La Berlinale acoge la adaptación al cine de 'La fiesta del chivo' de Vargas Llosa
El cine alemán descompone a Houellebecq y Malick encandila con Pocahontas en el festival de cine de Berlín
La Berlinale ha recibido hoy la adaptación al cine de la novela La fiesta del chivo del escritor peruano Mario Vargas Llosa. El cine alemán ha estado representado por Elementarteilchen, una descomposición del pornográfico mundo de Michel Houellebecq, mientras que Terréense Malick ha encandilado con la magia de Pocahontas y el mexicano Gael García Bernal ha logrado alegrar el patio convertido en duende soñador.
El relato cinematográfico de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, que gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961, y los motivos de unos conspiradores para asesinar al "Chivo", como le denominaban, está dirigida por el primo del escritor, Luis Llosa. La actriz Isabella Rossellini encarna en la película a Urania Cabral, Tomás Milian al dictador, Paul Freeman es Agustín Cabral y Juan Diego Botto, Amadito.
Vargas Llosa, que se ha trasladado a Berlín para asistir al estreno de la adaptación de su obra, se ha mostrado muy satisfecho con el resultado de la elícula, de la que ha dicho que "es fiel al espíritu del libro y los recortes y conversiones propios de una adaptación no afectan en lo esencial la versión de la dictadura de Trujillo que yo quise dar".
Elementarteilchen, de Oskar Roehler, ha inaugurado hoy el despliegue de cine doméstico (cuatro filmes a competición) al frente de una misión imposible: filmar la exitosa novela de Houellebecq Las partículas elementales (en su título español) sin pornografía y sin sátira social. En esencia, la novela es "la historia de dos hermanos dispares, pero totalmente anti-románticos, que acaban descubriendo su sentimentalidad", ha resumido Martina Gedeck, una de las intérpretes. Se trata pues de reducir al máximo a las dos criaturas centrales de la novela: el genio de la biología molecular, Christian Ulmen, obsesionado por descodificar las claves de la reproducción sin sexo, y su depresivo y racista hermano por parte de madre -Moritz Bleibtreu-, obsesionado por el sexo.
Tanta reducción ha dejado a la Berlinale escindida en varios flancos: los adoradores de Houellebecq, indignados por la masacre; los conocedores, pero no entusiastas de su obra, que no entendían la obstinación por llevar al cine una novela que se sabe inabordable; y los que no lo han leído, que trataban de entender las claves del escritor desde la virtualidad fílmica.
Eichinger ha saltado en los últimos tiempos de producciones exitosas, como Der Untergang (El hundimiento. Los últimos días de Hitler) a fracasos estrepitosos, como su incursión en la ópera de Wagner Parsifal. Ahora se ha empeñado en Houllebecq y, al menos en Alemania, su película podría ser un éxito de taquilla.
Pocahontas sin Walt Disney
La película de Malick es puro Pocahontas, tal cual, sólo que en lugar del diseño Walt Disney, el sello es del director de The Thin Red Line, Oso de Oro en 1999. Tras carabelas del imperio británico llegan a la Norteamérica por colonizar, en 1607. Tienen ante sí el Nuevo Mundo y varias alternativas: conquistarlo, devastarlo o amarlo. Colin Farell, el héroe, opta por lo primero. Por supuesto, está en minoría, pero poco importa teniendo ante sí la belleza de la hija preferida del rey de la tribu, Pocahontas, interpretado por la quinceañera Q,Ortianka Kilcher.
Los indígenas de Malick son como ciervos, que se acercan al hombre blanco con curiosidad, temor y desconfianza, primero, e imponen sus condiciones, si es preciso con las armas, después. Se produce el pulso entre la nobleza del salvaje y la avaricia del conquistador que ignora las reglas del juego. El resultado es un cuento mágico, que podría darle un Oscar al fotógrafo mexicano Emmanuel Lubezki, entre los candidatos a las figuritas de Hollywood.
Asimismo mágico, pero en versión colorida y divertida, es The Science of Sleep, un nuevo ejercicio de imaginación de Gondry. García Bernal es su estrella casi en solitario, mientras que Gainsbourg se limita a hacer lo de siempre: estar ahí, con su mirada de eterna adolescente como en estado de duerme-vela. El actor mexicano compensa con sus aires de duende saltarín el atolondramiento de ella y se erige en el mejor aliado de los delirios de Gondry.
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