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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Contagios palatinos

Trump impide la investigación del ‘evento de Rose Garden’, donde posiblemente se infectó él mismo

Javier Sampedro
Donald Trump saluda desde el balcón de Truman en la Casa Blanca tras abandonar el hospital el pasado lunes.
Donald Trump saluda desde el balcón de Truman en la Casa Blanca tras abandonar el hospital el pasado lunes.NICHOLAS KAMM (AFP)

El paciente de covid-19 más famoso del mundo, Donald Trump, está escribiendo páginas de la Historia que estudiarán nuestros nietos. El lunes se escapó del hospital contra el criterio de sus treinta médicos y montó un número de superación y resiliencia desde el balcón de la Casa Blanca, a mascarilla quitada y con la respiración agitada de quien ha tenido que subir un piso por las escaleras sin estar en condiciones para ello. Parece mentira que en el epicentro del mundo libre no hayan puesto un jeringado ascensor para subir al balcón del segundo piso. Pero ponerlo ahora no era una opción, toda vez que las obras terminarían después de las elecciones del mes que viene, y eso queda más allá del horizonte de sucesos del inquilino. Así que el pobre hombre tuvo que subir haciendo piernas y deshaciendo bronquios y pulmones.

La cara oscura de ese show son los tratamientos que sabemos que Trump ha recibido en estos días. Primero, un cóctel de anticuerpos monoclonales desarrollado por la firma Regeneron a partir de pacientes que habían superado la covid, Segundo, el ya célebre remdesivir, un inhibidor de la replicación viral aprobado pero no probado a fondo. Y tercero, dexametasona, un conocido antiinflamatorio esteroideo que se suele reservar para los casos graves de covid. Se puede inferir que los 30 médicos de Trump están preocupados por su estado de salud, aunque cabe la opción de que la presión de la Casa Blanca les haya llevado a tomar medidas exageradas. Lo acabaremos sabiendo, porque un complot de 30 médicos no puede permanecer secreto mucho tiempo. “A la gente le gusta hablar”, como dijo el matemático John Allen Paulos.

De aquí a las elecciones de noviembre, sin embargo, la exhibición vigorosa de San Donald venciendo al virus puede hacer mucho daño a la percepción pública sobre la respuesta a la pandemia. Salgo yo al balcón, me quito la mascarilla y proclamo la derrota del coronavirus emite el peor de los mensajes al público que cabe imaginar: no se preocupen, vuelvan a consumir y recobren su actividad económica, porque el “virus chino” no puede con el hombre blanco.

Lo cierto es que el SARS-CoV-2 se está poniendo las botas entre el personal de la Casa Blanca y allegados. Es probable que Trump y otras siete personas se contagiaran hace 11 días, durante un homenaje a la jueza Amy Coney Barrett, nominada por Trump en 2017, según fuentes de la Casa Blanca citadas por ‘The New York Times. Se conoce como el evento del Rose Garden, por el jardín de rosas donde se celebró. Pese a ello, el Gobierno ha decidido no trazar los nexos de los casos, ni avisar del posible contagio a los contactos cercanos de Trump durante los días anteriores a su diagnóstico, ni permitir a la agencia de control de infecciones (los CDC de Atlanta, en la jerga) que investigue este evento de superpropagación. Es exactamente lo que haría un loco. Tal vez sea eso, después de todo, lo que tenemos al frente del mundo libre.

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