Dolor anónimo de La Rambla
Heridos y familiares de los muertos desfilaron en silencio hasta el lugar del ataque terrorista y asistieron al homenaje de espaldas a las autoridades
La plaza de Sant Jaume de Barcelona ha amanecido este viernes diferente. A primera hora, una multitud de agentes de la Guardia Urbana se concentraba junto al Ayuntamiento, mientras que solo unos metros más allá, en el Palau de la Generalitat, iban llegando los consejeros del gabinete de Quim Torra. La misión de la policía local, sin embargo, era otra: aguardar la llegada de varios autobuses que llevaban a las víctimas del atentado de La Rambla hasta el Consistorio.
Alrededor de las 8.30, accedieron a la plaza hasta cuatro autobuses, de los que comenzaron a salir las víctimas. La plaza permanecía en silencio. Rostros anónimos que sufrieron las consecuencias del atentado fueron desfilando ordenadamente hasta la puerta principal del Consistorio. Una mujer se ayudaba con unas muletas. A su lado, la madre de Julian Cadman —el niño australiano de siete años que falleció en el atentado— mostraba un pequeño portarretratos con la imagen del menor. También estaba allí Javier Martínez, el padre de Xavi, el niño de Rubí —de solo tres años— que también falleció en La Rambla. Martínez, que el día de antes reivindicaba que el acto fuera de las víctimas y exento de rivalidades políticas, lucía en uno de los bolsillos de la camisa diferentes insignias de los Mossos. Era el cuerpo policial que adoraba Xavi.
Ni una palabra. Caminaron en silencio, un año después, sabiendo que en pocos minutos se trasladarían hasta el lugar que les rompió las vidas. Tras la declaración institucional de Quim Torra, el Gobierno catalán abandonó el Palau de la Generalitat y se trasladó al Consistorio. Desde allí, víctimas y políticos iniciaron un paseo doloroso donde los heridos iban delante y las autoridades políticas, detrás. El paseo duró solo unos metros. Lo que separa el Ayuntamiento del mosaico de Joan Miró, donde hace un año acabó el recorrido mortal de la furgoneta que conducía Younes Abouyaaqoub.
Allí recibieron el aplauso ciudadano en una Rambla abarrotada de turistas. Al llegar al mosaico de Miró, las lágrimas y el dolor regresaron a los rostros de unas víctimas que se desmarcaron desde el primer momento de la comitiva y de cualquier consigna política. Mientras, en una cabina, una pegatina mostraba los rostros de Quim Forn y Josep Lluís Trapero. Junto a ellos unos mensajes: “Ellos deberían estar aquí”.
Tras la ofrenda floral, regresaron al autobús que les trasladó hasta la plaza de Catalunya. Allí, las víctimas, de espaldas a las autoridades, vivieron un recuerdo donde varios ciudadanos anónimos leyeron en siete idiomas un fragmento de un poema de John Donne y escucharon versiones del Cant dels Ocells, de Imagine o de Qualsevol nit pot sortir el sol.
Tras el acto, las víctimas abandonaron la zona. Fue entonces cuando tuvieron lugar los rifirrafes políticos más intensos. Los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR) habían convocado una marcha silenciosa frente al monumento de Colón y subieron toda La Rambla hasta el mosaico de Miró. Ni un paso más allá para evitar coincidir con el monarca. Avanzaron en silencio detrás de dos pancartas que rezaban Cataluña no tiene rey y El pueblo obedece al pueblo.
Algunos de los convocados por el CDR hicieron caso omiso a las indicaciones de las entidades independentistas y optaron por subir hasta la parte alta de La Rambla. Allí coincidieron con decenas de personas de la formación Unión Monárquica de Cataluña junto con miembros de otras fuerzas políticas como Vox, alguno de los antiguos dirigentes de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona —la entidad paramilitar que realiza desfiles en Semana Santa— e incluso miembros de la entidad Barcelona con la Selección Española. Frenaron el paso a los miembros del CDR.
Empezaron entonces las tensiones entre los que llevaban lazos amarillos y esteladas y los que lucían sombreros y banderas rojigualdas. Los Mossos evitaron que los momentos de tensión fueran a más y todo quedó en empujones, gritos y poco más. Los momentos de mayor tensión fueron cuando Pablo Casado y otros líderes del PP bajaron La Rambla mientras algunos transeúntes lo insultaban.
Quienes pueblan La Rambla, se unieron al homenaje este viernes. “Lo politizan todo y no está bien. Las víctimas que murieron no merecen esto”, lamentaba Mari Creu Aparicio, florista de la avenida barcelonesa. “Si el Rey quiere venir, que venga. Cada cosa tiene su lugar y hoy no era el momento de esto”, decía. En cambio, Sílvia Espinosa, que vende cupones en una cabina de la ONCE, situada a escasos metros del mosaico de Joan Miró, opinaba lo contrario. “Ya era hora de que le hiciesen un homenaje, pero el Rey no tendría que estar aquí. El Estado sabía que esto iba a pasar”, sentencia.
Vecino del barri Gòtic, justo a un lado de La Rambla, Hamid Nasir se lamentaba por los atentados de hace un año. “Como comunidad islámica en Barcelona nos dolió mucho lo que ocurrió en La Rambla. Murieron muchos inocentes y usaron el nombre del Islam erróneamente para matar a gente. Era una doble tragedia para nosotros. Como hicimos el año pasado, hoy salimos a la calle para desvincular el Islam del terrorismo”, reivindicaba el vecino. Apenas unos minutos después de que acabaran los actos, La Rambla se vaciaba. Una tormenta ponía punto y final a la jornada.
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