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Tribuna
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Dinosaurios en Venus

La existencia de una química anómala que no sabemos explicar no basta por si sola para afirmar que existe vida en el planeta

Esta imagen es un compuesto de datos de la nave espacial Magellan de la NASA y el Pioneer Venus Orbiter. NASA / JPL-Caltech
Esta imagen es un compuesto de datos de la nave espacial Magellan de la NASA y el Pioneer Venus Orbiter. NASA / JPL-Caltech

En el capítulo titulado Cielo e infierno de la serie Cosmos, Carl Sagan nos contaba una anécdota científica divertida y un tanto embarazosa. Las primeras observaciones del planeta Venus a través de los telescopios primitivos no permitían distinguir ningún rasgo sobre su superficie. La geografía de Venus estaba oculta por una densa atmósfera opacada por nubes, cuya composición era desconocida. A partir de aquí, se desbocó la imaginación: No podemos ver la superficie de Venus, porque está tapada por nubes. Bueno, ¿y de qué están hechas las nubes? De agua, por supuesto. Por lo tanto, Venus debe tener mucha agua. Y, si tiene mucha agua, el terreno debe estar empapado. Venus debe ser una gran ciénaga. Y en las ciénagas hay helechos. Y si hay helechos, quizá haya dinosaurios. Nótese el razonamiento: observación, no veo nada; conclusión, dinosaurios.

Hoy nos hemos desayunado con una versión actualizada y un poco más elaborada de esta misma historia. Debemos ser cautelosos para que no termine produciendo un embarazo similar. La historia de hoy se basa en datos reales sobre la composición de la atmósfera venusina: en algunas de las capas más altas de la atmósfera de Venus se ha detectado fosfina (PH3), un compuesto que, en la Tierra, solo lo producen de manera natural algunos microorganismos que viven en ausencia de oxígeno. Hasta aquí la observación. Concluir que la fosfina apunta hacia la existencia de vida en Venus nos puede acercar peligrosamente a la afirmación dinosáurida.

Venus está más cerca del Sol que la Tierra, y tiene un tamaño, masa y composición general similares a los de nuestro planeta. Pero los parecidos terminan aquí. Venus gira sobre sí mismo tan despacio que el día allí es más largo que el año, y además rota en sentido inverso al resto de planetas del Sistema Solar. Su atmósfera es tan densa que sobre la superficie de Venus hay una presión similar a la que soportaríamos a 900 metros bajo la superficie del océano terrestre, y está compuesta mayoritariamente por dióxido de carbono con nubes de ácido sulfúrico. La temperatura en la superficie supera los 450ºC. Venus no es buen destino para ir de vacaciones.

La concentración de fosfina detectada en Venus es de unas 20 moléculas por cada mil millones de moléculas en la atmósfera, una cantidad que, aunque no lo parezca, es significativa. Y el hallazgo es el resultado de más de una década de investigaciones. La búsqueda de fosfina como bioindicador comienza con su descubrimiento en la década de los 70 en las atmósferas de Júpiter y Saturno, donde se forma naturalmente por la combinación de temperaturas y presiones extremas. El mismo equipo de investigadores que publica hoy el hallazgo en Venus se empezó a preguntar hace 10 años si la fosfina se podría producir de forma natural en la Tierra. Y encontraron que, efectivamente, aparece en casi cualquier lugar donde no hay oxígeno.

La concentración de fosfina detectada en Venus es de unas 20 moléculas por cada mil millones de moléculas en la atmósfera, una cantidad que, aunque no lo parezca, es significativa

Un detalle interesante de esta historia es que la fosfina en la Tierra es abundante en las ciénagas, esos lugares que se suponían habitados por helechos y dinosaurios en la fantasía que recordábamos al principio. También aparece en los intestinos de muchos animales. Ya habrá imaginado el lector las características del aroma de las fosfinas. En general, para los organismos terrestres a los que no les gusta el oxígeno, la fosfina parece ser una molécula muy útil.

Determinar que la fosfina está asociada al metabolismo anaerobio fue la pista principal que siguieron los investigadores para considerarla un bioindicador. El siguiente paso era descartar que la fosfina se pudiera producir por procesos no biológicos en planetas rocosos. La fosfina está formada por un átomo de fósforo y tres de hidrógeno, que de forma natural no quieren estar juntos. Para formar la molécula de fosfina se requiere una gran cantidad de energía, como la que existe en las atmósferas de Júpiter y Saturno o la que es capaz de aportar el metabolismo. Los investigadores han testado un gran número de escenarios no biológicos para formar fosfina en la Tierra (vulcanismo, impactos meteoríticos, tormentas eléctricas, fricción de placas tectónicas), y ninguno parece producir cantidades apreciables de la molécula, aunque estos resultados aún están en proceso de evaluación.

A continuación, los investigadores simularon atmósferas de exoplanetas y las cargaron con diferentes cantidades de fosfina, para estudiar si podría ser detectable con nuestros telescopios que buscan exoplanetas. Concluyeron que, efectivamente, si en un exoplaneta se produjera fosfina en cantidades similares al metano que se produce en la Tierra, sería detectable. Por lo tanto, la fosfina parecía ser un buen indicador de la posible presencia de vida en exoplanetas.

Finalmente, los investigadores volvieron la vista hacia Venus. Desde hace décadas se ha propuesto que, en algunas capas altas de la atmósfera venusina, donde la temperatura disminuye hasta unos apacibles 30ºC, podrían existir organismos vivos. La idea, de nuevo, remite a Sagan, quien la propuso por vez primera en 1967. Los investigadores repitieron sus observaciones en numerosas ocasiones y con diferentes telescopios, y el resultado es sólido: la fosfina está presente en la atmósfera de Venus.

Ahora bien, la presencia de fosfina en las nubes de Venus, ¿significa que hay vida en Venus? Los mismos autores del artículo publicado hoy nos advierten de que no se puede aventurar tal conclusión. Únicamente describen un descubrimiento nuevo que precisa de una explicación que aún no tenemos, y avisan de que la interpretación biológica es, por definición, la más compleja. Por supuesto, también es la que mejor se vende. Basta con deslizar el argumento de que la cantidad de fosfina en la atmósfera de Venus sería explicable como consecuencia del metabolismo de microorganismos similares a los terrestres trabajando simplemente al 10% de su capacidad. La imaginación echa a volar a lomos de pterosaurios.

¿Hay vida en Venus? Los mismos autores del artículo publicado hoy nos advierten de que no se puede aventurar tal conclusión

La realidad es que no se puede descartar que la fosfina en Venus sea un subproducto volcánico, porque justamente este año hemos aprendido que Venus es un mundo volcánicamente muy activo. Además, para tomar en serio un origen biológico, sería preciso proponer rutas metabólicas específicas para la formación de fosfina en la atmósfera de Venus. ¿Cómo sería el proceso biológico en la atmósfera venusina, hiperácida, extremadamente seca y cargada de nubes compuestas en un 90% por ácido sulfúrico?

Volviendo a Carl Sagan, era el científico neoyorkino el que decía que “afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”. Por lo tanto, no podemos hacer la afirmación extraordinaria de que se ha encontrado un posible indicio de vida en Venus. No con los datos que se han publicado hoy, que tan solo indican la existencia de una química anómala que no sabemos explicar. ¿Puede haber vida en Venus? No lo sabemos, y no lo sabremos hasta que volvamos a llevar naves de exploración al planeta y seamos capaces de traer a la Tierra muestras de su atmósfera para analizarlas detalladamente. Corroborar afirmaciones extraordinarias requiere una cantidad de trabajo extraordinaria.

Alberto González Fairén es investigador en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) en Madrid, y en el Departamento de Astronomía de la Universidad Cornell en Nueva York.

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