La ingeniera que ‘pesca’ contaminación acústica en el mar: “Ahí abajo hay ruido, mucho”
Soledad Torres-Guijarro trabaja analizando la contaminación acústica en los océanos, que afectan ya a dos tercios de todos los animales marinos
El mundo del silencio (Le Monde du silence en su nombre original en francés) fue una película documental que dirigió en 1955 el explorador y biólogo marino Jacques Cousteau junto al cineasta Louis Malle. Ganó la Palma de oro del Festival de Cannes de 1956 y tuvo un éxito enorme. Su título era el mismo que el del primer libro publicado por Cousteau. Pero, por encima de todo, ese título es el propagador de un mito, el de que el fondo submarino es un lugar silencioso. Esa idea es falsa; en los océanos hay ruido, siempre ha habido ruido y cada vez hay más. Y eso no es bueno.
“Ahí abajo hay ruido, mucho”, afirma Soledad Torres-Guijarro, profesora de la Universidad de Vigo. Ella lo sabe bien porque su investigación está centrada en recoger, “pescar”, según la científica, los ruidos marinos de origen antropocéntrico, es decir, los que producen las actividades humanas. En 2016, esta ingeniera de telecomunicaciones realizó una base de datos de ruido submarino: “Cuando empezamos a trabajar en acústica submarina descubrimos que no había bases de datos públicas de los ruidos provocados por el tráfico marino. Aprovechando que vivimos en Vigo y que la ría la transitan muchos barcos, grabamos e hicimos la base de datos que compartimos con más de 300 grupos de investigación de todo el mundo. Y desarrollamos una aplicación que permite visualizar en un mapa el ruido de la ría en un momento dado”.
Esos ruidos antropocéntricos en el mar se han convertido en un grave problema mundial porque afectan a la fisiología y el comportamiento de los seres vivos que viven en él. Las organizaciones internacionales reconocen el ruido antropocéntrico marino como un importante factor de estrés ambiental que puede tener consecuencias desastrosas para la supervivencia de poblaciones y hasta especies enteras. “Durante mucho tiempo, el foco se lo llevaron los cetáceos. Pero desde hace una década se investiga también cómo afecta el ruido submarino al resto de seres que viven allí y se calcula que alrededor de dos tercios de todos ellos sufren las consecuencias de esta contaminación”, indica Torres-Guijarro.
Ahí abajo hay ruido, mucho; el foco se lo llevaban los cetáceos, pero ahora sabemos que dos tercios de todos los animales marinos sufren esta contaminaciónSoledad Torres-Guijarro, profesora de la Universidad de Vigo
Los animales marinos también producen ruidos, como los terrestres. Los mamíferos del mar han evolucionado para usar el sonido como fuente de información. “Nosotros estamos grabando silbidos de delfines en Cortegada que es una de las islas atlánticas de Galicia. Allí tenemos un hidrófono permanente que tiene también un detector para estos silbidos. El tema de la comunicación de los delfines es muy chulo. Investigaciones recientes han descubierto que cada individuo tiene un silbido identificador específico, es decir un nombre propio, y que además en su forma de comunicarse existe gramática, lo que quiere decir que es un lenguaje”, explica Torres-Guijarro.
Los delfines y el resto de mamíferos y aves marinas perciben el ruido mediante presión, como las personas. Eso no les ocurre a la mayoría de los peces e invertebrados marinos que no tienen oído. Pero esto no quiere decir que no puedan recibir el impacto de los ruidos, en su caso lo que perciben es el movimiento de las partículas que genera el sonido en el agua. Y ese movimiento de las partículas puede ocasionar los mismos daños que produce el sonido en los mamíferos y las aves.
Todos estos ruidos están provocados por diversas actividades: “La mayor contaminación acústica la provoca el tráfico marítimo, es una actividad prácticamente continua y que se desarrolla en prácticamente todos los mares. Y luego hay actividades que causan ruidos que pueden ser muy dañinos porque son de energía muy alta, pero que están mucho más concentradas en el espacio y el tiempo. Una de estas son las campañas de exploración sísmica del fondo del mar para detectar si allí hay gas o petróleo. El problema aquí es que se utilizan pistolas de aire comprimido que lanzan pulsos de sonido muy energéticos para poder analizar su eco y de ahí extraer la información sobre el subsuelo”, asegura Torres-Guijarro.
Pero además de estas actividades, hay otras muchas, según Torres-Guijarro: “Hay operaciones de construcción en la costa o cerca de la costa que pueden ser muy ruidosas. Y los sónares de los barcos también pueden ser muy dañinos porque algunos son muy potentes, sobre todo los de los barcos de guerra”.
El problema con los ruidos submarinos no es solo que hay muchos sino también que en el agua el sonido se propaga especialmente bien: “La diferencia entre la propagación del ruido en el aire y en el agua es que en esta se propaga mucho más deprisa, hasta cuatro veces más rápido. Y además llega más lejos, a veces hasta distancias enormes de cientos de kilómetros”, ejemplifica Torres-Guijarro.
Esa facilidad del agua para propagar el sonido ha sido aprovechada por muchos animales marinos para desarrollar muchas capacidades como moverse, comunicarse o localizar alimento, que dependen de la captación o emisión de sonidos. Que haya en el mundo submarino ruidos constantes o frecuentes interfiere con los sonidos propios de los animales y dificulta sus vidas.
La científica lo desarrolla: “Nosotros estamos estudiando en dos experimentos cómo afectan los ruidos a dos especies de bivalvos: almejas y mejillones. En el laboratorio hemos sometido a los mejillones y a las almejas a excitación con altavoces que reproducen las condiciones de ruido submarino. Tenemos ya los resultados del experimento en mejillón, que hemos hecho junto al biólogo José Gabarro del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC, y son bastante concluyentes. Cuando al mejillón le sometes a cierto nivel de ruido, se cierra, y un bivalvo que se cierra no se alimenta, con lo cual a la larga perjudica su estado y, probablemente, su crecimiento. Con las almejas, que lo estamos haciendo con la bióloga Elsa Vázquez de la Universidad de Vigo, no hemos acabado, pero lo que estamos empezando a ver es que se entierran en el fondo. Por lo mismo que el mejillón, se sienten amenazadas, y tiene las mismas consecuencias, si se entierran no se alimentan y si no se alimentan no crecen”.
Para la investigadora gallega no es solo que el ruido submarino provoque estrés a las especies que habitan los océanos, sino que “en muchos lugares, lo que produce es incompatibilidad con la vida”, concluye.
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