Boris y la ciencia
El primer ministro británico reaccionó tarde. Sus asesores científicos también
¿Deben hacer los Gobiernos autocrítica por la gestión de la crisis pandémica? Sí. ¿Y los científicos? También. El mejor caso de estudio que tenemos por el momento sobre esto es el británico, y vamos a echarle un buen vistazo. La mayoría de los datos que cito provienen de una investigación de la agencia Reuters que lleva una semana circulando por los altos mentideros científicos. Los errores de interpretación, caso de haberlos, son mi responsabilidad exclusiva, como se suele decir en el prólogo de los libros. Dicho lo cual, vamos allá.
Con visión retrospectiva, es evidente que el primer ministro británico, Boris Johnson, se equivocó al retrasar las medidas de confinamiento todo lo que pudo, y pudo bastante, como suele poder un jefe de Gobierno. El 2 de marzo, los científicos oficiales calcularon el precio de no hacer nada: medio millón de británicos muertos. Aun así, Johnson se exhibió al día siguiente dando la mano a todo el mundo en un hospital, y jactándose de ello. “Nuestro país está extremadamente bien preparado”, dijo. “Tenemos un servicio público de salud fantástico, con unos test fantásticos y un seguimiento fantástico de la propagación de la enfermedad”. Todo fantástico, en efecto.
Pero los políticos son un blanco fácil, y además han desarrollado una piel muy dura que les hace impermeables a cualquier chaparrón de la opinión pública. Una tarea menos agradecida es meterse con los científicos, que es lo que voy a hacer a continuación, muy en mi línea de pisar todos los charcos. A mediados de enero, el principal comité científico que asesora a Johnson (el horrísono NERVTAG, siglas inglesas del grupo asesor sobre amenazas de virus respiratorios nuevos y emergentes), resolvió, a partir de la experiencia china, que no había evidencia de que el coronavirus se transmitiera entre humanos. Y es verdad que no la había. Yo mismo, se lo confieso espontáneamente, cometí ese mismo error en aquel tiempo.
Los científicos de la NERVTAG dictaminaron que el riesgo para la población británica era muy bajo. Incluso a finales de enero, cuando ya era obvio que sí había trasmisión entre personas, los asesores científicos de Johnson no presionaron a su primer ministro para tomar medidas. El resto de los investigadores británicos fueron extremadamente críticos con esa inacción, pero no eran parte de ningún comité y por tanto no tenían influencia en la opinión pública. No pudieron presionar al Gobierno a que hiciera lo correcto, o lo que hoy sabemos correcto.
Científicos británicos de peso denuncian –o reconocen— que los asesores del Gobierno adoptaron una visión miope y estrecha. Aun si su análisis fuera pasable técnicamente, se basaba en unos axiomas tan discutibles que el resultado solo podía ser erróneo. Los investigadores británicos, una élite mundial, piensan que en la próxima pandemia habrá que reclutar a una muestra mucho más amplia de consejeros independientes. “¿Será esto posible en España?”, me escribe una alta fuente científica. Pensadlo.
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