“Si hay genios y brujas están en la isla de Socotra”
Jordi Esteva ha filmado la legendaria tierra del ave Roc
Ningún hombre es una isla, decía John Donne, pero si alguna vez un hombre lo ha sido, ese es Jordi Esteva y la isla es Socotra.
Desde que de pequeño puso el dedo sobre el mapa en esa minúscula porción de misterio enclavada en el Índico entre Somalia y la península arábiga y se conjuró para algún día visitarla, como así lo hizo, Socotra o Socotora o Suqutrah en árabe, ha excitado la imaginación del escritor, fotógrafo, cineasta y viajero y ha alimentado sus sueños.
Tras escribir un libro inolvidable Socotra, la isla de los genios (Atalanta, 2011), que nos reveló a muchos la esencia y los arcanos del lugar, su relación con las leyendas del ave Roc y el Fénix, con los cuentos de Simbad, con los mitos de los griegos, los romanos y los árabes y su peculiar riqueza botánica (como el árbol de sangre de dragón, el drago, cuya resina roja era muy apreciada por los gladiadores para curar las heridas, el alóe, o el árbol de la mirra, o incluso la planta de la inmortalidad), Esteva ha vuelto con una película impactante bajo el brazo, un documental titulado igual que el libro y que lleva ya semanas paseando por los festivales internacionales.
Socotra, la isla de los genios, de 64 minutos, en un fantasmagórico y sobrio blanco y negro que captura magníficamente la atmósfera sobrenatural y la belleza del paisaje, ha podido verse recientemente en el Visions du Réel de Nyon, en el Festival de Málaga y el Ethnocineca de Viena, y se proyectará ahora en el de Cine Africano de Tarifa y Tánger (FCAT). Incomprensiblemente, no en el Docs Barcelona, que arranca hoy. “No lo han querido, no soy profeta en mi tierra”, zanja Esteva (Barcelona, 1951). La suya es la única película jamás filmada hablada en socotrí, la lengua local, que se relaciona con la de la legendaria reina de Saba y que está desapareciendo sustituida por el árabe.
¿Qué aporta el filme al libro? “En el libro, aunque había fotografías, no pude darle tanta importancia a la imagen. Ahí quería que el lector se imaginara ese mundo a través de mis palabras y lo materializara en su cabeza. Esto es una visión diferente. Otro lenguaje. En el cine te puedes recrear en las texturas, los ambientes, los rostros. También he cuidado el sonido, incluso el de los insectos”.
A diferencia de otros filmes suyos, Esteva no aparece en este, aunque su presencia se intuye todo el rato.
“He tratado que no sobre ninguna imagen, que cada fotograma tenga el peso de una fotografía”, explica. “He priorizado la dimensión poética y que hable por sí mismo ese mundo casi neolítico, de pastores y caravaneros”. De alguna manera, “el filme es un viaje al pasado de la humanidad”.
Desde su arranque, la película nos abisma en un mundo sobrecogedor, un reino encantado en torno al cual la magia parece espesarse como la niebla que tan a menudo se enseñorea de la isla. No en balde el mismísimo Marco Polo acreditó que los socotríes eran los mayores y más poderosos magos del mundo. Y Esteva es un gran interesado en la hechicería (recuérdense sus filmes Retorno al país de las almas y Komian).
Las imágenes nos llevan, siguiendo una agreste y empinada ruta camellera, lejos de las largas playas hacia las montañas de Hajhir, el sanctasanctórum de Socotra y donde mejor se han preservado, en el imponente aislamiento de la sierra, las creencias y costumbres de la isla. Allí, entre voces extrañas, salmodias, tambores y el gruñido de los camellos, nos encontramos con personajes que parecen salidos de Las mil y una noches, ancianos sheikhs como Prósperos desdentados que atesoran la sabiduría ancestral, recuerdan hechos míticos y nos adentran en una geografía poseída por los djinn, los genios y espíritus de la isla, sus arieles, sycorax y calibanes.
¿Era un lugar peligroso? “Es indudablemente inhóspito, difícil, hay que caminar mucho y las torceduras están a la orden del día”.
Esteva ha huido de la voz en off y ha empleado subtitulado y algunas cartelas, que le evocan, dice, las viejas películas de aventuras y exploraciones. El tono etnográfico se va disolviendo cada vez más en las brumas del lugar hasta desembocar en un fin de viaje alucinado. “Si hay genios y brujas, están en Socotra”, afirma el autor.
Alrededor de las hogueras, en cobertizos o en las humildes moradas de piedra escuchamos las viejas historias, contadas con miedo y respeto. La bruja que poseía un bol con dátiles que no se vaciaba y tras convertirse en serpiente mordió a un pastor o la que tenía piernas de hierro y cuya tumba está ahí mismo.
“Es asombroso que ese mundo prístino se conserve a dos horas de Dubai, que es similar a Las Vegas”, reflexiona Esteva, que ha viajado seis veces a Socotra y que está empeñado en su conservación, recabando ayuda solidaria, incluidos fondos para comprar cabras tras dos ciclones que sacudieron la isla como el batir de las poderosas alas del Roc. “Dubai siempre ha querido explotar turísticamente la isla, y hasta alquilarla en leasing a Yemen, al que pertenece, para convertirla en un resort de lujo”.
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