Ciencia autocrítica
Incluso investigadores muy experimentados han cometido errores en la pandemia
Los Gobiernos son un blanco fácil en la crisis pandémica. Casi todos han reaccionado tarde y se han visto en graves problemas para obtener el material médico necesario, en particular las pruebas diagnósticas y los respiradores. En ninguna parte brillan tanto esas deficiencias como en España, donde una oposición “roja en diente y garra”, como diría Tennyson, las explota en beneficio de sus intereses electorales en un nauseabundo mercadeo de muerte y miseria, y no hablemos ya de esa parte del nacionalismo catalán que ve fantasmas cabalísticos en el número de mascarillas y asegura que los muertos habrían sido muchos menos en una Cataluña independiente. Espero que no lo piensen realmente y que todo eso sea una mera estrategia política, porque en otro caso estaríamos hablando de un problema que requiere atención psiquiátrica.
Antes morir en las urnas que aceptar una crítica fundada. No se entiende muy bien
Pero eso no significa que el Gobierno lo haya hecho perfecto. Ha habido errores, y deberían reconocerse. Recomendar a un político que haga autocrítica es como convencer a un burro de que se tire por un barranco, pero los Gobiernos tendrán que rendir cuentas de su gestión tarde o temprano. Todos saben que se están jugando su futuro político con la gestión de la pandemia, y todos son alérgicos a reconocer sus fallos, por alguna razón que los asesores electorales de los líderes nos deberían explicar. Si es que pueden, porque a lo mejor es un fenómeno inexplicable, como yo sospecho. Antes morir en las urnas que aceptar una crítica fundada. No se entiende muy bien.
Menos aún se entiende que el sistema científico padezca la misma alergia a la autocrítica, como ocurre en España, por poner un ejemplo cercano. En otros países no ocurre esto, y allí los científicos no tienen inconveniente en reconocer sus deficiencias. Una encuesta en línea promovida por Nature sobre 1.700 laboratorios biológicos de Estados Unidos acaba de revelar los obstáculos, desafíos y cuellos de botella que han impedido una acción adecuada de la ciencia norteamericana durante la pandemia. Una estrategia coordinada habría aportado cientos de miles de test del coronavirus al país. Incluso los laboratorios de mayor nivel que han sido autorizados para procesar las pruebas reconocen que están operando a la mitad de su capacidad. Pese a que todo el mundo, incluido el Gobierno, está convencido de que se necesitan más pruebas diagnósticas para gestionar la crisis y, desde luego, para decidir los tiempos y pautas de la relajación del confinamiento (desescalamiento), la poderosa ciencia estadounidense ha sido incapaz de coordinarse para fabricarlos y analizarlos. Así lo reconocen los propios científicos.
Otro análisis de la revista médica STAT concluye que muchos científicos que, por su trabajo, observaron la propagación del virus por China en enero y febrero negaron persistentemente que aquello fuera un riesgo para Occidente. La revista lo titula Los meses de pensamiento mágico. Incluso investigadores muy expertos sostuvieron que el brote quedaría confinado al Este asiático. Un error garrafal, como es obvio. Pero en España somos todos santa Úrsula.
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