Salud
El libro 'Rere les Vinyes' me ha ayudado a comprender que el aprecio que tengo por bodegas como Edetària es por haberme interesado por la Batalla del Ebro. Lo riu es vida y el vino te hace vivir
Ya no bebo para olvidar sino para recordar desde que el vicio se convirtió en placer y no necesito cuidar de mi cuerpo sino atender a mi alma en deuda eterna con mi amigo Ricard Mampel. Aprendimos a disfrutar de la vida cuando supimos distinguir una copa de un vaso y una mesa de una barra; el vino de la cerveza y el alcohol de la bebida; la Terra Alta del Priorat y también del Montsant. Ya no nos emborrachábamos, como cuando militábamos en Unió de Pagesos, ni tampoco precisábamos saciar la sed desde que no pisábamos el campo ni por la siega, sino que nos juntábamos unos cuantos días al año en Vilalba dels Arcs para revivir la batalla del Ebro alrededor de una botella de vino, tal que fuéramos hijos de la Quinta del Biberón.
Nos recorríamos la sierra de Pàndols y la de Cavalls, pasábamos por la Cota 705 y el Coll del Moro, nos deteníamos en Les Camposines, visitábamos La Fatarella, Bot, Batea y Pinell de Brai y nos sentábamos en Cobera d'Ebre o en Gandesa. Aunque la ruta variaba, el ritual exigía una escapada a Horta de Sant Joan y una parada en una bodega, la última fue la de Edetària. Hay que saber de la vida de Joan Àngel Lleberia para saborear sus vinos y celebrar el reencuentro del padre con el hijo, el payés con el ingeniero agrónomo, las viñas viejas con la savia nueva, el amo con el ejecutivo llegado de París. Los herederos ya licenciados, enólogos o arquitectos, químicos o médicos, regresan a casa no para jubilar a sus progenitores sino para presumir de la fortuna que supone tener unas viñas como las de la finca El Mas.
También los hay que se han quedado huérfanos, no de tierra sino de padre y de amigo, como yo mismo, obsesionado ahora con una etiqueta blanca que dice: Sang de Corb Negre 2013. Celler Frisach. Lo vi fa sang. Tres cuervos asoman la cabeza como símbolo de las tres generaciones vinculadas a la Batalla del Ebro. Ya no queda ni una gota del vino que me ha permitido evocar la figura de mi amigo, los paseos por el rio y las historias sobre la guerra, imposible de olvidar, más fácil de repasar con una copa de Sang de Corb. No se trata de beber sino de entender y de saber y, por tanto, de leer libros como el que acaban de publicar Josep Roca y Imma Puig, Rere les vinyes, editado por Rosa dels Vents (Y en castellano:Tras las viñas, Debate).
Roca es uno de los mejores sommeliers del mundo, pedagogo excepcional, singular en el arte de contar las cosas: habla cálidamente, seduce con su expresividad y amable gestualidad y convence como solo hacen los sabios, desde la humildad, el conocimiento y la virtud que supone ser uno de los tres hermanos que regentan El Celler de Can Roca. La delicadeza de Pitu contrasta con la determinación de Imma Puig, una reconocida psicóloga que atiende igual de bien los asuntos de familia que los empresariales, experta en tratar a deportistas de alta competición, contratada por clubes como el Barça. Puig entiende de personas mientras que los vinos son cosa de Roca. La mejor mezcla para que tuviera sentido una obra única como Rere les Vinyes.
No se trata de una enciclopedia ni de una guía, tampoco de un libro de consulta, sino de una lectura agradecida sobre un viaje de cuatro años por el mundo, desde el valle del Napa, y la pasión por la estética, la expresividad y el lujo californiano que representa William Harlan, hasta la Georgia preservadora de la cultura del vino, dispuesta a recuperar la tradición hasta las últimas consecuencias, la tierra amada de John Wunderman, nacido en Nuevo México. “¿Te imaginas que quisiéramos recuperar la linotipa? Ahí está el reto”, argumenta con un guiño periodístico Quim Vila, propietario y director de la distribuidora Vila Viniteca. “Los protagonistas se desnudan y la personalidad de cada uno se refleja en su vino. El libro es como una paleta de colores”, añade Vila.
“No necesariamente reconoce a los mejores, o a los más esperados, sino que da vuelo a los que tienen algo que decir”, prosigue el clarividente analista de Viniteca, interesado en los 12 protagonistas de zonas productoras tan distintas como Burdeos y Mendoza; Priorat y Borgoña; Rioja y Talarn; Alemania e Italia. Alguno es técnico y perfeccionista; los hay que se apegan a la tierra con pasión; también se cuentan los puristas, los misteriosos, los poéticos, los espirituales, los que cuidan sus viñas como jardineros; y los auténticos, aquellos que dialogan con la naturaleza para saber si intervenir o respetar, proteger o trascender, innovar o cuidar, pues al fin y al cabo “el vino se parece a las personas que lo hacen”, coinciden Imma y Pitu.
Vida sobre vida, igual que el corcho se impone a la rosca, porque el tapón debe ser de Palafrugell si la botella se llena con vino de l'Empordà. La tierra es para quien la trabaja con la actitud y el cariño de Lleberia, con la intención de Sang de Corb o con la fuerza de Lalou Bize-Leroy. Nada mejor como terapia, un año después de que muriera Ricard, que una copa para recordar y un libro para saber. Tendré que aprender a pasear solo por la Terra Alta mientras pienso en llegar hasta el Bierzo después de pasar naturalmente por Falset, el Priorat y la casa de Sara Pérez. Y después quién sabe si me atreveré a alcanzar Pomerol. No me veo capaz de viajar todavía hasta Georgia, más que nada porque el canto georgiano no me seduce como a Wunderman.
No es que quiera conquistar el mundo sino que Rere les Vinyes me ha ayudado a comprender que el aprecio que tengo por bodegas como Edetària es por haberme interesado por la Batalla del Ebro. Lo riu es vida y el vino te hace vivir. Salud.
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