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El evento de Ischgl

Una estación de esquí tirolesa propagó la covid a 40 países de cinco continentes

Javier Sampedro
Cartel al final del pueblo de Ischgl (Austria) donde se dio un evento de supercontagio que llevó el coronavirus a 40 países de cinco continentes
Cartel al final del pueblo de Ischgl (Austria) donde se dio un evento de supercontagio que llevó el coronavirus a 40 países de cinco continentesLISI NIESNER (Reuters)

Es imposible no acordarse de La pantera rosa de Blake Edwards, donde una princesa, un ladrón de joyas y un penoso inspector francés se reúnen con una élite prescindible en una lujosa estación de esquí de Cortina d’Ampezzo, en los Alpes Dolomitas del norte del Véneto. Los amantes de la comedia ya sabrán cómo acaba la cosa. En el reciente remake que nos ha proporcionado la vida real, la jet set ha cambiado Cortina d’Ampezzo por la villa tirolesa de Ischgl, donde la práctica del deporte invernal va seguida indefectiblemente por una agotadora sesión en los bares après-ski del pueblo, rebosantes de estilo y glamour.

A finales de febrero y primeros de marzo, ejecutivos, profesores y directoras de escuelas de tenis volaron desde Nueva York, Londres o Hamburgo al paraíso nevado de Ischgl. The New York Times ha entrevistado a unos cuantos, y ha averiguado así que los viajeros sabían en esas fechas que el SARS-CoV-2 campaba por sus respetos en el norte de Italia y en la también vecina Alemania, pero se creyeron la versión oficial del Gobierno austriaco de que la situación era segura en su territorio. Craso error.

Nadie sabe quién llevó el virus a Ischgl, pero es obvio que lo propagó entre sus adláteres, porque los turistas volvieron a sus lugares de origen y allí armaron una buena. Miles de esquiadores de la zona transportaron el SARS-CoV-2 a 40 países de cinco continentes, incluida la remota Islandia. Hay datos asombrosos: la mitad de los casos positivos que registró Noruega en marzo provenían de Ischgl y otras estaciones de esquí austriacas. Casi prefiere uno a David Niven y el inspector Clouseau.

El evento de Ischgl es un caso claro de supercontagio, un fenómeno que preocupa desde hace tiempo a los científicos. El ya famoso número R0, o ritmo reproductivo básico, mide a cuántas personas contagia un portador del virus, y reducirlo por debajo de 1 es un objetivo básico de la epidemiología. Pero R0 es solo un promedio, y el diablo mora en los detalles. Para la mayoría de las personas infectadas, R0 es literalmente cero: no contagian a nadie. Y la mayoría de los brotes se deben a un pequeño número de supercontagiadores, como la persona anónima que llevó el coronavirus a Ischgl y lo diseminó así por 40 países de cinco continentes.

Pero Ischgl supone también un indicio de que la movilidad internacional es un riesgo serio, al menos en las fases iniciales de la pandemia, o de la segunda ola en la que nos estamos empezando a hundir. Esto va a suponer un cambio de tendencia en las recomendaciones sanitarias. En los albores de la pandemia, allá por enero, la OMS se pronunció en contra de restringir los vuelos internacionales, como ya había hecho en pandemias anteriores. El argumento dominante ha sido hasta ahora que bloquear el comercio y el flujo de personas entre países acaba produciendo más daños de los que pretende evitar. Una lujosa estación de esquí en Ischgl puede cambiar esa percepción.

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