio. Los artistas deben aprender a articular todo esto".
Kapoor ha hablado en plural: nosotros, nosotros. Es conocida su reticencia a dar demasiada importancia al papel del autor en el arte. "No se trata de mí, soy irrelevante", dice con despectiva modestia. "Se trata de la idea de que hay asuntos más importantes que yo". Una frase inusual en tiempos en los que la personalidad del artista contemporáneo es parte del marketing. "Sí, es así muchas veces, pero me parece una vergüenza. Porque la misión del artista es mayor que eso. No hace esto para acumular dinero; eso ayuda, pero no es la razón principal. Y tal vez suene anticuado y hasta arrogante, pero creo que después de algún tiempo el artista puede tener la autoridad de encabezar un punto de vista -no el mío, sino algo más amplio- hacia una utopía colectiva. Y eso es lo que necesitamos hacer en este momento".
Babelia
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