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la crisis del coronavirus
Tribuna
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Sin colaboración no hay vacuna

La élite científica de EE UU impulsa un proyecto internacional de colaboración público-privada

Un vial con una vacuna potencial contra el coronavirus en los laboratorios de Novavax en Rockville, Maryland (EE UU), en marzo.
Un vial con una vacuna potencial contra el coronavirus en los laboratorios de Novavax en Rockville, Maryland (EE UU), en marzo.ANDREW CABALLERO-REYNOLDS (AFP)
Javier Sampedro

La élite de la inmunología norteamericana ha considerado necesario difundir un mensaje nítido: sin colaboración entre la ciencia pública y las farmacéuticas no hay vacuna. Como la ciencia pública es un empeño internacional, se infiere que también es necesaria la cooperación entre todos los países que estén en condiciones de aportar algo. El mundo necesita todos sus recursos para desarrollar una vacuna segura y eficaz y distribuirla a miles de millones de personas de todo el planeta. Muchas compañías farmacéuticas e institutos públicos están intentando distintos enfoques para crear una vacuna contra el coronavirus, lo que constituye una buena estrategia ahora que nadie tiene la menor idea de qué línea de investigación puede funcionar mejor. Tarde o temprano, sin embargo, será necesario un organismo de coordinación para centrar los recursos en la dirección más prometedora: en la más útil no para un país ni una clase social, sino para un planeta. Es lo que tienen las pandemias.

“Manufacturar miles de millones de dosis de vacuna requiere toda la capacidad de producción de vacunas del mundo entero”

Lawrence Corey, John Mascola, Anthony Fauci y Francis Collins –sus currículos no me cabrían en esta columna, digamos que son la plana mayor de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), la mayor maquinaria pública de investigación biomédica del mundo— proponen en ‘Science’ un programa de colaboración entre la ciencia pública y privada, llamado ACTIV, para acelerar los fármacos y vacunas contra la covid-19. No solo incluye fórmulas para sumar esfuerzos durante la investigación inicial, sino también para armonizar los ensayos clínicos subsiguientes, probando las mejores vacunas en paralelo y siguiendo unos protocolos comunes que permitan compararlas.

La obra de literatura fantástica que Donald Trump tiene por modelo mental del mundo no se está revelando muy eficaz en su conflicto con la realidad. Los NIH, financiados por el contribuyente estadounidense, ya se han asociado a la agencia del medicamento de ese país (FDA) y a su homóloga europea (EMA), a los CDC de Atlanta, al departamento de Defensa, a representantes de la ciencia universitaria y a 15 compañías farmacéuticas, en un foro que discute el diseño de los ensayos clínicos, comparte los datos en tiempo real y promueve la colaboración. Los jefes de los NIH creen necesario instituir cuanto antes unas comisiones independientes para revisar los ensayos clínicos y evaluar su eficacia y seguridad. El programa ACTIV aspira a un alcance global, como merece una pandemia, y planea coordinarse con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras instituciones internacionales y filantrópicas.

Por último está el tema de la producción a gran escala. “Manufacturar miles de millones de dosis de vacuna requiere toda la capacidad de producción de vacunas del mundo entero”, dice Corey. Hay que financiar ya los numerosos pasos del proceso, de la cadena de frío del sistema de distribución a la cobertura clínica de la población pasando por el rellenado de los viales y los costes de las materias primas. La colaboración no es seguramente el fuerte del Homo sapiens, pero sin eso no hay vacuna. ¿Tú qué prefieres?

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