Un amor violento
En este nuevo libro de Paulina Flores, el amor y la muerte se entrecruzan sin ninguna solemnidad. Todo está teñido por una liviandad propia de la comedia romántica

La próxima vez que te vea, te mato, la segunda novela de Paulina Flores (Santiago, 1988), vuelve a situarla como una de las voces más sólidas de la narrativa chilena actual. Después del fiasco que significó Isla decepción (Seix Barral, 2021), una novela ambiciosa, dispersa y arquitectónicamente fallida, Flores muestra que su talento todavía posee recursos de sobra. En esta ocasión, se embarca en una narración con visos autobiográficos: al igual que la autora, la protagonista es una treintañera chilena que luego de estudiar un máster en Barcelona se queda en la capital catalana. No obstante, la novela es mucho más que eso, e intenta asir la contemporaneidad de una protagonista que pretende vivir sin amarras (ni geográficas ni sentimentales), pero cuya rebeldía choca con la necesidad de posarse, alguna vez, sobre fundamentos más sólidos de los que dice querer.
La historia sigue los pasos de Javiera, que, enredada en una relación poliamorosa con Manuel, no logra poner freno a esos tan convencionales celos que la exasperan e inquietan. La Barcelona por la que se mueven los personajes es una ciudad de fiestas y carrete callejero, de alquileres impagables y almacenes responsables con el medioambiente atendidos por sus propios dueños. Hay drogas, sexo y un vivo afán por representar la feroz independencia de una juventud que ya no es tan joven, sino que pasa de la treintena sin responsabilidades ni vínculos que las aten a nada. Y a pesar de esa pátina progre que rebosa cada página, Javiera lucha con los sentimientos que le despierta el hecho de que deba compartir a Manuel con Armonía, primero; con Laura, después; y hacia el final de la novela, con Gloria. ¿Y el poliamor? Parece más una excusa de Manuel para disimular su incapacidad (o desinterés) para tomar cualquier decisión significativa y duradera acerca de su vida sentimental, a lo que Javiera termina por someterse.
El gran logro de esta novela reside en la voz de su protagonista y narradora. La disociación entre los temas serios que aborda (el amor y la muerte, especialmente) y ese tono liviano, desenfadado e irónico con el que observa todo lo que la rodea dota a La próxima vez que te vea, te mato de un humor que sobresale por sobre cualquier otra consideración. Nada es demasiado grave para Javiera; ni siquiera el verse envuelta en una relación sentimental cuyas reglas quisiera cambiar, pero cuyos ajustes ni siquiera propone, pues no calzaría con la imagen que pretende proyectar en su entorno. A pesar de todo, se observa a sí misma con distancia y severidad: “Tengo bastante claro que solía ser una esnob borracha y caprichosa, con falsos ideales, ambiciones ridículamente desproporcionadas y serios problemas para cumplir con su palabra”. Al mismo tiempo, su imaginación desbordante —la protagonista es escritora, y aunque no tuvo demasiado éxito con su primer libro, sobrevive, entre otras cosas, dictando talleres de literatura online— la lleva a canalizar sus celos hacia un plan para asesinar a Manuel. Sin embargo, a pesar de sus contactos con el mundo del hampa y sus planes supuestamente preparados con minuciosidad, todo termina siendo una comedia de equivocaciones que, como toda ficción de esta naturaleza, termina entrelazando el humor con una pequeña dosis de tragedia.
En este nuevo libro de Flores, el amor y la muerte se entrecruzan sin ninguna solemnidad. Todo está teñido por una liviandad propia de la comedia romántica, donde se satiriza cualquier asunto que pueda ser tomado medianamente en serio. El principal de ellos es la honda desorientación moral radical de su protagonista, que termina siendo una psicópata al borde del crimen, aunque todo con una veta humorística al estilo de Bridget Jones o de ciertas películas de Almodóvar (a quien Manuel le dedica, de hecho, una tesis) que sitúa toda la acción en un plano algo ridículo. Con todo, desfilan a lo largo de la historia una serie de asuntos de la más diversa gravedad: los miedos e inseguridades de la protagonista, lejos de cualquier contención posible; la búsqueda de oportunidades que emprenden los personajes en una Europa decadente, lejos del país y las familias de origen; la precariedad laboral de jóvenes sobrecalificados. Y, en el caso de Javiera, la búsqueda constante por vincular el presente en el extranjero con esa patria que, en su lejanía, se ama y se odia: “Siempre atenta a la participación estelar de mi país. Menciones en noticias, canciones de trap, Bolaño, fruta… El mundo era una gran sopa de letras y yo andaba a la caza de las cinco que conocía mejor: Chile”.
Aunque quizá no esté a la altura de ese gran primer libro de cuentos que fue Qué vergüenza (2015), Paulina Flores retoma aquí una narración que tiene fuerza y humor, que dibuja un personaje entrañable en su creciente locura y que dirige, en los entresijos de una historia delirante y desternillante, una mirada sin concesiones a una sociedad que parece no tener vínculos significativos y donde todo, incluso el amor y la amistad, tienen una fecha de vencimiento demasiado próxima. A pesar de que no haya muchos motivos para la esperanza en el camino de Javiera hacia su enajenación romántica —pues la novela, a fin de cuentas, es un descenso a una locura simple y algo ridícula—, Paulina Flores logra que, en ese proceso, observemos sin complacencias algunas dinámicas de la sociedad actual y, de paso, nos riamos un poco de nosotros mismos.
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