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El vínculo entre cetáceos y humanos beneficia a la ciencia

Los cuidadores de mamíferos marinos desarrollan una relación individualizada con los animales que allana la labor de los invetsigadores

Raúl García interactúa con un mamífero marino en L’Oceanogràfic de Valencia.
Raúl García interactúa con un mamífero marino en L’Oceanogràfic de Valencia.

¿Es posible para un humano establecer un vínculo con un mamífero marino, como una morsa? Los cuidadores de mamíferos marinos del Oceanogràfic desde luego creamos este vínculo, que es la base de nuestro trabajo. A través de él logramos que cada miembro de nuestra gran familia de animales participe voluntariamente en proyectos de investigación importantes para la conservación de su especie. Lo que para los científicos es conseguir información inaccesible en el hábitat natural, para los animales son juegos y momentos de relax y confianza con nosotros, sus cuidadores. Es una de las partes más bonitas de nuestro trabajo, y sin embargo una de las más desconocidas para el público.

Los cuidadores de mamíferos marinos compartimos el día a día con nuestros animales, y nos encargamos de labores muy variadas para proteger su bienestar. Por ejemplo cuidamos de su dieta y su alimentación diaria, y creamos un entorno estimulante para los animales. Esto lo conseguimos creando ambientes donde suceden cosas nuevas e imprevisibles: lluvia, burbujas, sonidos, juguetes... Todo eso forma parte de nuestro programa de enriquecimiento ambiental.

También diseñamos y llevamos a cabo un programa de entrenamiento con cada miembro de la familia. Es aquí donde, a través de experiencias positivas, motivadoras e interesantes, conseguimos crear con ellos un vínculo fuerte. Esta relación es la base para que los animales participen voluntariamente desde en procedimientos veterinarios necesarios para su salud, hasta en estudios que ayudarán a conservar la especie en el medio natural.

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Cada programa de entrenamiento es específico para cada animal. Aunque pertenezcan a la misma especie los animales son todos diferentes, igual que nosotros. Su carácter, su edad, sus formas de aprender, su energía, sus necesidades… son distintas.

Kylu, nuestra cría de beluga, de solo dos años, es muy despierto, con mucha sed de estímulos e interacción, y en constante búsqueda de juego y cosas nuevas. Yulka, su madre, es más sosegada. Es especialmente curiosa y cariñosa, y estas son dos características clave que su equipo de entrenadores aprovecha para enseñarle comportamientos que servirán para la investigación. Así, Yulka ha aprendido estos meses a nadar con un dispositivo colocado en su zona dorsal, que hemos convertido en un elemento de masaje y rascado y con el que se siente tranquila y disfrutando de momentos cómplices con su cuidador, Jose.

Para la investigación de Audra Ames sobre el desarrollo vocal de una cría de beluga -el segundo estudio de este tipo en todo el mundo-, tuvimos que enseñar a Kylu a llevar unas ventosas en el melón. Pasamos un montón de tiempo jugando con él poniéndonos las ventosas nosotros mismos, y convirtiéndolas en elementos estimulantes de todo tipo de juegos con el peque de la familia. Poco a poco Kylu ha ido entendiendo estos elementos como algo divertido y con lo que se siente completamente cómodo.

Cuando llega ese momento podemos decir a los investigadores que el animal está listo para que vengan a tomar datos, mientras nosotros seguimos interaccionando con ellos en estas sesiones voluntarias, positivas y estimulantes.

Tenemos muchos ejemplos como estos, con muchas de las especies en nuestro centro. El caso de las belugas y el de las morsas es de especial importancia, porque estas especies pertenecen a un hábitat tan único y al mismo tiempo tan amenazado como es el Ártico. Para los cuidadores, saber que con nuestros aprendizajes y juegos ayudamos a animales en poblaciones y entornos amenazados nos hace sentir completamente parte de la conservación de nuestros océanos. 

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