El caserón en el que se diseccionó en público a un exministro quiere ser museo nacional
El Ministerio de Ciencia estudia crear un museo, prometido por Pedro Sánchez para 2025, en la antigua Facultad de Medicina de Madrid, en la que el cirujano Alejandro San Martín entregó su cadáver a sus alumnos
Fue posiblemente la clase de anatomía más asombrosa de la historia. El 11 de noviembre de 1908, el catedrático Alejandro San Martín —un célebre cirujano que acababa de ser ministro de Instrucción Pública— acudió a dar su última lección en la Facultad de Medicina de Madrid. Lo insólito de aquella mañana de miércoles es que San Martín, de 61 años, estaba muerto desde el día anterior. En su testamento había ordenado que su cadáver, envuelto en su toga académica, fuese llevado en un carro fúnebre de dos caballos a la sala de disección, para que sus alumnos pudieran seguir aprendiendo de su maestro. En una ceremonia solemne, con un silencio imponente, otros tres catedráticos abrieron el cráneo de su compañero y extrajeron su cerebro ante cientos de estudiantes. El Ministerio de Ciencia estudia ahora utilizar el lugar que acogió aquella lección extraordinaria —el llamado viejo caserón de San Carlos, en la calle de Atocha— como sede del futuro Museo Nacional del Cerebro, prometido por el presidente Pedro Sánchez para junio de 2025.
La historiadora María José Rebollo muestra el edificio a EL PAÍS y se detiene en el lugar exacto en el que tuvo lugar la autopsia de San Martín, en el espectacular gran anfiteatro de lo que hoy es el Colegio de Médicos de Madrid. Es fácil imaginar la escena de aquella mañana de 1908. El cadáver del catedrático estaba colocado sobre una mesa de alabastro, de la que goteaba la sangre a un cubo de metal. Profesores y discípulos lloraban al ver abierto en canal a su maestro, un hombre que tocaba a Mozart al piano y se paseaba con uno de los primeros automóviles de Madrid. Junto al cuerpo se encontraba el investigador Santiago Ramón y Cajal, que dos años antes había ganado el Nobel de Medicina por demostrar que el cerebro está organizado en células individuales: las neuronas. Cajal, también profesor en el viejo caserón, estaba asistiendo a la disección pública de uno de sus mejores amigos.
El monumental edificio de la antigua Facultad de Medicina de Madrid, estrenado en 1834 y abandonado en 1965, ocupa una manzana entera y fue testigo del nacimiento de la medicina moderna. En los primeros años, los cirujanos entraban a las salas de operaciones con las manos sucias y las batas rígidas por la acumulación de pus y sangre seca de los pacientes anteriores. En 1865, el médico inglés Joseph Lister inventó el primer método antiséptico —ácido carbólico para desinfectar las heridas— y cambió la historia de la humanidad. Alejandro San Martín conoció a Lister en persona y difundió sus revolucionarias técnicas desde el caserón madrileño.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el 3 de octubre de 2022 “la creación de un museo dedicado al funcionamiento del cerebro”. La ministra de Ciencia, Diana Morant, detalló que ese espacio museístico llevaría el nombre de Cajal. A poco más de un año de su prometida inauguración, ni siquiera se sabe dónde estará, pero una portavoz del ministerio confirma a EL PAÍS que una de las opciones finales es el viejo caserón de la calle de Atocha. Parece un candidato ideal: allí se encuentra intacta el aula en la que Cajal dio clase hasta su jubilación en 1922, el edificio pertenece al Estado y además forma parte del Paisaje de la Luz (declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), muy cerca de los grandes museos de Madrid: el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía.
La expectación es máxima. La portavoz del Ministerio de Ciencia subraya que lo prometido es un Museo Nacional y que custodiará el legado de Cajal, un tesoro científico con miles de dibujos, impresionantes fotografías hechas por el nobel y rodajas de cerebros que iluminaron el funcionamiento del pensamiento humano. El viejo caserón de Atocha es una de las tres grandes obras que quedan en Madrid del reinado de Fernando VII, junto al Teatro Real y el Senado, según el historiador de la arquitectura Pedro Moleón. El edificio es propiedad del Estado, pero tiene dos dueños de facto: una parte es del propio Ministerio de Ciencia y está cedida al Colegio de Médicos desde 1970; el resto, ocupado por el Instituto Nacional de Administración Pública, pertenece al Ministerio de Hacienda.
Las primeras doctoras en Medicina
La Novena sinfonía de Beethoven se estrenó en Madrid el 2 de abril de 1882. Apenas seis meses después ocurrió otro acontecimiento trascendental en la ciudad. Dolores Aleu, de 25 años, se convirtió en la primera doctorada en Medicina en España, tras leer su tesis en el caserón de Atocha. “La vida de la mujer, desde los tiempos más remotos, viene siendo un continuo martirio”, arrancó Aleu, ante un auditorio probablemente estupefacto. “Lo extraño, lo triste y lo ridículo es que continúe este martirio, en pleno siglo de las luces”, lamentó.
Lo que siguió fue un corrosivo discurso feminista, absolutamente histórico, en el que Aleu denunció la prostitución, la esclavitud de las obreras pobres y el cinismo de los hombres, que callaban antes esas injusticias pero miraban con horror que las jóvenes se instruyeran. “¿Qué peligro hay en que las mujeres conozcan las dolencias de su propio sexo y en que se las reconozca aptitud para ejercer la Medicina, si dan pruebas de poseer bastantes conocimientos en esta rama del saber? ¿Qué daño ha de ocasionar esto? Mi débil inteligencia, por más que se torture, no encuentra ninguno”, espetó Aleu al tribunal con ironía. Días después se doctoró otra mujer, Martina Castells. “Los periódicos que presenciaron el acto dicen que fue necesario suprimir una ceremonia tradicional: los abrazos del claustro al graduando. Como esta omisión no era conocida de antemano, había asistido a la ceremonia todo el claustro”, publicó la revista La Ilustración española y americana.
María José Rebollo, responsable de Patrimonio Artístico en el Colegio de Médicos, habla con entusiasmo, casi con amor, del viejo caserón. “Este edificio representa la historia de la ciencia y de la medicina mejor que ningún otro”, sostiene en el gran anfiteatro que acogió la disección de Alejandro San Martín y charlas magistrales de grandes científicos, como la física francesa Marie Curie y el fisiólogo ruso Iván Pávlov, el del perro de Pávlov.
Rebollo señala hacia arriba, a los frescos decimonónicos con los rostros de las leyendas de la medicina española. “Esto es como un callejero. Muchas calles llevan los nombres de estos médicos: Castelló, Drumen, Fourquet… El señor de aquel medallón es Diego de Argumosa, que fue el primero que pasó de operar a los pacientes sentados a colocarlos tumbados. Y también fue de los primeros en lavarse las manos antes de la operación”, detalla. El Colegio de Médicos inaugurará una exposición sobre su propia historia el 22 de febrero.
El médico Severo Ochoa también estudió aquí, así que los dos únicos españoles que han ganado el Nobel de Medicina salieron de este caserón. Incluso la palabra quirófano nació aquí, en la antigua Facultad de Medicina, que antaño incluía lo que hoy es el Conservatorio de Música y estaba conectada directamente al Hospital Provincial de Madrid, actualmente reconvertido en el Museo Reina Sofía. En la sala en la que ahora se expone el Guernica de Picasso se amontonaban pacientes muy graves con las pestes de entonces, como el tifus y la tuberculosis. Los cadáveres llegaban por una pasarela al caserón de Atocha, para ser diseccionados por los alumnos. El escritor y médico Pío Baroja fue uno de estos estudiantes, alrededor de 1888. En sus memorias, recordó haber escuchado que otro colega cogió el brazo de un muerto y se lo colocó bajo la capa, para presentar la mano fría a los amigos que se acercaban a saludarle.
Para los vivos estaba el quirófano. El médico Andrés del Busto explicó el origen de la palabra en 1892, tras inaugurar la primera sala aséptica de operaciones, separada de los estudiantes y sus gérmenes por una pared de cristal. “Le dimos el nombre de quirófano, por entender que este nuevo nombre, formado de dos raíces, que significan cirugía y transparente, representaba bien la idea de poder realizar en él las operaciones, de modo que pudieran ser vistas por los discípulos sin hallarse ellos en la misma sala operatoria”, escribió Del Busto, médico de cámara de la reina Isabel II.
Cinco instituciones médicas —entre ellas, el propio Colegio— firmaron el 2 de julio de 2021 un acuerdo para crear en el caserón de Atocha, en un futuro indeterminado, el Museo Español de la Medicina, una colección que agruparía joyas dispersas en otras entidades. Uno de sus principales impulsores es Antonio Campos, un catedrático de la Universidad de Granada que se sienta en el sillón de Cajal en la Real Academia Nacional de Medicina. El académico cree que los dos proyectos pueden convivir. “No son propuestas incompatibles. Y es una idea casi natural: el edificio es un sitio simbólico de la medicina española y está en el eje de los museos de Madrid. Necesitamos un impulso político”, opina. Campos recuerda que el Gobierno español trabajó a fondo para transformar el Hospital Provincial en un museo de arte contemporáneo en 1986. “Si se creó el Reina Sofía, ¿por qué no se va a crear este?”, se pregunta Campos.
María Urioste Ramón y Cajal, bisnieta del nobel, cuenta que se emociona cada vez que entra al caserón. “A mí me encantaría que fuera la sede del museo, porque es donde mi bisabuelo daba clase y está en el núcleo de los museos de Madrid. Es el lugar perfecto. Hace años escuché que querían llevarse el museo a Alcalá de Henares y ya dije que allí no pintaba nada”, sentencia. La idea de hacer un gran museo dedicado a Cajal lleva dando tumbos prácticamente desde la muerte del científico, en 1934. Muchos proyectos han fracasado, incluso en el caserón de Atocha. Una pequeña parte de su legado se expone ahora en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid.
El día de la disección de Alejandro San Martín, un estudiante de 21 años, José Álvarez-Sierra, se encontraba en la primera fila del graderío. “Reconstruida la arquitectura de la cabeza y hecha la nueva adaptación de la piel al hueso frontal, con tan escrupulosa precisión que la expresión del rostro quedó perfecta, procedieron a abrir la cavidad torácica cortando las costillas y levantando el esternón”, recordaría seis décadas más tarde en su libro Historia de la medicina madrileña. Tras estudiar el corazón y los pulmones de su compañero, y demasiado emocionados como para proseguir, los tres catedráticos decidieron finalizar la clase sin abrir las vísceras abdominales de San Martín.
En su testamento, el exministro había rogado a sus colegas que lo diseccionasen ante sus alumnos. “Espero del amor a la humanidad, a la ciencia y a la enseñanza, bien probado en mis queridos jefes y compañeros de esta universidad, que les haga prestarme este último favor, seguro como estoy de que al haberlo conseguido deje un ejemplo digno de imitación”, imploró. La ministra Diana Morant tendrá que decidir en breve si imita a su antecesor, que incluso entregó su cuerpo, para convertir el viejo caserón de Atocha en un santuario de la medicina.
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