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Daniel Defoe y la peligrosa simetría de las tormentas

El reportaje que inauguró el periodismo moderno fue el del escritor británico acerca de la devastadora borrasca que atravesó Inglaterra a principios de diciembre de 1703

Dan O'Herlihy en el 'Robison Crusoe' de Buñuel (1954).
Dan O'Herlihy en el 'Robison Crusoe' de Buñuel (1954).
Montero Glez

El Huracán Ian no solo ha dejado cadáveres a su paso por Florida. También ha dejado inundaciones y coches eléctricos en llamas. Parece ser que esto último ha sido debido al contacto del agua salada con el litio de las baterías. Las imágenes apocalípticas que hemos visto estos días nos han hecho pensar que existe un mundo distópico, un mundo siniestro que está contenido dentro de este mismo mundo que tan familiarmente habitamos.

Hubo un tiempo en el que las catástrofes naturales no eran televisadas y la gente sabía de su existencia por los relatos que se hacían de ellas. Ya puestos, conviene recordar que el reportaje que inauguró el periodismo moderno fue el que escribió Daniel Defoe acerca de la devastadora borrasca que atravesó Inglaterra a primeros de diciembre de 1703. Para llevar a cabo su reportaje, Defoe estudió el fenómeno meteorológico desde su origen científico. Por entonces se creía que la causa del viento se debía a la influencia del sol “sobre la materia vaporosa”.

Destrozos al paso del huracán Ian en Pinar del Río (Cuba) EFE/ Yander Zamora
Destrozos al paso del huracán Ian en Pinar del Río (Cuba) EFE/ Yander ZamoraYander Zamora (EFE)

Con todo, en el relato de Defoe la ciencia queda relegada a un segundo -o tercer- plano. Para él, aquel huracán que sufrió Inglaterra fue un castigo divino que se llevó por delante chimeneas y campanarios, y que arrastró barcos tierra adentro.

Uno de aquellos barcos fue el HMS Association que fue despedido a más de mil kilómetros de distancia. Estaba en la desembocadura del Támesis y fue a parar al puerto de Gotemburgo, en Suecia.

Las dimensiones de tanto horror tenían que ser escritas y, para ello, Defoe recogió los testimonios de una montonera de supervivientes. Lo hizo poniendo un anuncio en el semanario London Gazette los días siguientes a la tempestad, pidiendo que mandaran por carta su relato. La respuesta fue inmediata, centenares de personas quisieron formar parte del acontecimiento y Defoe construyó una obra coral acerca del ciclón que violentó Inglaterra y del que fue una víctima más. A su paso, destruyó la pared de la celda donde el escritor estaba preso por haber faltado el respeto a un representante político.

Aunque el tratado de Galileo acerca de las mareas ya había sido divulgado, si leemos el trabajo de Daniel Defoe podemos hacernos una idea de cómo eran percibidos los fenómenos atmosféricos en aquellos tiempos, siempre más cerca del origen divino que del origen científico. En el citado tratado acerca de las mareas, Galileo relacionaba los vientos con la rotación de la Tierra, una hipótesis errónea, pero cuya base científica la acercaba a la razón científica de los tiempos.

Para concluir que el origen de los vientos está relacionado con el efecto solar que atraviesa la atmósfera y calienta un suelo que, a su vez, enciende el aire que lo rodea, aumentando así su volumen, para llegar a esta conclusión, tuvo que aparecer el astrónomo Edmund Halley con sus mapas y flechitas; estudios que vinieron a ser la semilla de lo que tiempo después sería la representación cartográfica de los vientos que hoy conocemos.

Luego llegaron Humboldt, y Wilhelm Dove, y John Dalton, y George Hadley, científicos que nos acercaron el aire enrarecido por el calor, un fenómeno que señalaron como causa primera de los vientos. Sin embargo, todavía no estaba claro cómo se formaban las tormentas.

Por eso, durante mucho tiempo las tormentas se consideraron como castigos divinos y toda explicación científica era una falta de respeto a Dios, el Ser Supremo en el que incluso creían Descartes y Daniel Defoe, quien se entregó a la fe religiosa hasta dormir con ella la razón. Con todo, su reportaje conserva los relámpagos de un método que también dibuja la tormenta en su aspecto más científico.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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