CDC: cuarenta años y un día
Pujol convirtió una autonomía en un régimen: además de ser buen ciudadano, había que ser buen catalán y él daba el certificado
Escribo este artículo cuarenta años y un día después de fundarse Convergència. Durante el franquismo, especialmente a partir de principios de los cincuenta, los partidos nacionalistas catalanes habían casi desaparecido. Sólo el Front Nacional de Catalunya (FNC) desarrollaba cierta actividad, Unió Democràtica (UDC) era más conocida por democristiana que por nacionalista, de ERC no se tuvieron noticias hasta la misma Transición y, sólo a partir de su fundación a principios de los setenta, fue muy combativo el PSAN, un pequeño grupo con un fuerte componente intelectual que se situó en la extremaizquierda.
Pero había un número importante de nacionalistas que no militaban en ningún partido —como sucedía también en los demás ámbitos ideológicos— y, por tanto, existía un hueco electoral a cubrir. Lo hizo quien tenía más autoridad para llevarlo a cabo: Jordi Pujol. Provenía netamente del campo nacionalista y católico, se situaba en el centro del espectro ideológico, ayudaba financieramente desde Banca Catalana a las empresas culturales catalanistas y, sobre todo, tenía la pátina de antifranquista al haber sido encerrado dos años en la cárcel por motivos políticos. En el momento de fundar Convergència, Pujol ya era un mito.
Por eso tuvo la capacidad de arrastrar al nuevo partido a otros dos ya existentes: la antigua UDC, liderada por Anton Cañellas, y el Reagrupament Socialista, de Josep Pallach. Además, se sumó a otra personalidad que también tenía, ya entonces, una notable capacidad de arrastre: Miquel Roca Junyent. Y, por supuesto, el grupo de sus amigos personales y políticos que le seguían desde hacía tiempo. Por todo ello se adoptó el nombre provisional de Convergència: era un partido en el que debían converger diversas corrientes. Pero como suele pasar, lo provisional es lo que más dura, de momento hasta hoy.
De estas convergencias y disidencias, surgió una CDC unida y potente, con buenos cuadros dirigentes y con un líder carismático indiscutible, Jordi Pujol, y otro líder pragmático indiscutible, Miquel Roca
Pero todo esto quedó en deseo. Cañellas y Pallach se desvincularon muy pronto y el partido, de momento, quedó en manos de dos personalidades fuertes, muy distintas entre sí: Pujol y Roca. Para liarla un poco más, a renglón seguido ingresó también Ramon Trias Fargas, otra personalidad fuerte, que lideraba un minúsculo partido que no sé por qué se llamaba Esquerra Democràtica. De estas convergencias y disidencias, surgió una CDC unida y potente, con buenos cuadros dirigentes y con un líder carismático indiscutible, Jordi Pujol, y otro líder pragmático indiscutible, Miquel Roca. Durante muchos años se les comparó, con buenas razones, con otra pareja famosa en la historia del catalanismo: Prat de la Riba y Cambó.
No obstante, al principio era dudoso su éxito político: no les fueron bien ni las primeras elecciones generales de 1977, ni las segundas de 1979, ni las primeras municipales de este mismo año. Hubo que esperar a las autonómicas de 1980: fracasaron las izquierdas y logró la presidencia de la Generalitat con el apoyo de ERC y de UDC. La campaña de Fomento del Trabajo contra la izquierda, alegando grotescas amenazas marxistas, fue fundamental para este descalabro. Pero quizás más decisiva fue la personalidad de Pujol, mucho más creíble como gobernante que Raventós y Benet, sus contrincantes del PSC y del PSUC. El paso definitivo para la consolidación de CDC, que entonces ya se presentaba a las elecciones como CiU, fueron las elecciones de 1984, donde alcanzó mayoría absoluta, gracias a que sumó a sus propios votos los que antes había obtenido Unión del Centro Democrático, desaparecida tras su debacle de 1982. Este bloque social convergente fue imbatible durante muchos años.
Pujol gobernó la Generalitat 23 años, el partido fue creciendo al ritmo que imponía la creación de nuevas instituciones y, sobre todo, de una nueva Administración. La Generalitat se configuró como si fuera un pequeño Estado, grave error, imitado por las demás comunidades autónomas. Un sistema de autonomías entendidas cada una de ellas como un Estado es económicamente inviable y administrativamente disfuncional. No fue Pujol un buen gestor. Pero cometió otro error aún más grave: no sólo gobernó unas instituciones políticas, sino que controló a los catalanes. Convirtió a una comunidad autónoma en un régimen: además de ser un buen ciudadano, es decir, cumplir las leyes, había que ser también un buen catalán y quien definía el grado de catalanidad era él.
Pujol tenía una idea prefijada de Cataluña que al fin se ha cumplido. José Bono, en sus memorias, explica que Pujol le confesó un día a Paco Fernández Ordóñez lo siguiente: “La independencia es cuestión de futuro, de la generación de nuestros hijos. Por eso los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza”. Se olvidó de los medios de comunicación. Pero 40 años después, no hay duda que a la situación actual no nos ha conducido ni ERC, ni el PP, ni el TC, ni Zapatero. Es el triunfo —o la derrota, ya veremos —de la CDC de Jordi Pujol.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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