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La lección amorosa del topillo de las praderas o por qué no hace falta oxitocina para enamorarse

Un experimento para ‘arrancar’ la llamada hormona del amor en estos animales, extremadamente monógamos, no afecta a sus vínculos de pareja, al contrario de lo que pensaban los científicos

Una pareja de topillos de la pradera con su camada.
Una pareja de topillos de la pradera con su camada.Nature
Alex Richter-Boix

De entre todos los animales que habitan las extensas praderas de América del Norte, hay uno que lleva años llamando la atención de los científicos: el topillo de las praderas (Microtus ochrogaster). A primera vista no parecen más que pompones con ojos temblorosos y brillantes, que suelen acabar alimentando a comadrejas, halcones y serpientes, pero su conducta es extraordinaria. Es uno de los pocos mamíferos socialmente monógamos, que en su conjunto no representan más que el 3% de los mamíferos (aunque eso no significa necesariamente que sean sexualmente monógamos). Los científicos han visto en el complejo comportamiento social de los topillos un modelo ideal para comprender algunos de los impulsos más tiernos y misteriosos de la humanidad: por qué nos enamoramos, por qué nos preocupamos por nuestras parejas, cuidamos de nuestros hijos, e incluso, por qué lloramos a nuestros muertos.

En los últimos 40 años los científicos han aprendido que los topillos de las praderas son extremadamente monógamos, hasta el punto de que, si un miembro muere, el superviviente no busca un nuevo compañero. Crían juntos a sus cachorros, algo casi inaudito entre los mamíferos, y son sensibles al estado emocional de sus parejas, acicalándolas para consolarlas cuando sienten su dolor. Ni la empatía, ni el amor son sentimientos exclusivamente humanos, y, desde un punto de vista científico, todos estos sentimientos pueden reducirse a procesos neuroquímicos que compartimos muchas especies, lo que ha llevado a los topillos a convertirse en un modelo adecuado para estudiar experimentalmente cómo evolucionan estos comportamientos sociales.

Las investigaciones realizadas con los topillos en las últimas décadas han demostrado la importancia de dos hormonas en la formación de vínculos emocionales: la oxitocina y la vasopresina. En los últimos años, la hormona oxitocina, que también actúa como neurotransmisor, ha ganado protagonismo sobre la vasopresina. Se ha demostrado que al suministrar fármacos que bloquean la unión entre la oxitocina con sus receptores, la conducta de los topillos cambia: se debilitan los vínculos afectivos y se suprime la monogamia. Los topillos de las praderas empiezan a comportarse como sus parientes promiscuos, los topillos de montaña (Microtus montanus). Incluso se han observado grandes diferencias entre especies de topillos monógamas (Microtus ochrogaster y Microtus pinetorum) y polígamas (Microtus montanus y Microtus pennsylvanicus), tanto en la distribución de los receptores de oxitocina por las diferentes áreas del cerebro como en su expresión, sugiriendo que la hormona podía ser un mecanismo importante a la hora de explicar la evolución de los vínculos emocionales.

En los humanos, la oxitocina también está asociada a la conducta sexual y a los orgasmos masculinos y femeninos, además de ser importante en la distensión del cuello del útero y el canal vaginal durante el parto, así como facilitando la lactancia, algo también observado en los topillos, que en ausencia de la oxitocina no son capaces de dispensar leche a sus crías. Estas similitudes y el conocimiento adquirido con los topillos de las praderas en los últimos años han llevado a la hipérbole popular de considerar a la oxitocina como la hormona del amor. Se ha llegado a pensar que, sin ella, los vínculos emocionales no son posibles, hasta el punto de generarse todo un comercio de aerosoles y perfumes de oxitocina que prometen aumentar el atractivo sexual y la fidelidad de la pareja, aunque no existan datos que apoyen científicamente su funcionamiento.

Devanand Maloni, investigador en la Universidad de California, lleva años estudiando la neurobiología del apego o los vínculos afectivos, tanto en moscas del vinagre como en topillos o en personas. En su afán por entender sus mecanismos, hace unos años inició un experimento que debía demostrar, una vez más, el importante papel de la oxitocina en la “vida amorosa” de los topillos de las praderas. Para ello, él y su equipo usaron técnicas de edición genética CRISPR para alterar el gen que codifica el receptor de la oxitocina. Los nuevos genes estaban diseñados para no reaccionar a la oxitocina, desactivando así su función. Se esperaba observar consecuencias devastadoras en los individuos modificados, pero, la realidad fue otra. A diferencia de los experimentos realizados con fármacos que bloquean los receptores, los individuos modificados genéticamente fueron capaces de formar parejas monógamas y cuidar de sus crías, igual que los grupos control con topillos no modificados. La única diferencia entre unos y otros fue la cantidad de leche liberada, algo menor en los individuos modificados, lo que también hizo que sus crías tuviesen menos probabilidades de sobrevivir hasta la edad del destete. Los resultados sorprendieron a los científicos implicados en el experimento, pues, contra todo pronóstico, desactivar los receptores de la oxitocina no había afectado ni los vínculos de pareja ni los comportamientos sociales.

Superada la sorpresa inicial, los autores consideran que no es extraño que algo tan importante desde el punto de vista evolutivo para una especie como encontrar pareja, vincularse a esta y cuidar de sus crías no dependa de una sola hormona. No se sabe qué circuitos o mecanismos alternativos al de la oxitocina han permitido a los topillos desarrollar lazos afectivos, pero el nuevo trabajo ilustra que el apego está gobernado por un sistema más complejo del que se pensaba. Esto podría explicar el fracaso de ensayos clínicos realizados con oxitocina en personas con trastornos de ansiedad social, esquizofrenia y otras afecciones. Había una gran esperanza depositada en la oxitocina, pero los resultados de estos ensayos no mostraron mejoras significativas. El nuevo estudio viene a demostrar que la oxitocinano es más que una parte del complejo mosaico hormonal implicado en la formación de vínculos emocionales.

El siguiente paso es descubrir qué procesos químicos están compensando la ausencia de receptores de oxitocina en el cerebro, o si la oxitocina puede llegar a unirse a otros receptores y averiguar por qué los resultados no son los mismos si se usan fármacos bloqueadores de oxitocina en topillos adultos o si oos animales nacen sin la opción de experimentar la actividad de la oxitocina en el cerebro. Se especula con la posibilidad de que, en los animales modificados genéticamente, pueden activarse mecanismos paralelos para compensar la ausencia de los efectos de la oxitocina, mientras que, en condiciones normales, los vínculos afectivos estarían controlados por un circuito cerebral que acaba volviéndose dependiente de la oxitocina al verse expuesto a sus efectos durante el desarrollo.

¿Alteran estos resultados todo el conocimiento adquirido previamente sobre la neurobiología de los vínculos afectivos? No realmente. Aunque a la luz del nuevo trabajo parte del mito de la hormona del amor se desmorone, las manipulaciones realizadas con productos farmacológicos prueban que la oxitocina desempeña un papel esencial, al menos en los topillos, aunque ahora sabemos que incluso en estos animales hay soluciones alternativas, que la evolución de algo tan esencial para una especie no depende de una sola hormona. Se está aprendiendo que los mecanismos son mucho más plásticos y complejos de lo que pensábamos y que los vínculos emocionales pueden existir más allá de la oxitocina.

Alex Richter-Boix es doctor en Biología y comunicador científico especializado en ecología evolutiva.

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Alex Richter-Boix
Es coordinador de proyectos científicos en el CEAB-CSIC y comunicador científico; doctor en Biología por la Universidad de Barcelona, especializado en ecología evolutiva y máster en Comunicación Científica por la UPF-BSM.

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