Una investigación bucea hasta el Neolítico para encontrar los orígenes de la desigualdad entre hombres y mujeres
El estudio identifica la movilidad femenina al entorno de las parejas masculinas como una de las claves del surgimiento de sociedades patriarcales
La arqueología es una ciencia difícil: demasiadas preguntas para muy pocas evidencias. Sin embargo, el estudio de la Prehistoria puede aportar claves fundamentales para comprender graves problemas del presente. La investigadora de la Universidad de Sevilla Marta Cintas-Peña, con el respaldo del plan de investigación Marie Sklodowska Curie de la Comisión Europea, bucea en el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres consciente de que, como afirma, “es un proceso social y cultural creado que ha consolidado un sistema injusto”. Para desandar ese camino, Cintas-Peña ha estudiado el origen de esa lacra y ha hallado un elemento que podría haber sido clave: la movilidad de la mujer al entorno del hombre (“patrilocalidad”), que empieza a evidenciarse de forma relevante en la Península a partir de la Edad del Cobre, entre 3.200 y 2.300 años antes de Cristo.
Leonardo García Sanjuán, catedrático de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla y coautor del estudio, pendiente de publicación y que forma parte del proyecto que recoge la web Projectwomam.com, explica que “la patrilocalidad es la regla residencial por la cual las mujeres, cuando se casan, se van a vivir a la aldea o pueblo del marido, una acción típica de sociedades patriarcales”. “Esta práctica”, según explica, “es muy trascendente en el estudio del origen temprano del patriarcado pues, al salir de sus familias y de sus propias aldeas y marchar a las de sus maridos, las mujeres quedan descontextualizadas de su marco familiar y del apoyo de sus parientes y amigos, lo cual las hace mucho más vulnerables a la opresión por parte del marido y su familia”.
El análisis de los datos de las mujeres muestra que estos no se corresponden con sus lugares de enterramiento en más del doble de casos que los de los hombres, lo que significa que ellas procedían con mayor frecuencia de otro lugar
Para confirmar esta práctica y huir de interpretaciones sesgadas por paralelismos etnográficos (atribuir roles pasados en función de comportamientos culturales actuales), Cintas-Peña ha analizado la totalidad de los datos de isótopos de estroncio disponibles a fecha de hoy para este periodo en la península Ibérica. Este conjunto de datos aporta información sobre 476 individuos procedentes de 26 sitios diferentes. Según explica la arqueóloga, este sistema, a través de la comparación de la marca isotópica de la región y de la marca isotópica de los restos óseos, permite determinar si un individuo fue enterrado en el mismo lugar en el que vivió, abordando así su movilidad.
Este estudio, según la investigación, “proporciona la primera visión de los patrones residenciales del Calcolítico en la Península así como un nuevo enfoque que incluye el género como elemento central entre las variables estudiadas”.
Los resultados arrojan pocas dudas sobre la movilidad. El análisis de los valores de las mujeres muestra que estos no se corresponden con sus lugares de enterramiento en más del doble de casos que los de los hombres, lo que significa que ellas procedían con mayor frecuencia de otro lugar. Una posible explicación a ello es la patrilocalidad. El estudio confirma una afirmación del antropólogo estadounidense Marvin Harris: “La abrumadora mayoría de las sociedades conocidas muestran patrones residenciales y de afiliación centrados en el hombre”.
Se produce una jerarquización, un aumento de la complejidad social por la que determinados personajes acumulan poder y establecen linajes que parece que benefician al hombre con más frecuencia que a la mujerMarta Cintas-Peña, investigadora de la Universidad de Sevilla
García Sanjuán aclara que esta práctica se intensifica cuando las sociedades empiezan a tener excedentes que generan patrimonios familiares y la herencia, según explica el arqueólogo, “empieza a convertirse en un asunto clave social y económicamente”: “Para que los hombres tengan la seguridad de que el legado va a pasar a sus propios hijos biológicos, empieza a darse una ideología de control de las mujeres”
Cintas-Peña añade que la “patrilocalidad” podría haber tenido lugar de forma paralela a la sedentarización y la acumulación de excedentes: “Se produce una jerarquización, un aumento de la complejidad social por la que determinados personajes acumulan poder y establecen linajes que parece que benefician al hombre con más frecuencia que a la mujer”.
La patrilocalidad, junto con otros elementos en los que a partir del Neolítico se aprecian diferencias, como el análisis de traumas de los esqueletos, la mayor presencia de proyectiles en los enterramientos masculinos o la representación de la mujer en el arte levantino, más vinculada a tareas de mantenimiento, comienza a evidenciar una diferenciación que no se daba antes.
La investigadora destaca que “esa desigualdad surge por procesos que no son siempre iguales, pero que sí llegan al mismo punto”. “No hay una única causa. Son procesos con diferentes ingredientes que se van cocinando lentamente. Pero sí está claro que la desigualdad es un proceso cultural, que no existe un determinismo biológico”.
En el mismo sentido, el arqueólogo Steve Kuhn señaló que “la división del trabajo por género es más un producto de las normas sociales que de la biología o la psicología”. Y este no es un proceso tan antiguo como se ha querido ver, como demuestran hallazgos recientes de restos de mujeres que participaban en actividades como la caza hace 8.000 años.
Las evidencias apuntan a que el origen de las desigualdades empiezan a manifestarse de forma habitual a partir del Neolítico y que hay una relación con la movilidad. Un artículo publicado en la revista Science analizó, a partir del estudio de las tumbas y los objetos que se encontraron junto a los restos humanos, la forma de vida de una comunidad que habitó el valle del Lech, cerca de Augsburgo (Alemania), hace 4.000 años. Los autores señalan cómo se pasó de sociedades en las que todos nacían iguales a otras en las que algunos se reivindicaban como descendientes de quienes crearon las normas que ordenaban la sociedad o incluso de los dioses. Las mujeres que yacían junto a los aristócratas y que compartían su elevado estatus no habían nacido en el valle de Lech. El análisis del esmalte de sus dientes contenía elementos químicos que no las vinculaban con la composición del agua local, como sucedía en el caso de los hombres. Habían crecido lejos de allí y habían llegado para casarse. Las únicas mujeres locales eran pobres, enterradas sin objetos alrededor, o niñas de familias ricas que habían muerto antes de la adolescencia.
División del trabajo
Un estudio liderado por Alba Masclans, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas in Barcelona y publicado en PLOS ONE, ha investigado más de 400 herramientas de piedra enterradas en tumbas en varios cementerios de Europa central hace unos 5.000 años durante el Neolítico Temprano. El análisis mostró que los hombres fueron enterrados con herramientas de piedra que previamente habían sido utilizadas para la carpintería, carnicería, caza o violencia interpersonal. Mientras tanto, en los enterramientos de mujeres hallaron útiles de piedra utilizados en pieles de animales. Estos hallazgos, según los investigadores, apoyan la existencia de una división sexual del trabajo en el Neolítico temprano en Europa y pueden contribuir a una mejor comprensión de los complejos factores involucrados en el aumento de las desigualdades de género en el Neolítico.
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