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Tribuna
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La construcción de la mentira

Esta vez no son los rusos, sino la derecha doméstica quien se dedica a manipular las elecciones. Luego vendrán los antivacunas

Donald Trump Jr., hijo del presidente de EE UU, Donald Trump, habla en un evento el pasado jueves, en Florida.
Donald Trump Jr., hijo del presidente de EE UU, Donald Trump, habla en un evento el pasado jueves, en Florida.Will Dickey (AP)
Javier Sampedro

Los trucos son burdos, pero funcionan bien en este mundo no menos ramplón. Primero Donald Trump anuncia sin venir a cuento que no se fiará de un resultado electoral adverso. Medio mundo se echa las manos a la cabeza ante la última ocurrencia venenosa del presidente de Estados Unidos. Pero poco después empiezan a aparecer unas cosas muy raras en las redes sociales. El 25 de septiembre, un tuit originado en la cuenta de un periodista conservador asegura que se ha descubierto un millar de votos por correo tirados a un contenedor de escombros en el condado de Sonoma, en California, y presenta fotos elocuentes. Pocas horas después, una web de extrema derecha publica las fotos acompañadas de una información ‘exclusiva’ donde se acusa a unos trabajadores de intentar ocultar el escándalo. En un solo día, 25.000 tuiteros rebotan la información por todas partes. Uno de ellos es el hijo de Trump, con casi seis millones de seguidores. Lo cierto es que las fotos eran de unos sobres vacíos sobrantes de unas elecciones anteriores y que iban a tirarse al reciclado de papel, pero el bulo, tan sospechosamente servicial para el inquilino de la Casa Blanca, ya había hecho su trabajo a la perfección. Mentir sale gratis en nuestros tiempos de anonimato y abyección digital, y a quien no le guste que se vaya al planeta Marte.

A los científicos sociales y expertos en redes, sin embargo, estas cosas les pillan cada vez más preparados, y Greg Miller informa en ‘Science’ de los avances técnicos que les permiten rastrear ahora la propagación de la falsedad, su origen y su finalidad. Todos esperamos que estas investigaciones, unidas a una presión creciente sobre los mocosos billonarios de Silicon Valley, acaben por erradicar la desinformación de las redes, aunque solo sea por el procedimiento venerable de desnudar a quienes la perpetran. Esto no va a ocurrir de martes a jueves, pero habrá que empezar a picar piedra antes de que el fenómeno fake nos acabe de fosfatinar a todos el cerebro. Sin una información veraz y contrastada no hay elecciones libres ni democracia, no hay ciencia ni entendimiento ni hay manera de progresar hacia alguna parte que no sea la estepa donde muere la razón.

Es bien conocido que las elecciones de 2016, las que llevaron a Trump al poder ante la incredibilidad del mundo, padecieron un ataque sistemático de origen ruso que sembró la desinformación y el desconcierto, aunque calcular sus efectos concretos en el resultado resulta imposible. La investigación actual muestra, sin embargo, que este año las mentiras vienen sobre todo de dentro de casa. Tal vez los manipuladores profesionales hayan aprendido ya su oficio y no necesiten a los rusos para inventarse todas esas tonterías que engañan a los bobos. A millones de bobos. Sé que esto no parece un análisis del coronavirus, pero en el fondo lo es también, porque es probable que nos enfrentemos a una campaña manipuladora de los antivacunas con pocos precedentes. Aprendamos de la política.

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