El abandono tras la fuga de la industria
La exclusión social y la tradición obrera se mezclan en un distrito en búsqueda de una nueva identidad económica
Nada más llegar a Villaverde por la carretera de Toledo, el esqueleto oxidado de unas inmensas naves industriales llena la mirada. Es lo que queda de la acerería de Arcelor-Mittal que la multinacional cerró en 2012, símbolo más evidente de la desindustrialización que ha sufrido este distrito obrero al sur de Madrid. Es esa la clave que su concejal, el guionista de 35 años Guillermo Zapata, brinda para interpretar las dinámicas sociales de Villaverde: “Esta es la historia de un abandono, de unos vecinos a los que la administración ha dado la espalda y que han tenido que organizarse solos cuando las grandes empresas se fueron y vaciaron el tejido económico del distrito”.
La calle del Arroyo Bueno, que cruza el barrio de Villaverde Alto, separa con los veinte metros de su anchura la sede de la Junta municipal de las viviendas que todo el mundo conoce como las Torres. Estos bloques de ladrillo encierran uno de los problemas más candentes del distrito. Punto de venta de droga y de mercancía robada en otras zonas de Madrid, aquí, como en otros barrios de Villaverde, los vecinos se han quejado también por las carreras ilegales de coches.
Frente a uno de los portales, se confirma el abandono del que habla Zapata. Una vecina barre el suelo público delante de su vivienda. Otra pasa cerca del concejal y espeta: “¡Aquí estamos todos mal, hijo!”. Detrás de los edificios hay un enorme descampado. La basura amontonada y un colector de aguas del Canal de Isabel II destrozado delatan la dejadez de la zona. Aquí, Zapata quiere implantar unas huertas públicas y espacios para que las asociaciones vecinales puedan reunirse: “Es la única manera, junto con una rehabilitación urbana que pase por una profunda limpieza, para romper la segregación entre las distintas etnias que viven en el distrito”.
Las luchas paulatinas de Butarque
El barrio de Butarque es uno de los más extensos de Villaverde. Sus edificios de reciente construcción se alternan a cuidados parques que los regadores automáticos no paran de irrigar. Por las calles, donde escasean los ciudadanos extranjeros, se vislumbran las pistas de pádel privadas. Como suele pasar en los barrios más nuevos, la falta de servicios es el mayor desafío. “Las conquistas sociales del barrio dependen del activismo vecinal”, explica el concejal del distrito, Guillermo Zapata. Y sus luchas varían conforme crezcan sus hijos. “Cuando la mayoría de los residentes se mudó, el objetivo era la creación de guarderías. Unos años después, anhelan colegios. Todo ello para que el barrio no se convierta en un gueto más”.
Rehabilitar es lo que el concejal quiere hacer también en la Colonia Experimental. Esas casas de tres pisos, con pancartas colgadas que denuncian sus malas condiciones, se edificaron en 1956. El Ivima, el ente autonómico propietario de la mayoría de ellas, propuso derribarlas hace 20 años. Pero siguen ahí, rodeadas de calles sin asfaltar y con los vecinos que se quejan de la suciedad y del hedor. Nataliya Shyrokova, una mujer rusa de 56 años que compró un piso ahí por 25.000 euros, las define como unas “chabolas verticales”. Zapata explica que ahí residen muchos trabajadores en paro, tanto mayores como jóvenes, consecuencia directa de una desindustrialización que cruza las generaciones.
Símbolo en todo sentido
El alejamiento de las industrias del distrito ha dejado importantes legados arquitectónicos en el distrito. La alta torre de la Nave Boetticher, un edificio industrial que el ingeniero Eduardo Torroja terminó en 1944, sirvió hasta 1992 para probar los ascensores que ahí construía la empresa alemana que da el nombre a la estructura. Hoy destaca entre los palos de colores que, tras un largo periodo sin utilizar con 14 años retraso respecto al proyecto original, caracterizan el Madrid Innovation Campus, el campus de innovación en el que han sido reconvertidas las naves. La exalcaldesa Ana Botella lo inauguró el pasado mes de marzo. Hoy está cerrado.
“Es un símbolo para el barrio y su pasado industrial, pero también del fracaso de su rehabilitación”, mantiene Zapata. Su objetivo es volver a abrirlo en 2016 y “explotar sus espacios como talleres donde los vecinos puedan ir a trabajar en un ambiente que les permita compartir conocimiento”. Pero todo ello “tendrá que adecuarse al tejido social del barrio, y deberá tener en cuenta la formación de los vecinos”.
El proyecto deberá contribuir también a solucionar los problemas del San Cristobal, el barrio con la tasa de paro más elevada de Madrid. “Hay asociaciones que cifran el desempleo juvenil en un 70% [Los datos oficiales fijan la tasa general en un 28,20%]. Hay problemas de droga y la exclusión social es muy fuerte. Pero el trabajo de las parroquias y de la comunidad musulmana es una gran ayuda”, explica Zapata. El Ayuntamiento ha conseguido bloquear los desahucios a lo largo del verano. Espera concretar con Bankia la reapertura de dos bibliotecas de su propiedad, que junto con un campo de fútbol constituyen las únicas instalaciones del barrio.
El edil asegura que el futuro del distrito se basa en cambiar su vocación económica. Y este proceso pasa por el polígono Marconi: “Su función como centro de distribución es importantísima. Ya me reuní con dos asociaciones de los 70 empresarios”. El objetivo es también ofrecer planes de vida distinta de las prostitutas, obligadas a trabajar en la zona. Y, en general, llenar el vacío social dejado por la desindustrialización.
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