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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Ciudades a prueba de pandemias

Lleida y Huesca no son casos insólitos, pero señalan las cosas que no hay que repetir

Javier Sampedro
Varias personas esperan para ser atendidas en el CUAP Prat de la Riba de Lleida, donde se centralizan las pruebas a posibles contagiados de covid-19, este martes.
Varias personas esperan para ser atendidas en el CUAP Prat de la Riba de Lleida, donde se centralizan las pruebas a posibles contagiados de covid-19, este martes.Alejandro Garcia (EFE)

Los rebrotes de Lleida y Huesca, debidos en gran parte a temporeros agrícolas que duermen hacinados en pseudopisos, y también a reencuentros familiares de sensatez incierta, no son ninguna peculiaridad española. Cada vez hay menos cosas que lo sean, como es lógico en este mundo-red que ignora soberanamente las fronteras que la Historia ha trazado durante mil años de irracionalidad, muerte y destrucción del patrimonio. Si no tienes soniquete, pa qué te metes, que diría una bulería. Esta pandemia no se caracteriza por respetar las fronteras, sino por los focos supercontagiosos que la multiplican por diez o por cien en los espacios cerrados.

El mes pasado, Pekín registró cien casos provenientes de un mercado alimentario. Melbourne, Australia, ha padecido rebrotes en bloques de apartamentos que ha han devuelto la ciudad al confinamiento. Unas pocas horas de locura el distrito de Itaewon de Seúl, un punto caliente de la noche surcoreana, se saldó en mayo con 200 jóvenes de alta concentración hormonal contagiados por el coronavirus. Los gestores sanitarios de Cataluña y Aragón no son especialmente obtusos. Su torpeza es en realidad tan universal como la estupidez humana. Nada extraordinario.

Bouffanais y Sun proponen repensar las ciudades para hacerlas a prueba de pandemias

Los datos dicen y repiten que la covid-19 se propaga sobre todo en lugares cerrados donde el contacto cara a cara es cercano y prolongado, como un local de baile, un restaurante, un hospital o una residencia de ancianos. O un pisito para alojar apiñados a diez temporeros. “Un encuentro fugaz con un transeúnte en un camino es una fuente de contagio más improbable que sentarse junto a una persona durante 20 minutos”, dicen en Nature el profesor de tecnología y diseño Roland Bouffanais y la jefa de ciencias sociales Sun Sun Lim, ambos en la Universidad de Singapur.

Estos dos estudiosos subrayan que los complejos turísticos (resorts), las misas, las conferencias y las oficinas han sufrido rebrotes de cierta entidad, como también los almacenes alimentarios y los barcos de pasajeros. Lo que tienen en común todos esos lugares es que son espacios cerrados con mucha gente que está mucho tiempo allí. Las evidencias indican desde hace meses que uno de los vectores principales de la infección son los aerosoles que emitimos al toser, estornudar, hablar y respirar, unas gotitas tan minúsculas que tardan horas en caer al suelo y que se acumulan en el aire de un espacio cerrado. En los primeros dos meses de la pandemia, el 90% de los casos de covid en Singapur se originó en las alcobas hacinadas de los trabajadores migrantes, que a veces alcanzan una densidad de 20 personas por habitación. Ya les dije que Lleida y Huesca tienen muy poco de novedoso.

Bouffanais y Sun proponen repensar las ciudades para hacerlas a prueba de pandemias. Los intercambiadores de transportes, los centros comerciales, las escuelas y los institutos, los lugares de trabajo, la propia estructura de los edificios. Lo peor no es que eso sea mucho pedir, sino que se queda corto. Por ejemplo, ¿quién tiene la competencia para dejar de apilar a los temporeros en esos estratos de condiciones vejatorias?

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