¿Pueden los pájaros atacar al ser humano como en la película de Hitchcock?
Una tarde de primavera, cuando me acerqué en piragua hasta el castillo de Sancti Petri, las gaviotas se volvieron locas, bajando en picado hacia mi piragua que volcó y que me dejó en mitad del océano dominado por un pánico paralizante
En alguna otra ocasión hemos hablado de presentimiento y de sincronicidad como categorías científicas. Hoy toca hacerlo desde la experiencia, con el tono testimonial que merece un asunto traumático como ha sido la pandemia de coronavirus.
Todo empezó a primeros del año 2020; la playa por donde vivo llevaba días amaneciendo con gaviotas muertas. No una gaviota ni dos, sino más de la cuenta; lo suficiente como para preocuparse. Una de aquellas mañanas, según iba hacia la playa por una de las pistas de bajada, las gaviotas se arremolinaron alrededor de los coches. Y volaban tan bajo que los conductores tuvieron que parar ante el aleteo, pues las gaviotas se quedaban suspendidas frente a las ventanillas y empezaban a graznar, como si quisieran comunicarse con los ocupantes de los vehículos.
Confieso que sentí miedo, que lo primero que me vino a la cabeza fue la película de Hitchcock, la de Los pájaros, pues, años atrás, había conocido la violencia de las gaviotas, tan pacíficas en apariencia. El suceso ocurrió una tarde de primavera, cuando me acerqué en piragua hasta el castillo de Sancti Petri y las gaviotas se volvieron locas, bajando en picado hacia mi piragua que volcó y que me dejó en mitad del océano dominado por un pánico paralizante. No sabía bien lo que pasaba. Un barco pesquero vino en mi ayuda y uno de los pescadores me contó que las gaviotas me atacaron porque estaban defendiendo a sus pichones. Los huevos habían eclosionado hacía poco, en el castillo de Sancti Petri, y las gaviotas marcaban su territorio. Por si mis intenciones no eran buenas.
Ahora sigamos con el relato que me ha traído hasta aquí, el de las gaviotas alrededor de los coches, pues, aquel día, según caminaba por la pista hacia la playa, repetí el miedo; conocía el golpe del pico de la gaviota en mi propia carne. Sabía de lo que eran capaces y decidí tomar un atajo, alejarme de allí cuanto antes. Y es ahora, cuando el coronavirus parece haber perdido intensidad, cuando cuento estas cosas que tanto tienen que ver con el estudio del inconsciente de Jung y de su relación con los presentimientos en forma de avisos de la propia naturaleza.
Porque Jung tiene un caso donde las aves y los presagios son protagonistas. Se trata de una historia real, aunque aparezca envuelta en el mal agüero de las aves cuando una bandada de pájaros apareció en el tejado de una casa. Su dueña lo interpretó como un aviso, pues cuando murió su abuela, los pájaros se reunieron alrededor del féretro igual que cuando años después murió su madre. Por ello, cuando la bandada de pájaros empezó a revolotear alrededor del tejado de su casa, la mujer supo que algo había sucedido. Así fue.
Su marido acababa de sufrir un infarto en plena calle. No son coincidencias llevadas y traídas por el azar, son avisos que el ser humano ha de saber interpretar antes de que sea demasiado tarde, antes de que el pájaro del mal agüero suspenda su vuelo sobre nuestras cabezas condicionadas por el beneficio económico.
Ahora, que ha pasado el tiempo, me atrevo a interpretar el revuelo de las gaviotas aquella mañana, alrededor de los coches. Sin duda, fue el aviso de lo que se nos estaba viniendo encima.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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