Mutaciones
Las variaciones del coronavirus en los visones daneses son irrelevantes para las vacunas
El anuncio de dos vacunas contra la covid ha propagado una pandemia de optimismo, en parte justificado. Al producto que Pfizer comunicó a los mercados la semana pasada, notable por una inesperada protección del 90%, se acaba de sumar otro de Moderna que promete una eficacia aún mayor, cercana al 95%. La verdad es que esa diferencia es insignificante –un paciente más o menos en el conteo—, y que ha venido precedida por una especie de carrera patética por rascar decimales a la que también se han apuntado los rusos. Pero todo eso da igual, salvo para los mercados financieros, que son una pésima guía científica. Lo importante es que ambas vacunas, Pfizer y Moderna, revelan que una tecnología nunca utilizada antes en humanos (mRNA, o ARN mensajero) es capaz de generar vacunas eficaces contra un virus desconocido en un tiempo récord.
La otra parte del optimismo es arbitraria por el momento. Una nota de prensa no es el soporte óptimo para presentar un avance científico, y mientras los resultados no se publiquen propiamente ―en un artículo revisado por especialistas independientes― debemos considerarlos un rumor. Es cierto que hay instituciones científicas de mucho peso detrás de estas empresas farmacéuticas, pero también que las notas de prensa son garrafalmente incompletas en su exposición.
Una nota de prensa no es el soporte óptimo para presentar un avance científico, y mientras los resultados no se publiquen propiamente debemos considerarlos un rumor
En el caso de Pfizer, no sabemos si la vacuna evita los síntomas más graves, aunque la vacuna de Moderna sí parece hacerlo. En ambos casos ignoramos cuánto dura la inmunidad, y lo seguiremos ignorando mientras no haya pasado el tiempo suficiente para evaluarlo. Más grave aún, nos falta saber si estos productos inhiben la replicación del virus dentro del cuerpo, una condición necesaria para que bloqueen la transmisión a otras personas. Sin eso, la utilidad de una vacuna para detener la pandemia se vería muy comprometida, por no decir anulada. Los brokers están entrenados para pulsar el botón en cuanto una empresa estornude. Los científicos lo están para no pulsarlo hasta que las evidencias sean sólidas.
Pero hay al menos una angustia que podemos descartar. En estos meses, y sobre todo desde que Dinamarca detectó un SARS-CoV-2 mutante en sus granjas de visones, ha surgido la preocupación de que las variaciones genéticas del virus puedan no solo aumentar su gravedad, sino también arruinar la utilidad de las vacunas, que ya no sabrían reconocer al virus mutado. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, decidió el 4 de noviembre sacrificar a 17 millones de visones y anunciar el cierre de las granjas “en el futuro previsible”. Pero los científicos que han analizado las mutaciones del virus en estos animales acaban de concluir que ni permiten al virus circular con más eficacia, ni lo hacen más agresivo ni van a dificultar el funcionamiento de las vacunas. Pese a todo, la propagación del virus en los visones ha sido tan enorme ―desde junio se ha detectado en más de 200 granjas— que los expertos siguen apoyando el sacrificio masivo y el cierre de las instalaciones. Por fin una mala noticia que afecta más a Núñez de Balboa que a Carabanchel.
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