¿Por qué no nos hundimos en la superficie de nuestro mundo?
El estudio de la conducta de los electrones nos lleva a afirmar que el mundo en el que se mueven resulta tan caprichoso como cruel y que, de no ser así, la realidad sería otra
Fue Scott Fitzgerald quien nos enseñó que las sensaciones más profundas ocurren en la piel de las personas. Hermoso y maldito, su sensibilidad extrema lo llevó a protagonizar una vida que bien podría haber servido como argumento para escribir su mejor novela.
El alcoholismo junto a otros demonios fueron llevándole al abismo donde se asomó por última vez un 21 de diciembre de 1940. Podríamos seguir contando, pues su vida estuvo empapada en literatura de alta graduación, pero mejor dejarlo aquí y profundizar en la piel de otras personas. Sin ir más lejos, en la nuestra.
Porque nuestra piel, como toda materia de este mundo, está formada por átomos en cuya superficie revolotean electrones. De esto podemos darnos cuenta cuando la luz del sol la alcanza. Entonces ocurre el fenómeno: los electrones atrapan fotones, que son partículas que transportan la carga de luz, y juegan con ellos, excitándolos, calentando los átomos de los que estamos hechos. De esta manera el juego de materia y luz llega hasta nuestros sentidos, convirtiéndose en sensaciones.
Nuestra piel está formada por átomos en cuya superficie revolotean electrones. Cuando la luz del sol la alcanza, materia y luz llega hasta nuestros sentidos, convirtiéndose en sensaciones
Estas cosas las cuenta muy bien Chistophe Galfard, el joven discípulo de Stephen Hawking que nos desvela los misterios del universo en su libro El universo en tu mano (Blackie Books, 2015). Un trabajo ameno, sin desperdicio, cargado de humor y de ejemplos cotidianos para entender el mundo desde su dimensión macroscópica hasta su dimensión invisible, donde nada impide a las partículas jugar entre ellas. En una de las notas a pie de página, Galfard nos cuenta lo que le sucedió al físico austriaco Wolfgang Pauli (1900-1958) cuando su mujer le dejó por otro científico, en este caso por un químico.
A Pauli le dio por beber, por buscar sentido a la vida al fondo de las copas. Siguiendo la geometría de los azares, sucedió en la misma época que retrata Scott Fitzgerald en sus novelas, los locos años 20. Al final, no sabemos si Pauli encontró sentido a la vida, pero lo que sí es cierto es que encontró la regla por la cual no nos hundimos en la superficie de nuestro mundo. La citada regla se denomina principio de exclusión de Pauli y lo que nos viene a decir es que los electrones son muy celosos. Tanto, que si un electrón forastero quisiera formar parte de un átomo, no se le dejaría. Lo único que puede hacer el electrón es pelear y ocupar el lugar del otro. Con estas cosas flotando en el fondo de las botellas, Pauli se daría cuenta de la trascendencia de su idea y con ello mostró uno de los aspectos de la realidad de la materia.
A Pauli le dio por beber en la misma época que retrata Scott Fitzgerald en sus novelas, los locos años 20. No sabemos si Pauli encontró sentido a la vida, pero sí la regla por la cual no nos hundimos en la superficie de nuestro mundo
Porque toda materia se compone de átomos, pequeñas unidades que tienen tantos electrones como desean y que solo se comparten entre sí en los cuerpos sólidos, al contrario de lo que sucede con el aire, cuyos átomos no comparten sus electrones y, por eso mismo, se van apartando a medida que un cuerpo sólido empuja para abrirse camino.
El estudio de la conducta de los electrones nos lleva a afirmar que el mundo en el que se mueven resulta tan caprichoso como cruel. Y que, de no ser así, la realidad sería otra, de tal forma que dicha realidad se podría sustituir por otro tipo de conocimiento, donde el molde de nuestro mundo estuviese trabajado del revés y el aire fuese sólido y la silla donde nos sentamos estuviese constituida por unos átomos cuyos electrones no se compartirían entre sí.
Pero esto sería imposible, de ser así existiríamos de otra manera, o no existiríamos y el rigor científico se convertiría entonces en rigor mortis.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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