El homenaje a las víctimas logra una breve tregua política
Los estrictos controles policiales y la decisión política lograron reducir la tensión entre separatistas y monárquicos
Era la excusa perfecta para la tregua política que habían pedido las víctimas, y se logró, aunque fuera breve, solo los 45 minutos que duró el acto de conmemoración en la plaza de Catalunya del aniversario del atentado terrorista en Barcelona. Todo resultó distinto a la manifestación del año pasado, en la que Felipe VI sufrió el peor abucheo de su reinado. La suma de una organización férrea, con la plaza blindada, y la decisión del independentismo de no armar un escándalo, lograron que el recinto quedara dominado por unas decenas de gritos de “¡Viva el Rey!” y otros tantos que reclamaban silencio por respeto a las víctimas.
El Gobierno de Pedro Sánchez y la Casa Real quedaron muy satisfechos porque vieron cumplido su objetivo: que las víctimas fueran las protagonistas y no se convirtiera en otro día de abucheos al Rey. Felipe VI y el presidente del Gobierno habían ido a Barcelona a mostrar su respaldo a los afectados por los atentados yihadistas, a estar con sus familias, y eso es exactamente lo que hicieron. Salvo algunos momentos de tensión y consignas cruzadas entre monárquicos e independentistas, la jornada fue tranquila.
Desde el entorno del presidente trasladaban el mensaje de que todo había funcionado como se esperaba. Incluso pese a que los independentistas lograron colgar en una de los edificios que dan a la plaza una gran pancarta que decía, en inglés, “el rey de España no es bienvenido en los países catalanes”, con una imagen del monarca al revés.
La inmensa tela estuvo colgada durante todo el acto y desde los Mossos recordaron que retirarla es una competencia municipal. “El Gobierno iba a rendir homenaje a las víctimas, a mostrar su respeto para que se sintieran arropados, y eso se ha conseguido”, explicaron desde el Ejecutivo. Con todo, la Delegación del Gobierno pidió explicaciones para saber por qué no se retiró la pancarta, que consideraba “una falta de garantía de seguridad”.
Sánchez no quiso hacer declaraciones para no robar protagonismo a las víctimas. Tanto el presidente como el jefe del Estado sólo participaron en la parte final de la ceremonia, preparada por el Ayuntamiento, evitando así pasearse por la ciudad.
La conmemoración fue breve y sobria. Comenzó con una reunión privada en el Consistorio, en la que autoridades y familiares de las víctimas pudieron hablar en privado. Después, caminaron hasta el mosaico de Joan Miró, en La Rambla, y ahí depositaron flores. Tanto los miembros del Govern como del Ayuntamiento estuvieron en segunda fila. De ahí se desplazaron hasta la plaza.
El acto final fue sencillo y no se pareció en nada al de hace un año, donde no solo el Rey, también los ministros del PP sufrieron un acoso fuerte que no han olvidado. Esta vez, ni la plaza ni La Rambla estaban abarrotadas y pese a la emotividad la ciudad lo vivió con cierta apatía.
Todos colaboraron en que no hubiera tensión, incluida la Generalitat. Los Mossos retiraron a varios ciudadanos pancartas con lemas alusivos a los políticos presos. Sí permitieron entrar con banderas de España a las personas que, uniformadas con un sombrero blanco con una cinta rojigualda, iban a vitorear al Rey y a los que en varias ocasiones, otros asistentes, les pidieran silencio por respecto a las víctimas. También hubo gritos pidiendo que el discurso de la periodista Gemma Nierga fuera en castellano. La policía autonómica también tuvo que actuar cuando monárquicos y los convocados por los Comités de Defensa de la República se enfrentaron verbalmente.
Desde Interior explicaron que la única consigna para el acceso al acto era no permitir que hubiera pancartas o banderas con palos. Y consideran que la retirada de pancartas con mensajes reivindicativos fue “un exceso de celo” por parte de algún agente.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, dejó claro desde su declaración institucional de la mañana que la figura del exconsejero Joaquim Forn sería su ariete. Quería que la figura del exresponsable de Interior, que gestionó la respuesta a los atentados y está en prisión preventiva por un delito de rebelión, estuviera omnipresente. Primero se quejó en su alocución de que estuviera “injustamente encarcelado”. Todo el Govern, además, exhibía en sus solapas una chapa con su imagen.
Torra aceptó saludar a Felipe VI y evitó el desaire (sí lo hizo Josep Costa, el vicepresidente del Parlament). Pero encontró la manera simbólica de mostrar la tensión: colocó a Laura Masvidal, la esposa de Forn, en un lugar prioritario del protocolo. Torra forzó al Rey a saludarla y ella, explican fuentes del Govern, aprovechó para decirle que en ese acto debería estar su marido. Felipe VI no se paró a contestar, pero sí lo hizo la presidenta del Congreso, Ana Pastor, a la que le dijo lo mismo.
Reproches del PP
El Rey y Sánchez abandonaron rápidamente la plaza rodeados de mucha seguridad para evitar cualquier encontronazo desagradable[/TEX]. Sí paseó el líder del PP, Pablo Casado, que decidió recorrer La Rambla con toda la dirección de su partido en Cataluña. Recibió algunos insultos —fascista, sobre todo— y gritos de “fuera, fuera”, pero también algunos apoyos. En el PP estaban muy satisfechos y comentaban que hacía muchos años que un líder de este partido no se paseaba con naturalidad por la capital catalana.
Tanto Casado como Albert Rivera, líder de Ciudadanos, reprocharon a los independentistas que, con la pancarta y otros gestos, intentaran dominar el día. “No es momento de levantar fronteras sino de unirse frente al terrorismo. El Rey es también el Rey de Cataluña. Ha defendido la libertad y la democracia y creo que le honra querer estar hoy con las víctimas”, clamó Rivera. Casado lamentó “el intento de aprovechar el homenaje a las víctimas para hacer un uso torticero de un proceso independentista”.
El independentismo tenía más interés en el acto de la prisión de Lledoners. Así, hubo un reparto de espacios, una tregua breve que prueba que muchas cosas han cambiado también con el giro en La Moncloa. Un nuevo clima que pasará su prueba de fuego en un otoño marcado por el juicio a los políticos presos por el procés.
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