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¿Tristes, generosos, enamorados, insomnes? Somos ratones de laboratorio en un experimento natural

Cientos de investigaciones aprovechan para estudiar los efectos en el comportamiento humano de un evento único en la historia

Vecinos de Alcalá de Henares aplauden desde sus balcones en homenaje y reconocimiento a la labor de los servicios sanitarios.
Vecinos de Alcalá de Henares aplauden desde sus balcones en homenaje y reconocimiento a la labor de los servicios sanitarios.FERNANDO VILLAR (EFE)
Javier Salas

Durante la Segunda Guerra Mundial, el embargo de alimentos de las tropas nazis provocó una hambruna catastrófica en los Países Bajos. Las secuelas de ese periodo marcaron para siempre la salud de los fetos que se estaban gestando en los vientres de las hambrientas embarazadas. Esa terrible experiencia permitió a la ciencia entender mecanismos del desarrollo humano y su genética que de otro modo hubiera sido imposible: durante décadas, el análisis de esos niños y su descendencia ha ofrecido material de estudio muy valioso. Es lo que se entiende como un experimento natural: una experiencia que no podemos controlar, pero que afecta decisivamente a los sujetos y permite estudiar las consecuencias. Algo parecido sucedió, pero al revés, cuando Pekín decidió reducir drásticamente la contaminación para no perjudicar a los Juegos Olímpicos de 2008. Ese experimento natural permitió observar que los bebés gestados en ese periodo sin humos nacieron mucho más lustrosos que los anteriores.

Hoy, miles de millones de personas están viviendo en sus carnes un nuevo experimento natural supermasivo. Y miles de investigadores, de todas las disciplinas, se han lanzado a aprovecharlo.

Quizá marcará para siempre nuestras vidas, seguramente se publicarán durante décadas estudios analizando este periodo por las consecuencias psicológicas, políticas, económicas, en el consumo, las relaciones sociales... Pero también es necesario estudiarlo ya para mejorar las políticas que se están adoptando. “Mucha más gente de la que pensábamos está cumpliendo las medidas de distanciamiento”, afirma Margarita Gómez, investigadora de la Universidad de Oxford, que está analizando una encuesta realizada estos días en multitud de países, desde Rusia e India hasta México y Argentina. “Tenemos que entender cómo se está comportando la gente, es algo que no ha pasado nunca, por lo que genera una gran incertidumbre y demanda de información”, asegura Gómez, directora del People in Government Lab de Oxford. Y añade: “Hay una alta aprobación por parte de los ciudadanos de las políticas públicas más exigentes respecto al distanciamiento social. Lo vemos en todos los países”. Además, la salud mental de la población se resiente cuando piensa que sus gobernantes están siendo poco contundentes. No obstante, están analizando las características particulares de cada país: “No hay recetas generales. En México no pueden hacer igual que en Dinamarca, con 30 o 40 millones de personas que viven al día”.

“Hay una alta aprobación por parte de los ciudadanos de las políticas públicas más exigentes respecto al distanciamiento social. Lo vemos en todos los países”
Margarita Gómez, investigadora de la Universidad de Oxford

Otro aspecto que se ha observado es que quienes menos siguen estas normas son, en todo el planeta, hombres jóvenes de unos 30 o 40 años. “Quizá influye que son los que tienen que salir a trabajar a buscar sustento", apunta. Este patrón se ha observado en distintos estudios centrados en poblaciones más concretas, como en un trabajo preliminar de la Universidad Autónoma de Madrid, que muestra a las mujeres españolas con “una actitud más responsable” hacia la pandemia, o en otro entre italianos, que indicaba que los hombres jóvenes y con trabajo fijo eran los menos partidarios de mantenerse en confinamiento. En Francia, a este colectivo se añadía entre los incumplidores a las personas con ideologías más extremistas. "Dado que es más difícil cambiar el comportamiento de hombres jóvenes, pensamos que es algo que se debe tener en cuenta en los mensajes dirigidos a la población”, explica Gómez.

Alfredo Rodríguez y su equipo de la Universidad Complutense, fue de los primeros en dar a conocer su trabajo preliminar sobre la psicología de los confinados: ya en la primera semana se observaban mayores índices de ansiedad, depresión, estrés y problemas de sueño. En las siguientes oleadas de su estudio (ya han remitido el cuestionario ocho veces) se vio cómo la población se habituaba a la situación hasta que se prorrogó el estado de alarma, lo que provocó un repunte en los síntomas. “Hay una enorme preocupación por la situación laboral, la incertidumbre sobre el futuro, que genera malestar y problemas para dormir”, asegura Rodríguez. Un factor socioeconómico lo ilustra: el jardín. “Las personas con jardín tienen significativamente menos niveles de ansiedad y depresión. Este hecho seguramente esté relacionado con la posibilidad de pasear al aire libre y estar expuesto al sol y vitamina D”, pero también con aspectos de clase, apunta el experto, dado que una familia con jardín es más probable que tenga una situación socioeconómica más desahogada. Rodríguez advierte: “Hicimos el estudio también para lanzar un mensaje normalizador en cuanto al malestar emocional: que la gente se sienta mal es lo natural, es lo razonable. Hay quien se siente culpable por sentirse mal”.

“Hicimos el estudio también para lanzar un mensaje normalizador en cuanto al malestar emocional: que la gente se sienta mal es lo natural, es lo razonable. Hay quien se siente culpable por sentirse mal”
Alfredo Rodríguez, psicólogo de la Universidad Complutense

A Rodríguez también le preocupa especialmente la salud mental de los niños españoles. Son un experimento natural dentro del experimento natural: cuando todo acabe, se podrá comparar su evolución con la del resto de niños europeos a los que sí se permitió salir a la calle. Distintos estudios en varios países han observado un patrón entre quienes tienen menores a su cargo: madres y padres se sienten mal por no ser capaces de darlo todo en el trabajo y en el cuidado de sus hijos. Entre irlandeses, tener que dar clase a los niños era una de las situaciones más difíciles emocionalmente, y dos tercios de los británicos creen que no están siendo capaces de cumplir ni como empleados ni como progenitores.

“Es casi imposible concentrarnos en nuestros trabajos anteriores porque parecen irrelevantes; queremos ayudar a contribuir a entender esta situación”, afirma Libertad González, de la Universitat Pompeu Fabra, que ha reconducido sus estudios sobre la economía laboral y el género hacia la carga de las tareas familiares y domésticas en tiempos de confinamiento. “Estudiamos si va a recaer sobre las madres, si se ha reforzado o se ha compensado en este periodo. También queremos ver cómo influyen las políticas familiares previas, como la baja de paternidad, en los padres que ya se estaban encargando más de los hijos: si ahora siguen siendo más igualitarios o si se ha revertido”.

La Universidad de Texas ha observado que hay personas que pasan más de siete horas diarias inmersas en temas sobre la pandemia, un factor que aparece directamente relacionado con síntomas depresivos y el consumo de alcohol

Gabriel González de la Torre, de la Universidad de Cádiz, está reutilizando los mismos cuestionarios que maneja en sus estudios sobre la psicología de los viajes espaciales. “Es una situación análoga, una gran oportunidad porque tienes a la gente encerrada en su casa, aunque en una situación cambiante. Se sufre porque no se ve el final de la misión, como si tuviéramos un contratiempo en la nave y se retrasa el regreso a casa”, explica el psicólogo, crítico con el escaso foco que se está poniendo en la salud mental por parte de las autoridades. Junto con otras universidades europeas están estudiando cuestiones anímicas, pero también sobre conflictos o consumo de estimulantes.

Los estudios que se están realizando son innumerables. La Universidad de Texas ha observado que hay personas que pasan casi una jornada laboral, más de siete horas diarias, inmersas en temas sobre la pandemia. Este factor, la exposición permanente a información sobre el virus, aparece directamente relacionado con síntomas depresivos y el consumo de alcohol. En la Universidad de Salamanca analizan esa influencia de la exposición a medios sociales como WhatsApp en la percepción de riesgo y el malestar afectivo. En esa misma universidad están describiendo el fenómeno de los músicos de balcón y en el Loyola Behavioral LAB estudian la evolución de la generosidad con el miedo a la pandemia. En EE UU se ha observado que quienes más acaparan son quienes más tienen o que se sienten más solos los más jóvenes, que en Twitter se está viviendo el mayor periodo de tristeza, que a las parejas que les iba bien les va mejor, y el Instituto Kinsey ha notado que se está aprovechando la situación para ampliar el repertorio sexual.

“Estudiamos si la carga de las tareas va a recaer sobre las madres, si se ha reforzado o se ha compensado en este periodo. También queremos ver si los padres que ya se estaban encargando de los hijos ahora siguen siendo más igualitarios o si se ha revertido”
Libertad González, investigadora de la Universitat Pompeu Fabra

Los aspectos políticos también están bajo la lupa académica. Un grupo de la Universidad de Barcelona, por ejemplo, ha observado en los españoles un cambio inicial en las preferencias hacia un Gobierno tecnocrático y autoritario. El sociólogo Pep Lobera, de la Universidad Autónoma de Madrid, está estudiando la confianza en las instituciones y gobiernos en su respuesta a la crisis, con datos de siete países, en los que se observa, por ejemplo, que en todos ellos consideran muy débil la respuesta de sus respectivos gobiernos. “Es muy complicado analizar algo en lo que tú mismo estás metido, pero es difícil concentrarse en otras cosas. Creo que muchos investigamos aspectos de la pandemia como una pulsión defensiva ante lo que nos está pasando... Es mucho más fácil ponerse a currar en esto que lo está tiñendo todo”, admite Lobera.

Pero puede haber un problema con muchos de estos estudios. Para aportar información con rapidez, un número importante está circulando como prepublicaciones, antes de que otros colegas revisen que se trata de un resultado completamente fiable y provechoso. Para evitar este problema, desde el campo de la psicología ya se han organizado pequeños ejércitos de revisores para garantizar que se publican con celeridad, pero también con calidad. “Queremos generar datos lo más rápido posible, pero para tomar decisiones lo mejor informadas que sea posible”, asegura Margarita Gómez. Por ejemplo, la psicóloga experimental Helena Matute, de Deusto, se planteó durante semanas realizar un trabajo, pero descartó la idea. “Podemos hacer un experimento sobre pensamiento mágico y ver que salen los niveles muy altos. Vale, genial, ¿y con qué lo comparamos? Es decir, no podríamos concluir de ninguna manera que se debe a la pandemia”, explica. Durante décadas se estará estudiando las consecuencias de lo que sucedió estas semanas, así que es vital que la foto que se haga de este momento sea de la mejor calidad.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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