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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Avenida de Jordi Pujol

Si el pujolismo ha caído, que caiga también el antipujolismo, todavía más culpable por no saber vencer a Pujol

Lluís Bassets

De no haberse producido la confesión, algún día la mejor calle habría sido para él. Naturalmente, esto habría sucedido a los pocos meses de su fallecimiento; aquí no damos calles a los vivos, con la excepción inexplicable de los reyes de España y familia, que sirven para bautizar hoteles, hospitales o calles sin rubor alguno. De no haber cambiado las circunstancias, su desaparición habría sido gloriosa, como lo fue la de Adolfo Suárez, de forma que sus seguidores habrían entonado como con Wojtila el santo subito que le habría encaramado en el callejero de la capital catalana entre muchos otros honores post mortem.

Imaginemos la Diagonal, arteria transversal como su movimiento o ideología, el pujolismo. Imaginémosla además con la remodelación ahora iniciada en la zona más noble, entre paseo de Gràcia y Francesc Macià totalmente culminada hasta Glòries y anotada en el haber de un alcalde Trías, sí el mismo que ahora pidió su desaparición, en su tercer o cuarto mandato, es decir, entre 2019 y 2027: echen las cuentas y vean que es perfectamente verosímil. Este futurible que ya no se producirá habría significado un desquite histórico del hombre que dirigió Cataluña durante 23 años, aunque después de esperar pacientemente ejerciendo de banquero a que muriera el general que fusiló al último presidente catalán en ejercicio, prohibió la lengua y la cultura catalanas, erradicó las libertades públicas y se constituyó en infranqueable barrera de las aspiraciones democráticas de los españoles, catalanes incluidos.

Habría sido un acto de justicia poética retrospectiva bautizar esta avenida, que antaño llevó el pomposo nombre del Generalísimo, con el de quien quiso ser su némesis. Recordemos el panfleto redactado por el joven resistente en 1960 Us presentem el general Franco: "El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre implicado en hechos de corrupción, económica o administrativa es un hombre comprometido. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como es propio de ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todos estén metidos en el fango, todos comprometidos. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de un opresor, es un corrupto".

Si Barajas es ahora el aeropuerto Adolfo Suárez, a nadie le habría parecido extraño un aeropuerto Jordi Pujol

La octavilla con este texto fue lanzada en el Palau de la Música Catalana el 19 de mayo en los hechos que condujeron a la detención de Pujol el 22 de junio, luego a su interrogatorio y tortura, y al final al juicio y condena por un tribunal militar y a dos años y medio de cárcel. De su puño y letra, Pujol acusaba de corrupto a Franco, pero ahora no podrá desquitarse dando su nombre a la avenida que adoptó el del dictador ni podrá dar el nombre a ninguna otra calle de Barcelona precisamente por la misma enfermedad que acompaña tanto a las dictaduras como a las democracias.

También hubiera servido para el mismo menester la Ronda del General Mitre, donde ha vivido desde que se casó en 1956, en el piso que le regaló su padre, el ahora famoso Florenci Pujol. Por este piso han pasado centenares de políticos, empresarios, intelectuales y periodistas en los últimos 60 años y todavía pasan ahora, convocados discretamente desde esta especie de exilio o extrañamiento interior en el que se ha colocado tras la confesión. Les recibe en lo que fue el piso de la portera, convertido en el despacho de trabajo que sustituye las instalaciones oficiales sufragadas por el erario público y por la ahora disuelta Fundación Jordi Pujol.

Habría servido incluso alguna gran infraestructura. El aeropuerto de El Prat por ejemplo. Si Barajas es ahora el aeropuerto Adolfo Suárez, a nadie le habría parecido extraño un aeropuerto Jordi Pujol, siguiendo una larga y copiosa tradición que ha dado los nombres de políticos, escritores o músicos a este tipo de instalaciones.

Nada de todo esto sucederá. El pujolismo ha dejado de existir. Todas sus derivaciones, antaño tan celebradas, los post—, los trans—, los neopujolismos se han esfumado por arte de ensalmo desde el 25 de julio pasado. Como máximo algunos regresan a un criptopujolismo, que apenas confiesa su filiación y menos su dolor por la pérdida. Todos ellos son ahora antipujolistas explícitos que toman distancia con el personaje, sus ideas y sus métodos, e incluso con su legado. El único lujo pujolista que se permiten es el de seguir endiñando el sambenito a los antipujolistas, siempre culpables, todavía culpables, por su prematura clarividencia respecto a las virtudes morales del líder y su familia. No es extraño. El suyo es un método que tiene una larga tradición. Lo peor de la época del comunismo, como todos sabemos, eran los anticomunistas, responsables al final de los desmanes del comunismo. Entre otras razones, porque fueron mayoritariamente comunistas arrepentidos los que pasaron a engrosar las filas del anticomunismo.

Si el pujolismo ha caído y exhibe sus inmoralidades, que caiga también y exhiba las suyas el antipujolismo, culpable por partida doble, aunque contradictoria: por haber fracasado en su pretensión de acabar con el pujolismo cuando tocaba y por su complicidad implícita con el pujolismo cuando se consolidó. Quedan condenados así por una cosa y por la contraria. Ellos sí que no tienen escapatoria.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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