El debate continúa: ¿tienen los animales sentido de la justicia?
Hace 20 años, un famoso estudio sugirió que los monos podrían tener sentido de justicia, pero investigaciones recientes lo están cuestionando
Comienza la caza. Los colobos rojos son unos monos que se desplazan con agilidad entre las copas de los árboles, a más de 40 metros de altura. La única manera de atraparlos es con estrategia, coordinación y cooperación. Tres cualidades presentes en los chimpancés del Parque Nacional de Tai, en Costa de Marfil. Cada individuo sabe que tiene una función. Unos persiguen a los monos para conducirlos hasta donde esperan los otros compañeros, encargados de la emboscada.
Un solo chimpancé es el que acaba atrapando al colobo, pero ha sido un trabajo grupal y distribuyen los trozos de carne en función de lo que cada participante ha contribuido en la caza. Incluso el macho más dominante recibe menos carne que un individuo joven si este ha tenido un rol más activo. Esto es lo justo. ¿Acaso el sentido de justicia no es exclusivo de los humanos?
La justicia está presente en todas las sociedades. Un niño de cuatro años en cualquier cultura protesta ante la distribución desigual de los recursos. La universalidad de la justicia en los humanos y su rápida aparición en el desarrollo sugiere que se trata de una adaptación evolutiva. En vez de ser simplemente una herencia cultural, tiene raíces más profundas en nuestra biología. ¿Qué contexto propició que la desarrolláramos? La explicación más aceptada es que nos volvimos una especie altamente cooperativa, y para que se mantenga una sociedad así, puede ser importante que los beneficios se distribuyan equitativamente.
Los seres humanos no somos los únicos animales que dependemos de la cooperación para sobrevivir: los lobos necesitan cazar en grupo; las hormigas se reparten el trabajo entre cavar túneles, buscar alimento y cuidar a la reina; y los suricatos hacen turnos de vigilancia para avisar al grupo de la presencia de depredadores. Por tanto, no es descabellado plantear que podríamos compartir también el sentido de justicia con otros animales. De hecho, la filosofía lleva siglos abordando esta cuestión. Aristóteles creía que sin lenguaje esta cualidad no podía darse y, por tanto, solo los humanos la tenían.
Hace 20 años, este debate filosófico saltó a la investigación empírica. En 2003 salió a la luz uno de los estudios más famosos sobre comportamiento animal que se han publicado hasta la fecha, abordando precisamente el sentido de justicia de los monos. Frans de Waal, uno de sus autores, mostró el experimento en una charla TED que tuvo gran repercusión. El público rompe a reír por lo fácil que es identificarse con el sujeto de estudio.
Dos capuchinos están cada uno en una jaula colindante, de manera que pueden verse. En frente de las jaulas hay una persona con dos boles, uno contiene pepino y otro, uvas, la fruta favorita de estos monos. Los capuchinos han sido entrenados para hacer una tarea que consiste en coger una piedra de la jaula y entregársela al humano. A cambio, son premiados con un ítem de comida de uno de los boles.
El primer capuchino entrega correctamente la piedra, le dan un trozo de pepino y se lo come. Seguidamente, actúa su compañero, pero recibe una uva por hacer el mismo trabajo. Cuando el turno vuelve al primero y recibe otro trozo de pepino, en vez de comérselo lo lanza ferozmente contra el humano, mostrándose claramente insatisfecho con el reparto de alimento. Este comportamiento se interpretó como evidencia de que los monos reaccionaban de manera aversiva ante la inequidad.
A partir de entonces, se abrió un campo de investigación que buscaba replicar el experimento y expandirlo a otras especies. Se empezaron a publicar diversos estudios sugiriendo que las ratas, los cuervos, las cacatúas, los perros y otros primates también son sensibles a la inequidad y, por lo tanto, poseen el elemento fisiológico central del sentido de justicia.
Sin embargo, otras investigaciones han replicado estas metodologías y no han obtenido los mismos resultados. Esto es frecuente en los estudios de laboratorio sobre comportamiento animal, ya que las muestras son a menudo pequeñas. Sin ir más lejos, en el estudio de los capuchinos solo cinco hembras mostraron el comportamiento de aversión. Por eso, es importante no quedarse solo con la noticia llamativa que llena los periódicos y seguir indagando en la cuestión.
A su vez, hay bastante controversia a la hora interpretar el comportamiento de los animales que rechazan el ítem de peor calidad. Intuitivamente, apelamos al sentido de justicia porque nos sentimos identificados, pero ¿realmente la frustración surge de la comparación con el compañero? ¿O puede haber otra explicación?
Predominan dos hipótesis enfrentadas que buscan dar respuestas. Por un lado, la hipótesis de la adversidad ante la inequidad defiende que existe comparación social. Que si no hubiera otro individuo recibiendo mejor comida por el mismo trabajo, este comportamiento no se produciría.
Por otro lado, la hipótesis de la decepción social pone en cuestión el sentido de justicia de los animales. Sugiere que estos no responden a la inequidad, sino que simplemente se decepcionan con el humano porque ven que podría darle su comida favorita y no es el caso. Es decir, la frustración no radica en una comparación social, sino en cotejar cómo son tratados respecto a cómo podrían serlo. Actualmente, hay evidencias de que esta hipótesis no va desencaminada. En ejemplo reciente es la investigación que han llevado a cabo con macacos unos investigadores del Centro de Primatología Alemán. La dinámica del estudio fue similar a la del experimento anteriormente descrito, con la diferencia de que unas veces era una máquina y no un humano la que seleccionaba y entregaba el alimento.
Los monos casi nunca rechazaban la comida cuando se la daba la máquina, mientras que lo hacían más de un 20% de las veces si se la daba un humano. Según los autores del estudio, estos resultados respaldan la hipótesis de la decepción social. Los monos no tienen expectativas sociales de una máquina, y, por tanto, no pueden decepcionarse. Por el contrario, tenían una relación positiva con el humano que realizaba el experimento.
Este estudio no demuestra que los animales carezcan de un sentido de la justicia, pues las conclusiones que podemos extraer en los laboratorios son siempre limitadas. Es en libertad donde el comportamiento de los animales tiene mayor autenticidad. No obstante, sí que arroja luz al debate. Entre otras cosas, invita a revisar interpretación del famoso experimento de 2003, haciendo que pierdan fuerza los argumentos que lo utilizan para defender que los monos tienen sentido de justicia.
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