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Los planes de Elon Musk para ir a Marte… dentro de dos años

El fundador de SpaceX anuncia su intención de enviar cinco naves no tripuladas hacia el planeta rojo, aprovechando la ventana de lanzamiento que se abrirá en 2025

Elon Musk Marte
Elon Musk, en una conferencia realizada en mayo de este año en Beverly Hills (EE UU).Apu Gomes (Getty Images)
Rafael Clemente

Hay pocos personajes públicos cuya actitud provoque tanto rechazo como la de Elon Musk, el fundador de SpaceX. Sus insólitas declaraciones, extravagante vida personal y sus preferencias políticas le han dotado de un aura que lo asimila a un malo de películas de James Bond, empeñado en conquistar —y quizás destruir— el mundo.

Aunque esa imagen está de sobra justificada, no debería ocultar otra faceta de Musk, la de un excelente ingeniero y visionario. Sea por sus ideas revolucionarias o por su habilidad para rodearse de los mejores técnicos, lo cierto es que en pocos años, sus compañías (Tesla, SpaceX) han supuesto una auténtica revolución en sus campos; y otras (Neuralink) mantienen el potencial de hacerlo en el futuro. Y no olvidemos que él personalmente es quien ha insistido en implementar algunos de esos conceptos como el cohete recuperable o la técnica para cazarlo en el aire.

Musk es conocido por sus sorprendentes declaraciones y vaticinios. La realidad ha demostrado que muchos se han cumplido, aunque —eso sí— sea con considerable retraso frente a sus optimistas predicciones. Ahora acaba de anunciar su intención de enviar no una sino cinco naves no tripuladas hacia Marte, aprovechando la ventana de lanzamiento que se abrirá en 2025.

El objetivo final de Musk es lanzar su supercohete a intervalos no de semanas o días, sino de horas. Esa es la razón de que la primera etapa del cohete se capture en la misma torre de la que ha despegado: poderla situar rápidamente, sobre el pedestal de lanzamiento, revisar el estado de los motores, sustituir los dañados, acoplarle una segunda etapa, repostar combustible y volver a lanzar.

¿Podría mantenerse semejante ritmo? Hoy no, puesto que la primera etapa (el Super Heavy) está todavía en pruebas, pero a dos años vista no parece una tarea imposible. En Boca Chica ya hay dos torres de lanzamiento, aunque la segunda aún no se ha estrenado. En la rampa 39A del centro Kennedy se ha erigido una tercera. Cuando las tres estén operativas, en teoría SpaceX podría lanzar tres supercohetes casi al mismo tiempo.

El Super Heavy es recuperable y cada misión dura menos de un cuarto de hora, lo que tarda en impulsar su carga hasta unos 70 kilómetros de altura, frenar y regresar a su base. Así que a SpaceX le bastaría con tener una flota de tres lanzadores, uno por plataforma. Quizá dos o tres más como precaución. Al fin y al cabo, son relativamente baratos; lo más caro, su planta de propulsión con 33 motores Raptor.

Hoy por hoy, SpaceX produce motores a un ritmo de uno por día. Con la próxima introducción de un nuevo modelo, que hace uso extensivo de impresión 3D, podrían doblar esa cifra.

¿Por qué ese frenesí de lanzamientos? Porque la segunda etapa del cohete, que incluye la Starship (la nave tripulada en sí) solo tiene combustible para entrar en órbita terrestre. Las futuras misiones a la Luna o a Marte exigirán reabastecerla de metano y oxígeno en pleno vuelo. Otra operación crítica que nunca se ha ensayado.

Los ingenieros de SpaceX planean utilizar para ello una flota de naves-tanque que atraquen automáticamente con la principal para ir rellenando sus depósitos con la máxima velocidad posible, para evitar en lo posible las pérdidas por evaporación. Cada viaje interplanetario exigirá entre seis y doce cargueros. Que pueden ser recuperables. O no.

Y es que Musk calcula que el coste de cada lanzamiento de recarga será mínimo. La primera etapa —la más cara— es recuperable; la segunda es poco más que una carcasa que se fabrica en el complejo industrial de Boca Chica, al lado mismo de la rampa. Son baratos y de construcción rápida, ya que están hechos de acero inoxidable y no con materiales exóticos, como aleaciones ligeras de aluminio o fibra de carbono. Aunque no se conocen muchos detalles al respecto, parece que SpaceX los ensambla casi en serie, directamente a partir de los rollos de metal tal cual llegan de la laminadora.

Eso sí, el cuello de botella puede estar en el abastecimiento de los miles de litros de metano y oxígeno necesarios para mantener un ritmo de lanzamientos sostenido. Hoy por hoy, la “granja de tanques” contigua a la torre de lanzamiento es suficiente para llenar un cohete, pero no para varios en rápida sucesión. Tanto Boca Chica como Kennedy están en la costa, así que hay quien ha propuesto construir un pantalán y un pequeño gasoducto de forma que el combustible llegue en grandes barcos metaneros.

En principio, los cargueros orbitales también serán recuperables, lo que implica dotarles de una protección contra el calor de la reentrada. Cada uno lleva solo seis motores, que puede valer la pena reutilizar; aunque tampoco representan un coste desmesurado y, si el tiempo apremia, Musk podría optar por dejar que se destruyesen después de suministrar su carga. No sería la primera vez: En el reciente lanzamiento del Europa Clipper, que exigía una alta velocidad de salida, SpaceX decidió perder los tres cuerpos del cohete con tal de poder exprimirles hasta la última gota de combustible.

En cualquier caso, tras el éxito de la captura de la primera etapa “al vuelo”, es probable que los próximos esfuerzos de los técnicos de SpaceX se dirija hacia la complicadísima maniobra del reabastecimiento en el espacio. Aparte de sus planes para la exploración de Marte, lo cierto es que esa operación va a ser imprescindible para enviar hacia la Luna el aterrizador que tiene comprometido por contrato con la NASA dentro del programa Artemis. Marte no tiene fecha (salvo en los faraónicos planes de Elon Musk); la Luna, sí.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.
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