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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Seis años en seis meses

La velocidad de desarrollo de las vacunas anticovid es deslumbrante. Los resultados, aún inciertos

Javier Sampedro
Sede de Moderna Therapeutics, en Cambridge (Massachusetts, EE UU).
Sede de Moderna Therapeutics, en Cambridge (Massachusetts, EE UU).REUTERS

Veamos lo que suele tardar una vacuna desde su concepción hasta llegar al mercado. En el mejor de los casos, el descubrimiento del fármaco, su investigación preclínica, el desarrollo de su sistema de manufactura y la optimización de los protocolos llevan de tres a ocho años. Las tres fases de los ensayos clínicos suponen entre 10 y 12 años más, a los que hay que sumar otro par de años o poco menos para la revisión de las agencias reguladoras. Eso suma seis años en el mejor de los casos, 20 en el peor. La primera vacuna anticovid que ha dado resultados prometedores, desarrollada por la firma estadounidense Moderna, ha tardado seis meses desde el origen de la pandemia hasta concluir la fase 1.

Todavía no sabemos si será útil, pero, si lo es, habrá destrozado todas las marcas mundiales de velocidad farmacológica, y nada en este campo volverá a ser lo mismo. Sería comprimir seis años en seis meses, como dice Penny Heaton, a quien presentaremos en el siguiente párrafo. Por el momento, el asesor epidemiológico de la Casa Blanca, Anthony Fauci, ha calificado los datos de Moderna de “muy buenas noticias”, y las acciones de la empresa se han disparado un 16% en Wall Street. El Gobierno Federal ha inyectado 500 millones de dólares al proyecto y lo ha seleccionado para los primeros ensayos clínicos a gran escala (fase 3), que arrancará el 27 de julio. Hay otras 23 vacunas entrando en ensayos clínicos, según el recuento de la OMS.

La mencionada doctora Heaton es la directora ejecutiva del Instituto de Investigación Médica Bill y Melinda Gates, en Boston. En una pieza editorial del New England Journal of Medicine, analiza los factores que han acelerado de forma tan brutal la entrada en ensayos clínicos de la vacuna de Moderna. La primera, desde luego, es el conocimiento acumulado sobre los coronavirus en las últimas dos décadas. Recordemos que el SARS de 2003 y varios virus del catarro común son familiares cercanos del SARS-CoV-2 que ha puesto ahora el mundo patas arriba. Ya se sabía, por tanto, que las espículas del virus –esas protuberancias que le dan su nombre— son esenciales para que infecte a las células humanas, y que los anticuerpos que la atacan son el fundamento de la inmunidad contra él. Ampliando el foco, la rapidez de Moderna no habría sido posible sin un gran conocimiento previo sobre este tipo de vacunas rápidas, ni sin ciertos avances regulatorios que permiten hacer en paralelo lo que antes se hacía en secuencia.

Los escollos que quedan por superar resultan abrumadores, y quizá el mayor será demostrar su eficacia no con pruebas controladas, sino en un verdadero estudio de campo con miles de voluntarios. Lo que esperamos de una vacuna es que, una vez inyectada en mil personas sanas, las proteja frente al contagio en comparación con otras mil que solo han recibido placebo. Eso llevará tiempo.

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