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El volcán de La Palma, asediado por tierra, mar, aire y espacio

Decenas de científicos analizan en tiempo real la erupción de la isla canaria para intentar entender cuándo y cómo terminará

Un hombre observa la lava y el humo del volcán de Cumbre Vieja, en La Palma, este lunes. En vídeo, el recorrido de la lava a vista de dron. Foto: Arturo Jiménez (Europa Press) | CSIC
Nuño Domínguez

La de La Palma es ya la erupción terrestre mejor estudiada de la historia de España. Las bocas abiertas por el magma en la isla canaria se estudian desde el espacio, desde el aire, en superficie y pronto desde el mar, al que la lava puede llegar en las próximas horas. Una vez ha estallado un volcán es impredecible, pero todos estos análisis ayudan a entender mejor qué está pasando y cuándo terminará todo.

Desde el sábado, un día antes del inicio de la erupción, un avión Cessna 337 equipado con cámaras de luz visible e infrarroja sobrevuela la zona desde el amanecer hasta el ocaso. El aparato transmite en tiempo real imágenes fijas y de vídeo que sirven para delimitar el perímetro afectado por las lenguas de lava, calcular a qué ritmo avanzan y estimar a qué temperatura están, explica Elena Paredes, técnica del centro de coordinación de incendios del Ministerio para la Transición Ecológica, que ha enviado a la isla canaria este aparato normalmente empleado en extinción de incendios. El avión vuela a 20 kilómetros de los cráteres, pues la ceniza puede obstruir sus motores y causar un desastre.

Mucho más arriba, a casi 700 kilómetros sobre la isla, los satélites ofrecen datos sorprendentes. Hoy el programa de observación de la Tierra Copernicus ha publicado un primer mapa detallado de la isla canaria donde se ve la extensión de las lenguas de lava. Este servicio de la Unión Europea calcula que las coladas habían cubierto 154 hectáreas y destruido 320 edificios, según los datos publicados a las nueve de la mañana de este miércoles.


Una de las señales más claras de que el volcán iba a entrar en erupción fue la deformación de la superficie de la isla. Satélites como los Sentinel de la Agencia Espacial Europea tienen radares capaces de detectar deformaciones de tan solo 25 centímetros, explica José Fernández, geodesta de la Universidad Complutense de Madrid. Su equipo fue uno de los primeros en alertar de anomalías en La Palma que indicaban una acumulación de magma en capas de la corteza terrestre cada vez más superficiales, y que comenzaron a notar los Sentinel y otros satélites desde 2006.

Todo el conocimiento que reunamos será esencial para poder predecir erupciones en el futuro o, por lo menos, minimizar sus riesgos
José Fernández, Universidad Complutense de Madrid

Fernández resalta que “es importantísimo estudiar todo el proceso hasta que termine”. Explica que la otra erupción mejor analizada hasta ahora en España fue la del volcán de El Hierro, que comenzó bajo el mar en 2011. “En aquella ocasión, el magma se había acumulado en dos depósitos conectados, uno a unos nueve kilómetros bajo la superficie y otro a unos cuatro. Ahora gracias a los satélites y los sistemas de medición en superficie podemos entender cómo es el sistema de alimentación de este nuevo volcán y saber si está sucediendo algo parecido. Todo el conocimiento que reunamos será esencial para poder predecir erupciones en el futuro o, por lo menos, minimizar sus riesgos”, resalta.

La amenaza más peligrosa de los volcanes son los gases invisibles que escupen. En 1971, el único muerto reconocido de forma oficial durante la erupción del Teneguía en La Palma se asfixió por estos gases (hay otro fallecido que se sospecha que murió por la misma causa). La Agencia Estatal de Meteorología explica que está siguiendo la nube de ceniza y gases con satélites como el Meteosat y señala que el martes instalará tres instrumentos en tierra para determinar la cantidad de dióxido de carbono, los aerosoles y vapor de agua en el penacho de humo del volcán. Otro gas peligroso es el dióxido de azufre, que es tóxico de por sí y además puede formar el también nocivo ácido sulfúrico al contacto con el agua. Es clave medir la concentración del gas, pues si baja es probable que indique que la erupción ya está remitiendo.

Brote de algas ocasionado por la llegada al mar de la lava del volcán Kilauea, en 2018.
Brote de algas ocasionado por la llegada al mar de la lava del volcán Kilauea, en 2018.Guarda Costera EE UU

Buena parte de las mediciones en tierra las realizan seis científicos del Instituto Geográfico Nacional (IGN), que es el organismo que tiene la competencia de vigilancia y alerta volcánica, explica Stavros Meletlidis, vulcanólogo de este organismo. El IGN tiene además a otros 40 expertos trabajando en los centros de Santa Cruz de Tenerife y Madrid, detalla Meletlidis. En paralelo a ellos trabaja un equipo de tres personas enviadas por el Instituto Geológico y Minero, que usan drones para medir el riesgo de desprendimientos y calcular la deformación del terreno. También toman muestras de las coladas de lava, cuyo análisis permitirá aclarar de dónde viene exactamente este magma, cuál es su composición y tal vez con ello entender algo mejor cómo va a evolucionar la erupción. En cualquier caso, todas las medidas que pueden tomarse con una erupción ya iniciada solo permiten hacer suposiciones. El comportamiento real del volcán es impredecible.

Hay tres grandes formas de entender cómo está evolucionando el volcán desde tierra: medir los terremotos, conocer la deformación del terreno y estudiar la composición geoquímica de las lavas. Uno de los instrumentos que se usan son los gravímetros, que miden el empuje de la gravedad en diferentes puntos de la isla. Los científicos usan estos aparatos para estimar las masas de magma que hay subiendo por la corteza terrestre hacia la superficie y así intentar saber cuánto puede durar la erupción. Meletlidis reconoce que “se trata siempre de un modelo, una aproximación con mucha incertidumbre”. Es posible por ejemplo que haya un depósito superficial y otro más profundo que no está siendo detectado. Lo que sí aventura el científico es que en el volcán de La Palma no hay una cámara de magma que se vaciará y podrá volver a llenarse ocasionando otra erupción en el futuro. “Este volcán es monogenético, lo que quiere decir que probablemente solo entrará en erupción una vez” señala.

Los temblores registrados por la red sísmica del IGN sirven para radiografiar el interior del volcán. “Desarrollamos modelos matemáticos que analizan cuándo sube o baja el tremor ocasionado por el magma al salir. Esta oscilación puede ayudarnos a reconstruir la forma del tubo por el que sale la roca fundida y entender cuántas ramificaciones tiene”, resalta Meletlidis.

El próximo sábado por la noche se espera que llegue a La Palma un nuevo destacamento científico, esta vez por mar, a bordo del buque de investigación Ramón Margalef. La lava de esta erupción en la zona de Cabeza de Vaca puede llegar de forma masiva al mar, lo que presenta una ocasión única para la ciencia, explica Eugenio Fraile, investigador del Instituto Español de Oceanografía. “Se sabe muy poco sobre lo que sucede cuando la lava de un volcán toca el océano”, explica.

Una de las posibilidades es que el océano se tiña de color verde turquesa formando una enorme mancha que podría ser observada desde el espacio. Es lo que sucedió en Hawái en 2018. La entrada de la roca fundida desplazó las capas de agua más superficiales de forma que subieron las más profundas, que tienen muchos más nutrientes y favorecieron el crecimiento de algas que tiñeron el agua.

El barco también cartografiará el fondo marino tras la erupción y podrá comparar ese mapa batimétrico con el que ya realizó en 2018, cuando La Palma tembló por un enjambre sísmico. El buque recogerá rocas y corales de la zona. Estos organismos absorben azufre y otros gases escupidos por el volcán.

La costa de La Palma es una reserva marina y el Margalef espera también estudiar el impacto que va a tener en la fauna la entrada masiva de lava, explica Fraile. Los más afectados serán los organismos que viven prendidos al fondo marino y que no pueden moverse, que probablemente mueran. Pero la recuperación puede ser rápida. “Tres años después de la erupción del volcán submarino de El Hierro, estos organismos se habían renovado casi por completo”, resalta el investigador.

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Sobre la firma

Nuño Domínguez
Nuño Domínguez es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo Científico por la Universidad de Boston (EE UU). Antes de EL PAÍS trabajó en medios como Público, El Mundo, La Voz de Galicia o la Agencia Efe.

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