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Nombres vascos y mallorquines para mundos muy muy lejanos

La Unión Astronómica Internacional resuelve un concurso para nombrar 20 nuevos exoplanetas, y sus correspondientes estrellas, que serán estudiados por el telescopio espacial ‘James Webb’

Observatorio de Yebes Guadalajara
Un radiotelescopio del Observatorio de Yebes, la principal instalación científica y técnica del Instituto Geográfico Nacional de España.Marcos del Mazo (LightRocket via Getty Images)
Rafael Clemente

Desde tiempos inmemoriales los exploradores se han encontrado con muchos dilemas para nombrar aquellas tierras o paisajes que iban descubriendo. Ocurrió durante el inicio de las civilizaciones, durante la era de la exploración y hasta en tiempos modernos, a medida que se llegaba en territorios nunca visitados, como los hielos antárticos o las dorsales oceánicas. También ha sucedido con los accidentes geográficos de otros mundos cercanos, recorridos como mucho solo por robots.

Con la explosión en el descubrimiento de exoplanetas se plantea un problema similar: ya van más de un millar y esta cifra sigue subiendo. De momento, todos ellos han recibido nombres en clave, por lo general basados en la denominación del telescopio que los detectó o en números de catálogo. Pero parece claro que, además de esas denominaciones asépticas, algunos merecerían un tratamiento más personal que los hiciese asequibles al gran público.

La tarea de bautizar de forma oficial cuerpos celestes recae en la Unión Astronómica Internacional (UAI), que cada cierto tiempo convoca un concurso a ese efecto. El último fue en 2022 y sus resultados acaban de hacerse públicos. La UAI recibió más de 600 propuestas, entre las que hubo que elegir solo 20. Los nuevos nombres no son para exoplanetas cualesquiera; se trata de mundos seleccionados para su estudio mediante el telescopio espacial James Webb. Y entre los candidatos finalmente elegidos hay desde nombres en árabe, chino o croata hasta palabras de pueblos indígenas de Costa Rica, Colombia o Camerún, pasando por términos en euskera, catalán y español. La multiculturalidad de esta selección para nombrar mundos del espacio lejano contrasta con el predominio de nombres mitológicos griegos y romanos para referirnos a los planetas de nuestro sistema solar y a las estrellas más brillantes del firmamento.

Mitología, leyendas y folclore han servido de inspiración. La estrella WASP-166 será a partir de ahora Filetdor (que se refiere a la serpiente marina dorada del cuento popular Na filet d’Or); y su planeta, Catilineta (la niña que es la heroína en ese cuento). Los dos nombres provienen de una colección de narraciones populares mallorquinas recopiladas por Antoni Maria Alcover, que fuera canónigo de la Seo de Mallorca, lingüista y personaje un tanto polémico en su tiempo.

El euskera también está representado: la estrella antes conocida como Gliese 486, en la constelación de Virgo, es ahora Gar (llama) y el planeta que la orbita pasa a denominarse Su (fuego). Ambas palabras, unidas ahora en el lejano espacio, ya formaban juntas el dicho popular vasco su eta gar, que tiene el significado de pasión y entusiasmo.

No podía faltar la mitología griega, muy presente en los nombres de estrellas y constelaciones que vemos a simple vista, y que también aparece en los 20 nuevos nombres de estrellas y exoplanetas. Aiolos y Levantes son dos nombres griegos relacionados con los vientos y presentes en La Odisea de Homero.

Por parejas y sin marcas

Cada candidato debía incluir dos nombres: uno para la estrella y otro para el planeta. Ambos debían estar relacionados de alguna manera, por si en el futuro se descubre algún nuevo miembro en el sistema poder adjudicarle un nombre coherente. Podían elegirse denominaciones de cosas o lugares de importancia cultural. En cualquier idioma, incluidas lenguas indígenas, siempre y cuando puedan transliterarse en alfabeto latino. Eso sí, no se admiten nombre de personas, vivas o muertas. Y tampoco personajes de cómic o marcas comerciales que pudieran estar protegidas por derechos de autor. De momento, no habrá planeta Coca-Cola.

No es fácil elegir nombres con un nexo común que no hayan sido utilizados ya en algún otro contexto. Por ejemplo, destacan entre los nombres recién aprobados la estrella Batsú (hasta ahora conocida como LHS 3844) y su planeta Kuakua. Significan colibrí y mariposa, en bribri, el lenguaje de un pueblo costarricense.

La botánica local ha dado muchas ideas. Añañuca y Tahay son dos nombres comunes, en español, que se refieren a especies vegetales endémicas de Chile. La presencia de eñes en el primero de esos nombres probablemente acabará transformándolo en Ananuca. Y el segundo es uno de los nombres mejor conseguidos: se refiere a un planeta que gira en torno a su estrella en solo ocho horas, justo el tiempo durante el cual florece, una vez al año, la tahay (Calydorea xiphioides). Wattle y Banksia son dos nombres de plantas autóctonas de Australia, con importancia cultural (el primero se refiere a una planta que es el emblema floral de ese país) y cuyas características están relacionadas con las propiedades de la estrella WASP-19 y su planeta.

Otros nombres no resultarán tan fáciles de recordar. Awohali significa águila, en cherokee; Einaposha es algo así como lago, en un dialecto keniano; y Phalinsiam se refiere al zafiro azul tailandés, el mismo color que se le atribuye al planeta correspondiente, ya que su atmósfera presenta características de dispersión Rayleigh similares a las que en la Tierra producen el color de nuestro cielo.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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